La vuelta al mundo

Siria sometida a un baño de sangre

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Retrato de familia. Los Assad en pleno. Sentado, al centro, el ex presidente Haffez. Parados, primero y segundo desde la izquierda, los hermanos Maher y Basher, comandante en jefe del Ejército y titular del Poder Ejecutivo, respectivamente.

Foto afp/ archivo el litoral

Rogelio Alaniz

Se estima que el operativo militar de las fuerzas armadas sirias sobre la ciudad de Hama ya ha provocado más de 200 muertos. El episodio adquirió trascendencia internacional gracias a la militancia “twitera” de los jóvenes, porque desde el punto de vista estrictamente periodístico la dictadura siria se las ha arreglado para que todo corresponsal con vuelo propio sea expulsado del territorio o no se le permita ingresar.

Las cifras de muertos, desde que a mediados de marzo comenzaron las rebeliones, superan las dos mil personas, aunque debido al bloqueo informativo no hay manera de disponer de datos exactos. Por lo pronto, a nadie escapa que el régimen está recurriendo desde hace rato a la fuerza brutal para asegurar el orden, su orden, para ser más precisos.

La ciudad de Hama está ubicada en el noroeste de Siria y en la actualidad tiene alrededor de 800.000 habitantes. Es el centro histórico de la rebelión de los sunnitas contra el gobierno hachemita de Hafez al Assad.

Se supone que las movilizaciones y los centros de resistencia están organizados por los Hermanos Musulmanes, pero no es más que una suposición, ya que en estos días, por ejemplo, fue detenido en Damasco Nawaf al Bashion, máximo jefe de la tribu de los Baqarvíes que suma alrededor de un millón de personas y está considerada como una de las minorías más activas contra el régimen de los Assad. El centro territorial de los baqarvíes es la región de Hama, motivo por el cual hay razones para pensar que la rebelión se expresa no sólo a través de las identidades religiosas, sino también de las identidades tribales.

Lo que hoy sucede en Hama no es más que un arrullador paseo de niños comparado con la masacre perpetrada por el tío del actual mandatario, el señor Rifaaf al Assad. Aquella ocurrió durante febrero de 1982. También en aquel caso los Hermanos Musulmanes se rebelaron contra la opresión política y religiosa del régimen baasista de Hafez al Assad, el padre del encantador “niño” que ahora gobierna.

La intervención militar incluyó tanques, aviones y tropas de asalto. El balance fue aterrador: treinta mil muertos, aunque algunos hablan de cuarenta mil y otros dicen que la cifra apenas superó lo veinte mil. En cualquier caso, fue la masacre más importante contra la población civil cometida en una región y un continente donde la vida no vale nada y las masacres están a la orden del día.

El único operativo represivo comparable fue el cometido por el rey Hussein de Jordania contra los palestinos en el lúgubre mes de septiembre de 1970. Los palestinos -está en discusión si en esa fecha ya se decían palestinos- después de la derrota militar de 1947 se refugiaron en Jordania, el único país donde se les reconoció ciudadanía política. Pero pronto comenzaron las diferencias con la monarquía, diferencias que se extendieron a los planos político y militar. En algún momento los palestinos declararon algunas zonas como patrimonio propio y hasta se dedicaron a cobrar impuestos, constituyendo una suerte de doble poder.

Hussein, que ya había soportado la muerte de su abuelo a manos de los palestinos y había llegado a la conclusión de que todo acuerdo con Arafat y sus colaboradores nunca sería respetado, decidió cortar por lo sano y atacó los campamentos palestinos. Fue una carnicería. La más grave cometida contra ese pueblo. ¡Ironías del destino o lecciones de la historia! Los palestinos juraron vengarse por esas muertes y el primer operativo que realizaron fue en los Juegos Olímpicos de Munich (1972), donde asesinaron a once atletas judíos. Y así sería de allí en más. Los palestinos y sunnitas han sido exterminados por dictaduras, teocracias u oligarquías árabes, pero misteriosamente los destinatarios de las venganzas fueron siempre los judíos.

Los Assad nacieron en Gardaha, un humilde caserío de la provincia de Latakaia. Los hermanos Hafez y Rifaat estudiaron en la academia militar de Homs, y luego de una acelerada promoción en el escalafón militar, el 8 de marzo de 1963 perpetraron un golpe de Estado, el undécimo en este país que se había liberado del colonialismo francés al concluir la Segunda Guerra Mundial.

