Estimular sin exagerar

Nacemos indefensos, sin ninguna capacidad ni habilidad. Somos como diamantes en bruto. Todo lo que seremos a futuro depende enteramente de nuestro entorno y del desarrollo de nuestro cerebro en los primeros seis años de vida. En ello se basa la estimulación temprana. Pero el exceso puede ser dañino.

TEXTO. DIANA BERNAOLA. FOTOS. EFE REPORTAJES.

 

El cerebro es como un músculo. Crece a medida que lo usamos. Pero, dentro de estas frecuencias de desarrollo, los primeros seis años de vida de una persona son fundamentales para el desarrollo de la inteligencia física e intelectual.

En palabras del médico estadounidense Glenn Doman, autor de varios textos que dieron pie a una de las metodologías para la estimulación temprana, “el cerebro crece a una velocidad impresionante desde la concepción hasta el nacimiento; a una velocidad tremenda desde el nacimiento hasta los treinta meses; a una alta velocidad desde los treinta meses hasta los seis años y muy lentamente de ahí en adelante”.

DESARROLLANDO CAPACIDADES.

Vivimos en sociedad. Existimos en relación con otros. Todo lo que somos lo aprendemos de nuestro entorno. Y, en esa relación, es fundamental la estimulación que recibamos. La aventura gratificante de ser padres debe ser, sin duda, una misión asumida con responsabilidad. La estimulación que demos a nuestros hijos debe ser consciente, positiva y respetando los momentos de desarrollo del niño.

¿Pero qué significa la estimulación temprana? Es saber cultivar el potencial del niño. Y para ello no hace falta hacer trucos de magia, ni inventar la pólvora. Es simplemente saber estar con él, respetando sus momentos de desarrollo mientras le damos pautas para que sepa integrarse en el mundo.

En palabras de la psicóloga española Rosario Castaño, miembro del equipo directivo del Instituto Palacios, “saber perder, tolerar la frustración, tener el sentido del tiempo y del límite es un arte que se suele aprender desde la infancia y permite desarrollar la capacidad para estar en relación con otros sosteniendo nuestros propios deseos, sueños y fantasías para que la soledad no sea un sentimiento de vacío y/o de depresión, sino de una soledad creativa y tolerable que nos ayude a gestionar la parte afectiva y la parte práctica de la vida”.

TODO POR ETAPAS

Las preguntas que se nos vienen a la mente son, sin duda, ¿qué hacer y en qué momento hacerlo? Toda persona pasa por etapas de desarrollo a lo largo de su vida. En la evolución de un niño, desde su nacimiento hasta los seis años de vida, transcurren tantos capítulos que realizar las estimulaciones adecuadas en cada momento podría convertirse en una pesadilla.

De acuerdo a la psicóloga Castaño, “hasta los dos años la estimulación tiene que ver con el contacto de las miradas y el cuerpo, el abrazo, el sostén”. En otras palabras, la especialista señala que “tiene que ver mucho con la actitud, con la forma de abrazar, de acariciar, de sostener y de contener al bebé. Cómo se le mira, se le habla, se conecta con él”.

“A partir de los tres años es básico que se le permita integrarse de forma activa en el grupo familiar”. La experta asevera que la necesidad de exploración de los niños les lleva a ubicar su espacio en el hogar. Pero, se debe llegar a este espacio sin que los padres o los niños se excedan. Por ello, es importante que los niños entiendan qué está bien y qué está mal. Y en este esquema las concesiones y los retos constantes no son positivos.

Y es que, de acuerdo a la especialista Castaño, “hasta los seis años, el niño y la niña viven y se perciben a si mismos como el centro del mundo, pero van aprendiendo que no es así de forma gradual y es necesario que la estimulación tenga en cuenta el desarrollo de la capacidad de soñar y la capacidad para entender la realidad”.

APRENDIENDO A ESTIMULAR

Si nos preocupamos por nutrir a nuestros hijos de la mejor manera, ¿por qué no hacer lo mismo con su cerebro? Según el médico Glenn Doman, ‘la curiosidad intensa es una característica que comparten los verdaderos científicos, los genios y todos los niños pequeños‘.

Pero, si se trata de ofrecerle información que normalmente no recibiría de su entorno, optimizar sus destrezas, elevar su autoestima y cultivar su curiosidad para que nunca pierda el interés de aprender nuevas cosas; ¿cómo deberíamos desarrollar la estimulación temprana?

Para los niños, cualquier tipo de aprendizaje es un juego. Varios entendidos en el tema aseguran que estimulamos tempranamente alternando juegos que involucren tanto el desarrollo motriz como los sentidos de la visión, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Y en ésto, la imaginación es la clave.

LOS DAÑOS DE LA HIPERESTIMULACIÓN

Es un principio básico entender que la estimulación nunca es negativa. Sin embargo, todo tiene sus matices. En exceso, todo puede ser contraproducente. Así, la psicóloga Castaño también señala que “el bebé y el niño necesitan estímulos pero no todo el tiempo; necesitan procesar lo que van aprendiendo” y en esta dinámica “el silencio es tan productivo como la actividad”.

Y es que “no se ha comprobado que el desarrollo de una mayor inteligencia tenga que ver con la hiperestimulación. Un niño de tres años aprende y asimila lo propio de su edad, no se le puede ni se le debe enseñar actividades propias de uno de seis años. Es como enseñarle a ir en bicicleta cuando todavía no ha aprendido a andar, su sistema motriz no responderá”, asevera la experta. La obsesión por conseguir la mayor inteligencia del niño, bajo una rutina sin pausas, no es nada recomendable.

Entonces hace falta que pensemos en el punto medio. Y es que, en ésto concuerdan todos los entendidos en el tema, la falta de estimulación es tan negativa como la hiperestimulación. No se trata de formar genios, sino de brindar una amplia variedad de conocimientos para que el niño pueda escoger más fácilmente el futuro a seguir. Como señala la psicóloga Castaño, “una buena estimulación temprana requiere observar, interactuar y saber esperar. El niño tiene un ritmo y hay que ir descubriéndolo”.

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