Amor por cuatro

Después de 15 años de casados y varios intentos fallidos para tener hijos, Carlos y Rosana cumplieron el sueño de formar una familia. ¡Una gran familia! Gracias a la llegada de Maxi (13), Lourdes (11), Bruno (7) y Sofía (5). Una historia de amor por cuatro.

TEXTOS. AGUSTINA MAI.

FOT415.JPG

El 7 de octubre de 2009, la vida de Carlos (42) y Rosana (39) cambió radicalmente. Dejaron de ser sólo una pareja para convertirse en una familia con cuatro hijos.

Carlos Britos y Rosana Carabajal llevan 15 años de casados. Durante años probaron tener un bebé, con métodos de fertilización. Después de varios intentos fallidos, pensaron en adoptar.

“Como todo matrimonio, queríamos un bebé”, contó Carlos. Es una situación que se da en toda pareja: pretender adoptar un bebé, lo más chiquito posible. Sin embargo, es muy difícil y hay niños en condición de adoptabilidad que tienen 5 años o más. “Vimos que era bastante complicado. Y justo conocimos una nena de 13 años, que andaba en la calle. Nos encariñamos mucho con ella, pero la adopción era imposible por una cuestión legal”, relató Britos.

El cariño que les inspiró esta adolescente les permitió pensar en adoptar a alguien más grande. Pero también intervino un hecho fortuito que reforzó la idea. Rosana trabajaba en un bazar y un día, mientras envolvía la vajilla con diario, encontró una nota de El Litoral titulada “Aprendiendo a ser padres”. “Guardé la hoja en el bolsillo. Leimos la nota con Carlos y nos conmovieron las historias de padres que contaban que se habían animado a adoptar nenes de 10 y 12 años”, recordó la mujer.

Empezaron a ver la posibilidad de adoptar nenes más grandes. “Nunca me hubiese imaginado que íbamos a terminar adoptando cuatro hermanitos”, confesó Rosana.

Maxi (13), Lourdes (11), Bruno (7) y Sofía (5) estaban en condiciones de ser adoptados. “Cuando nos preguntaron si aceptábamos que tuvieran hermanitos, pensamos en uno o dos. Pero sospechamos que había chicos que existían realmente y que podían ser adoptados. Así que dijimos que sí: donde comen tres comen cuatro. Recién ahí nos dijeron que había cuatro hermanitos que habían quedado huérfanos”, detalló Carlos.

En ese momento, el matrimonio se hizo miles de preguntas. “Desde lo económico hasta cómo manejar los horarios, la comida, las habitaciones... Estábamos acostumbrados a ser nosotros dos solos, hacíamos lo que queríamos y disponíamos de nuestros tiempos. Yo pensé que iba a tener que dejar de trabajar todo el día, Carlos también iba a tener que cambiar sus horarios”, relató Rosana, invadida por la emoción.

“Ya en ese momento, los quería. No sabía cómo se llamaban, ni sus edades, no tenía ningún dato, pero yo ya los quería”, contó el papá también conmovido.

Después de varias entrevistas con psicólogas y asistentes sociales, les dieron la guarda preventiva de Maxi porque ya había cumplido 13 años y no podía seguir en la institución. “Pero enseguida vinieron los otros tres porque no queríamos separarlos”, se apresuró a contar Carlos.

En su casa del barrio Pompeya se aceleraron los arreglos para terminar las habitaciones para los chicos. ¿Qué les cambió con la llegada de Maxi, Lourdes, Bruno y Sofía? “¡Todo!”, contestaron al unísono.

“Ahora es vivir para ellos. En realidad, ellos nos adoptaron a nosotros”, agregó Rosana.

Formar una familia implica un proceso de aprendizaje paulatino y cargado de emociones. Hay días llenos de felicidad y otros en los que las cosas no salen tan bien, pero lo más importante es el vínculo que van afianzando día a día. “Tenemos que trabajar con ellos y ellos con nosotros. Siempre tenés tus días, pero uno se va asentando cada vez más. Es difícil, pero no imposible. Con amor todo se puede”, sostuvo la mamá.

