El desafío de gobernar con un sindicalismo herido

José Curiotto

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No se trató de una jugada menor. La presidenta Cristina Fernández decidió marginar a la CGT de Hugo Moyano del armado de las listas legislativas nacionales y terminó sellando un distanciamiento que se había hecho evidente mucho antes de este episodio.

Por conveniencia mutua, Néstor Kirchner y Hugo Moyano conformaron una alianza que le allanó al gobierno el difícil camino de reconstruir una economía en ruinas, a partir de 2003. Pero la muerte del ex presidente lo cambió todo. A pesar de que los protagonistas intentaron disimularlo hasta el último sábado, Cristina nunca se sintió cómoda con Moyano.

Ahogadas las ambiciones políticas del moyanismo, llegaron las voces de descontento. Julio Piumato dijo abiertamente que la Presidenta no tuvo en cuenta al sindicalismo “para defender el modelo” en el Congreso. En Santa Fe, Alberto Cejas fue más directo: reconoció que el gobierno dejó al gremialismo de lado y llamó a sus pares a competir abiertamente en las urnas por espacios de poder, en lugar de seguir esperando que el sector político se los otorgue.

Incluso, el incondicional Luis D’Elía volvió dejó claro el malestar que existe en las organizaciones sociales que apoyaron hasta ahora al kirchnerismo y hasta reconoció que extraña a Néstor Kirchner.

Se puede estar a favor o en contra de la decisión de la Presidenta en este cambio de estrategia. De hecho, nadie puede decir que Moyano haya sido hasta ahora un aliado impoluto para el gobierno: la Justicia lo investiga por el supuesto delito de lavado de dinero y personajes cercanos al líder de la CGT se vieron envueltos en hechos de violencia en distintos ámbitos durante los últimos tiempos.

Sin embargo, esta alianza con Moyano otorgó hasta ahora una necesaria espalda al gobierno para contener los reclamos sindicales en una Argentina cuya inflación anual oscila entre el 20 y el 30 por ciento anual. Incluso, el kirchnerismo utilizó a gremialistas, piqueteros y organizaciones sociales como fuerza de choque cuando sintió que su poder podía correr algún riesgo.

Se sabe que el gran desafío de cara a un potencial segundo gobierno de Cristina Fernández pasará por la necesidad de reducir la inflación. En ese contexto, una buena relación con el moyanismo podría garantizarle un aliado clave frente al malestar social que inevitablemente generará el necesario ajuste de algunas variables económicas.

Por estas horas, desde el sindicalismo dicen estar molestos, pero aseguran que seguirán acompañando “el modelo” del gobierno. Se sabe que éstas son declaraciones de ocasión, adecuadas a un contexto en el que la Presidenta goza de un enorme poder.

La jugada de Cristina no fue menor porque deja abierto el gran desafío de gobernar al país con un sindicalismo herido. El pase de facturas llegará tarde o temprano. Lo importante será, entonces, que el gobierno tenga la capacidad necesaria como para superar los escollos que vienen. Las esquirlas de un potencial enfrentamiento gobierno-sindicatos afectarían al ciudadano de a pie. Sin Néstor, la responsabilidad recaerá otra vez sobre la Presidenta.