Crónica política

Lo que vendrá

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Por Rogelio Alaniz

 

“La barbarie está al alcance de todo el mundo, basta con tomarle el gusto” E. M. Cioran

Es muy probable que el 23 de octubre la señora saque más votos que el 14 de agosto. Los más moderados hablan de un aumento de tres o cuatro puntos, los más fervorosos sueñan con llegar al sesenta por ciento. En cualquiera de los casos, lo probable es que la señora sume más votos. Dirigentes del kirchnerismo estiman que si la señora llegara a ser “plebiscitada” en estas elecciones se crearían excelentes condiciones para forzar una reforma constitucional que asegure su reelección indefinida.

Atendiendo los antecedentes políticos del kirchnerismo a nadie le debería llamar la atención que intenten perpetrar una maniobra de este alcance. Por lo pronto, se habla de un proyecto constitucional elaborado por esta versión culta de Nazareno que se llama Zaffaroni. Se promovería un régimen parlamentario a la italiana que a los radicales, por ejemplo, no les resultaría del todo antipático. Y también se rumorea acerca de la posibilidad de convocar a un referéndum que fuerce a una oposición vapuleada y dividida a acordar una reforma constitucional que garantice de una buena vez la reelección indefinida.

Si no lo hacen no será por escrúpulos ideológicos, sino porque podrían suponer que los costos a pagar sean muy altos. Este gobierno no se “chaviza” no porque no quiera, sino porque la sociedad civil no se lo permite. Mientras tanto perpetra todos lo atropellos institucionales posibles, incluido este moderado fraude electoral cometido en las recientes elecciones, fraude que pretenden relativizar con burlas groseras, como si el hecho de ganar les otorgara patente de corso.

Como suele ocurrir después de toda elección, han abundado consideraciones acerca de la identidad del voto oficialista y opositor. Las lecturas en estos casos suelen ser ingeniosas y algunos se lucen derrochando sutilezas y singulares revelaciones. No está mal que esto ocurra, a condición de no perder de vista lo más importante: el voto del 14 de agosto al oficialismo fue básicamente un respaldo a lo dado, a lo existente. Creo que sería injusto decir que fue un voto conservador, habida cuenta del tono descalificante de esta palabra, pero sería disparatado creer que fue un voto revolucionario.

La mayoría de los analistas han dicho que en coyunturas económicas favorables la gente suele votar al oficialismo. Votarlo o respaldarlo. Un núcleo duro, influyente y extendido socialmente suele ser el que le otorga el tono a las adhesiones mayoritarias. En las sociedades consumistas que nos toca vivir este voto tiene una filiación histórica precisa. Es el voto que de una manera tácita este electorado le dio a los militares con la célebre y edulcorada “plata dulce”. Es el mismo voto que disfrutó Alfonsín durante la temporada del Austral. Y es el voto vergonzante que llegó hasta Menem en los tiempos de la convertibilidad, no muy diferente en calidad al voto que hoy saborea la señora gracias a la abnegada militancia de “la compañera soja”, tan maltratada por el relato oficial y tan generosa a la hora de brindar beneficios.

Las especulaciones electorales han abierto cauce a las inevitables evaluaciones históricas. En el kirchnerismo se ha dicho que lo mejor que les puede pasar es que la señora obtenga un porcentaje de votos parecido a los que obtuvo Hipólito Yrigoyen en 1928 o Juan Domingo Perón en 1951 y 1973. Como se recordará, en aquellas circunstancias los candidatos superaron el sesenta por ciento, una cifra que en su momento entusiasmó a sus beneficiarios al punto que en el caso de 1928 los periodistas calificaron a aquel acontecimiento electoral con el nombre de “plebiscito”.

El cine se parece a la historia porque reclama que se proyecte toda la película para hacer luego las posibles interpretaciones. El radicalismo fue plebiscitado en 1928, pero en 1930 fue derrocado por una asonada militar. Algo parecido le ocurrió al peronismo en 1955 y 1976. Para quien suponga que en estos casos los votos fueron arrasados por las bayonetas, hay que recordarles que en 1930 como en 1976 los gobiernos elegidos por el pueblo estaban derrotados políticamente y una gran mayoría de los que los habían votado salían a la calle pidiendo que se vayan.

