Alguien que haga algo

No sé si se enteraron -y si no les voy avisando- que hace frío. La principal consecuencia no es la enfermedad, no es la búsqueda de abrigo, no es ninguna metáfora invernal. Es que no se puede hacer nada. Ni un truco. A jugar ajedrez solo, mecachis.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

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Con optimismo, al principio de semana o de mes o principio de algo, los vagos y las vagas sostienen un falso entusiasmo que hay que promover de todas maneras (su ausencia sería renunciar desde el vamos a todo, y no es posible, siquiera simbólicamente), pero con el correr de los días y con las ganas que tiene el termómetro de medir para abajo, esas ínfulas quedan desnudas y muertas de frío.

El turno de paddle de los viernes, por ejemplo: el lunes, los vamos a matar, los vamos a pasar por arriba; el martes a vos te parto al medio, vas a salir lleno de moretones; ya para el jueves uno plantea una duda tenue y el viernes a la mañana, con un lacónico (otras de las consecuencias del frío es que uno ahorra palabras; con el calor somos más parlanchines) “no puedo”, se baja primero uno, luego otro y así queda uno solo dispuesto a jugar. Una especie de estoico soldado, la estatua de sí mismo, frío, durito, inmortal con la paleta en la mano.

En verano, eso no sucede: uno debe descartar vagos, armas dobles turnos, jugar fútbol de once, hacer asados en casas grandes, porque todos van, todos quieren estar, todos anticipan un sí rotundo y caluroso y hasta aparecen otros que no estaban convocados o que figuraban en duda. En invierno, no hay duda: no aparece ningún autoconvocado, el que estaba en duda ya no tiene ninguna duda (no viene y punto, vieja, lo siento) y los estables entran a flaquear, si es que eso se puede hacer en invierno.

Puede ser un principio de la física o la química (para mí eran y son iguales, lo siento), pero el calor expande, disgrega, agranda, te hace subir. Y el frío achica, concentra, te deja pegadito al piso, te apichona.

Los ardorosos partidos de la siesta a pleno sol, los picados a cancha llena son ya cosa del pasado, porque de pronto y sin que se trate de un mecanismo consciente, a la hora de la verdad pesa más el frío y las pocas ganas de hacer cosas que cualquier compromiso.

Amistades que creías férreas se ponen a prueba y hasta el más guapo recula; imagínense el resto, que nunca fue guapo.

Así es que ya no hay trucos no juntamos cuatro, ni dos-, bochas, tenis, mucho menos fútbol o rugby. Las prácticas deportivas a cielo abierto son para machos o suicidas a veces coinciden- y en estos tiempos ya no abundan. Ganan terreno los juegos on line, las compus y los juegos solos pero supuestamente acompañados por alguien en algún lado en la red..

Lo mismo pasa con las actividades sociales. La mayoría de ellas están planteadas bajo techo, en lugares climatizados. Uno mismo se traslada desde su abrigado hogar a esos sitios en autos calefaccionados. En rigor de verdad, el momento en que uno enfrenta al frío es mínimo, un ratito. Y sin embargo, ese ratito alcanza para (in) movilizar vaya a saber qué mecanismo inconsciente que opera sobre nuestra voluntad y nos obliga a pensar mentiras pequeñas para justificar lo que ya todos sabemos y que se resuelve en un “no tengo ganas” y listo.

A mi equipo de fútbol, por ejemplo, ya ni con el gancho o el anzuelo de un asado con todos los chiches, hecho por Mónaco (el asador oficial: los demás puestos del equipo pueden estar en duda; ese, no) aparecen los vagos a ponerle el pecho a las balas. En verano, hay que salir a comprar más carne, más porrones, más todo. Y ahora, ni con una buseca se acercan los guachos.

Así estamos por estos días. Días de mensajitos con disculpas, mails de cómo no me avisaste, charlas de ya vamos a hacer algo que cruzan la fría planicie y confirman que no, no vamos a hacer nada. Nada de nada. Ni el toco y me voy. Porque con este frío, no toco. Y mucho menos voy.