Al margen de la crónica

La última palabra

Es innegable que recibir promociones comerciales sin moverse de casa es tentador, sobre todo si se carece de la habilidad, la energía, el tiempo y hasta del interés por estar al tanto de las últimas novedades en todos los campos, más todavía en aquellos en que las novedades -si, vale la redundancia- son permanentes.

Frente a tanta parafernalia tecnológica, informática, crediticia y de todos los rubros posibles de consumo, tener hoy lo mismo que el año pasado equivale a no existir. Y conste que para algunas categorías un año es un lapso similar a la eternidad, así que bien podríamos decir que todo aquello que haya sido adquirido o contratado hace un par de meses es prehistórico.

Pero la comodidad es un arma de doble filo, o un bien imposible de conquistar, según el caso.

Es así como la siesta parece ser el período preferido para las promociones telefónicas. Claro, también es probable que la llamada provenga de territorios en los que este concepto no adquiere -como para los santafesinos- un rango casi sagrado. Igual, no es el único momento del día en que el teléfono suena y alguien nos llama por nuestro nombre, nuestro segundo nombre y todos los apellidos. ¿Nos conoce? No. Tiene una buena base de datos que le permite “barrer” con potenciales clientes para convencerlos -legítima base de toda publicidad y operación de venta- sobre las ventajas del servicio que ofrecen, y lo hacen con total cordialidad. Uno no puede menos que atender a estos trabajadores con la misma amabilidad con que ellos se dirigen a nosotros, y hasta escuchar el speech antes de explicarles que no, que gracias pero por ahora no estamos interesados, que en todo caso los llamamos... Y hasta somos capaces de dejar alguna puerta abierta y esperanzadora con un “tal vez más adelante”. Pero no alcanza. Siempre hay una estrategia más, de esas que se aprenden -imaginamos- para tentar al cliente con una nueva, imperdible e irrepetible oportunidad; técnicas válidas aunque pongan a prueba la paciencia. No es fácil decir que no se quiere algo, casi justificar por qué no se lo quiere, demostrar que podemos prescindir de aquello que se nos ofrece y hasta seguir con nuestra vida ligeros de ofertas. Pero, vicio de optimista, todo tiene su lado positivo: las promociones son una buena forma de desarrollar el recurso de la argumentación, indispensable -si no para recuperar la siesta- para quedarse con la última palabra.