Flores y frutos de la granada

 

De la Redacción de El Litoral

“La turca tatuada”, de Ignacio Olmedo. Rumbo Editorial. Montevideo, Uruguay, 2011.

Como si nos introdujéramos en una hagiografía, el primer capítulo de La turca tatuada nos habla de una señal maravillosa (pero fatídica) que acaece sobre la cuna de la protagonista cuando aún no había cumplido un año. Una lluvia de pétalos del granado bajo cuya sombra está la cuna, cae sobre la niña, al mismo tiempo que una alondra, muerta en pleno vuelo, se desploma junto a ella. Un presagio inequívoco de que el futuro traería belleza, y la belleza, desdichas. Tanto que el padre, temeroso, “estuvo a punto de golpearle la nariz para estropear la pureza de las líneas de asustante perfección”.

Así comienzan las aventuras de esta mujer argelina, que a los nueve años es sometida a la ablación del clítoris (aunque la mano temblorosa y torpe de la responsable de la operación sólo logra tocar el extremo de uno de los labios menores). Nacida en el seno de una familia pobre, sin embargo deciden acrecentar su belleza para mejor alejarla de la casa. Con la llegada del eunuco Ibrahim, reconocido tatuador, entramos en pleno en lo que será el tema y la tensión sin pausas de esta cincelada y atrapante novela: la sensualidad.

La oferta de la muchacha como esposa, la boda interesada con un maduro marino, la iniciación en la noche del casamiento y los tres años de feliz matrimonio hasta una noche desgraciada en que unos ladrones asesinan al marido y raptan a la hermosa. Y aquí comienza el verdadero periplo que llevará a la bella a nuestras tierras, entre proxenetas que la llaman Poupée.

Con el refinado y a la vez certero y crudo estilo que el uruguayo Ignacio Olmedo (nacido en Artigas, en 1927, y residente en Maldonado) había dado muestras en sus libros anteriores (Yarao, El tiempo y la memoria y Verdes presencias), La turca tatuada nos encanta con la lectura del vertiginoso destino de la protagonista, en la que el erotismo resulta a la vez la marca más candente de la materialidad y el vuelo más alto de los sueños, sin confundirse sin embargo hasta el final, cuando el entresueño encuentra, y nosotros abandonamos, a la turca tatuada bajo un árbol cuyas ramas se doblan bajo el peso de las granadas maduras.

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“Ciudad”, de Wassily Kandinsky.

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