Un largo camino a casa

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Héctor Tizón

Foto: Archivo El Litoral

Por María Luisa Miretti

 

“La belleza del mundo”, de Héctor Tizón. Alfaguara. Buenos Aires, 2011.

“...¿dónde está el mundo, en realidad? En ninguna parte, seguramente. Uno es el mundo...” (p. 90)

La reedición de esta novela publicada originariamente en el 2004- augura buena compañía para iniciar el viaje “homérico” propuesto por Héctor Tizón en La belleza del mundo.

La mayoría de sus historias transcurren en el vasto y desolado altiplano, alternando con zonas rurales, pueblos campesinos desperdigados, con regiones urbanas sin localizar. En esta ocasión, estamos en un espacio indefinido frente a una pareja de recién casados que persiguen fines distintos.

Él es apicultor y su única intención es una mujer que lo espere y le ayude a acompasar sus rutinas, mientras ella -apenas una joven adolescente- busca refugio porque viene escapando de la violencia familiar. La aparición de un tercero acelera una ruptura predecible, con un fuerte viraje que le da sentido a la obra.

Desde el comienzo, la voz narrativa advierte sobre una historia digna de contar recurso típico en Tizón, aunque en este caso lo hace por fuera de la escena-, para la cual deberá ordenar algunos cabos sueltos. Hechas las advertencias, hay un reordenamiento temporal que presenta tres tiempos en el relato: la introducción, la transcripción de una misiva que más allá de la tipografía- se destaca por el tono admonitorio, de revelación testamentaria en la que una voz “ajena” deslinda presuntos cargos en su contra, y el inicio del relato propiamente dicho, en un cruce original que nos permite ubicar rápidamente, acercándonos la identidad de los personajes.

Sobrevivientes del naufragio de un pasado calamitoso, cada cual sale en busca de su destino, pero éste los sacude una y otra vez hacia los extremos, devolviéndolos al punto de origen, donde la revelación aliviana la angustia del hombre y lo libera, mientras la vida sigue su curso, “No le importaba la lucha, ni la victoria, no le importaba llegar a ningún lugar, pero tampoco le importaba estar en lugar alguno. Se abandonaba, como una hoja caída en el agua de un charco”, hasta que un día, finalmente llegó la absolución: descubrió una hija fiel calco de la madre- y las explicaciones de su muerte, asesinada por su amante.

Con su soledad a cuestas, vio la vida de otra manera, sintió que “todas las cosas desaparecen y se destruyen con el viento”, y entendió que “era un hombre despojado”, que “la vida de un hombre desde que nace hasta el final no es sino un largo rodeo”, la cuestión era cómo matizar ese trayecto para que el “viaje” fuera más liviano.

La reiteración metafórica de las “mariposas” emblema de mutación y fugacidad- pueblan el entorno, logrando un entrañable contraste, entre su fragilidad y los límites de la vida humana, en un notable discurrir de una conciencia incesante, que no deja de cuestionarse ni preguntarse sobre el sentido de la existencia.

El tono poético, sumado al uso reiterado y oportuno de una gran diversidad de licencias, genera un especial deleite en el lector, que disfruta profundamente del recorrido propuesto.