“Dejé de viajar por los chicos. A ellos les faltaba la figura del padre, entonces yo quería marcar presencia: sentarme con ellos a comer, jugar, hacer la tarea. Quiero estar todos los días con ellos”, aseguró Carlos.

¿Es difícil adoptar nenes más grandes? “Uno piensa que va a ser más difícil, pero es lo mismo que le pasa a cualquier padre. Los chicos son iguales, quieren las mismas cosas, necesitan límites, como cualquier otro chico”, señaló Britos.

Carlos y Rosana están tan felices que quieren compartirlo con otras parejas. “Me gustaría decirles que se animen a adoptar nenes más grandes. Uno quiere que sea chiquito para hacerlo a su forma. Pero los chicos se amoldan igual. Mis hijas hablan como yo y la más grande se maquilla como yo. Les digo que se animen, que no se van a arrepentir”.

En tanto, Carlos reflexionó sobre el sistema de adopción. “Para que un chico sea adoptado lleva tiempo porque se tiene que desvincular de su familia. Supongamos que ese chico fue abandonado a los 3 años; recién a los 6 puede estar en condiciones de ser adoptado. Por eso hay que ser pacientes y no cerrarse a pensar que sólo se quiere un bebé”.

sin prejuicios

Por: Pablo Damiani, 34 años

“Nací en Helvecia, departamento Garay. A los cuatro años tuve un sindrome igual a este chico que se fue hace poco de luna de miel a Australia. Estuve en coma un tiempo, internado en el hospital de Niños viejo, y después me trasladaron al Cullen. Ahí fui dejado por mi enfermedad.Estuve en silla de ruedas un tiempo y después volví a caminar. Cuando ya estuve bien quedé como mascota del hospital. Médicos y enfermeras me empezaron a llevar a sus casas. Pasaba una semana con cada uno y volvía al hospital para hacerme los controles. Iba al subsuelo adonde había frascos con animales, que me llamaban mucho la atención.

Ahí trabajaba Any, secretaria de un médico. Como los otros, me invitó un día a su casa y -estando todos juntos- vi la primera imagen de familia y les dije: “Yo de acá no me quiero ir”. Era una familia de clase media ya consolidada: mis padres eran grandes (Ricardo, quien ya no está entre nosotros, y ‘Coca’, quien está por cumplir 80) y tenían 4 hijos. También vivía con ellos mi abuela Silvina.

Siempre se dice que la familia no se elige, pero yo sí la pude elegir. Y no me fui más. Mis papás empezaron los trámites de adopción, sin dudarlo. Era un esfuerzo y un replanteo. Mi hermana más chica tenía 11 años y mi único hermano varón estaba en la colimba. Siempre fui la mascota al haber llegado a los 4 años. Por eso, es feo que se tenga ese prejuicio de adoptar a chicos más grandes porque no tiene nada que ver.

Todo ha sido de manera natural por haber sabido que era adoptado. Mis viejos y mi familia nunca me hicieron notar diferente. Me adoptaron y empecé a vivir sus costumbres, a tener sí y no, para que no todo fuera permisivo conmigo. Me criaron con las mismas reglas que a mis hermanos y se ve que eso fue lo que me gustó. Tuve una infancia linda, a pesar de que tuve mi apellido biológico hasta primer grado porque demoraron los trámites de la adopción. Todo fue en base al amor; eso es lo que vivo y viví. Nunca tuve que pedir permiso para decirles papá o mamá. Sé de donde vengo y bien podría haber ido a buscar mis orígenes. Pero como recibí tanto amor no necesité de eso y nunca tuve conflictos. A pesar de que no estuve en el seno de mi madre, la siento más madre que a otra madre. Siento que nací a los 4 años, cuando hice esa primera gran elección de mi familia. Ojalá pudiera adoptar yo también; es superaconsejable porque es una inmensa manifestación de amor”.