No bien llegaron al poder, los Assad supieron combinar con cierta sabiduría la mano dura con las conquistas sociales. Por motivos vinculados con las ideas dominantes de su tiempo, los Assad se presentaron como socialistas y laicos. En la década del sesenta estaba de moda el nacionalismo, mientras que el fundamentalismo religioso todavía era minoritario.

Cuando al poco tiempo de tomar el poder, el dictador puso en vigencia la nueva constitución, esta incluyó su célebre Artículo 8 en el que dice textualmente que “El partido Baas, árabe y socialista, es el partido dirigente de la sociedad y el estado”. Expresaba el sueño del déspota: disponer de un instrumento legal que legitime su poder. El Articulo 8 es hoy el fundamento de la dictadura

No concluyeron allí las maniobras y chanchullos. Los hermanos Hafez y Rifaaf tuvieron la astucia de hacerle creer durante años a los sirios que sus ideas eran antagónicas. La leyenda de un hermano bueno y un hermano malo funcionó durante años y hasta el día de hoy muchos la siguen creyendo. Es más, se ha probado que hasta llegaron a simular enfrentamientos armados. Sin ir más lejos, cuando en 1982 se perpetró la masacre en Hama, se dijo que Hafez estaba enfermo y no se enteró de lo sucedido, que lo que acababa de suceder era una maniobra de Rifaaf y que no bien Hafez se recuperara sancionaría al represor.

Hoy se sabe que Rifaaf vive en Marbella en una casa millonaria, que sale y entra de Siria cuantas veces se le da la gana y hasta se ha llegado a decir que en estas semanas su sobrino lo ha convocado para que dé instrucciones militares. Por lo pronto, el actual régimen también ha montado su ficción acerca del hermano bueno y el malo. En este caso Bacher al Assad es el bueno y el malo es Maher que, dicho sea de paso, es el comandante en jefe de la cuarta división y, fiel a su condición de “malo”, el responsable de los principales operativos represivos.

Haffez al Assad murió y en el 2000 asumió su hijo Bacher. Otra curiosidad. El régimen se presenta como socialista y laico, pero la sucesión es hereditaria y el control efectivo del poder lo tiene una familia. Lo demás, como se dice en estos casos, es ideología en sus versiones más manipuladoras y torpes.

Bacher estudió en Europa y allí transcurrió su juventud. Estos dictadores en estos temas no se equivocan: de la boca para afuera hablan pestes contra la cultura satánica de Occidente, pero a los hijos los mandan a estudiar a universidades europeas y a las inversiones en palacios también las hacen allí, entre otras cosas porque es el instinto el que les dice que en algún momento la buena vida puede llegar a su fin y es prudente, por lo tanto, poseer las mansiones y los millones en la detestable Europa.

Hoy hay pleno conocimiento de los padecimientos del pueblo sirio. Los Assad han tratado de presentarse ante Occidente como los garantes del laicismo o el freno a los avances del fanatismo musulmán. Algo parecido han hecho Kadafi en Libia y Mubarak en Egipto. Los hechos demuestran que al verdadero peligro lo representan estos gobiernos despóticos que no tienen reparos en matar o en presentarse como laicos un día y religiosos al otro día, porque estos caballeros a lo único que son devotos es al poder y sus beneficios.

Lo que llama al atención, por último, es que las represiones más salvajes y masivas contra los árabes en Medio Oriente, las cometan los propios árabes. Un operativo como el de Hama en 1982 representa la mitad del total de los muertos en el conflicto entre Israel y los palestinos. Mientras cuatro o cinco veces al año los diarios del mundo dedican sus portadas para protestar por un puñado de muertos en la guerra de Medio Oriente, no se registra que la misma pasión por la vida se manifieste cuando se producen entre árabes.

Basta al respecto con pensar qué estaría pasando hoy en el mundo si Israel hubiera provocado un número parecido de muertos en la guerra que sostiene con los palestinos. Por fortuna nada de esto ha ocurrido, pero no deja de ser sintomático que en los casos de Siria o de Libia no se produzcan en las ciudades de Europa y el mundo movilizaciones pacíficas frente a las embajadas de los respectivos regímenes represivos.