Hoy no hay fuerzas armadas con capacidad de destituir a los gobiernos constitucionales, pero lo que importa destacar no es lo obvio, sino el dato cierto de que las adhesiones populares se parecen a los juramentes de amor de los estudiantes en el tango de Le Pera y, por lo tanto, lo que hoy prometen mañana traicionan. Que el voto a un candidato no es eterno, que los humores de sociedad cambian, no es algo que se me ocurra a mí, sino que fue lo que dijo la señora la noche en que subió al escenario a festejar el triunfo.

Esa misma noche los incondicionales de la señora dijeron que los medios de comunicación habían sido derrotados. Habría que decir, al respecto, que para que la frase sea más precisa lo correcto sería señalar que los que fueron derrotados, en toda caso, fueron los medios de comunicación opositores o críticos, porque lo mismo no se puede afirmar de “6,7 y 8” , “Página 12” o los diarios y canales del grupo Spolski, por mencionar a los más conocidos.

Así y todo, la supuesta derrota de los medios de comunicación puede que valga como consigna agitativa o para promover el entusiasmo de chicos que todavía no saben muy bien las diferencias existentes entre política, fútbol y rock and roll, porque en la realidad los medios son derrotados cuando quiebran, cuando pierden sus lectores o cuando los clausuran. La excepción en estos casos son los medios rentados por el Estado que sólo quiebran cuando pierden ese subsidio.

Ahora bien, admitiendo que la dictadura mediática impone sus reglas de juego y banaliza las ideas ¿cómo fue posible entonces que la señora haya ganado de manera tan contundente? Una de dos: o los medios no son tan poderosos como los pintan o se sobredimensiona su poderío para limitarlos no por lo que hacen de malo sino por lo que hacen de bueno.

Sobre estos temas nada más aleccionador que la trillada frase de Perón, cuando dijo que en 1946 había ganado con toda la prensa en contra y en 1955 perdió el poder con toda la prensa a favor. La frase es precisa y tiene ese tono picaresco que tanto complacía al general. Con todo, corresponde señalar que en 1946 Perón no controlaba los diarios pero sí las radios, que para esa época tenían más influencia que los diarios.

También corresponde decir que la deuda de 1946 con los diarios, Perón la cobró unos años después clausurando al principal diario opositor. Me refiero a La Prensa, que al igual que hoy a Clarín se la presentaba como el enemigo público número uno. La Prensa por lo tanto no fue derrotada en 1946, sino cuatro años después, cuando le entregaron todas sus pertenencias a la CGT. Perón también se olvida de señalar que efectivamente en 1955 contaba con todos los medios a su favor, porque el Goebbels criollo -me refiero a Alejandro Apold- se había ocupado en montar una maquinaria que controlaba radios, diarios y la reciente televisión.

En la película “Evita”, el guionista recrea un diálogo imaginario entre John William Cooke y Evita, en el que el diputado peronista intenta explicarle a la señora de entonces que una cosa era cerrar los diarios para instalar una dictadura como quería Apold y otra muy distinta era cerrarlos para promover una revolución. En términos prácticos la resolución de esta “sutil” diferencia fue muy clara. El gobierno clausuró a La Prensa y dejó que los intelectuales discutieran acerca de si se trataba de una medida dictatorial o revolucionaria.

Sesenta años después las cosas no son muy diferentes. La reiteración de los hechos no deja de ser curiosa porque se supone que la historia nunca se repite. Sin embargo, lo que sí parece repetirse es el carácter incorregible del peronismo. Hoy los muchachos de Carta Abierta suponen que luchar contra Clarín y La Nación es una obligación revolucionaria, una tarea destinada a poner punto final a la dictadura mediática. Para ellos esta lucha es tan importante como tomar el Palacio de Invierno o internarse en Sierra Maestra.

Pero es muy probable que para Boudou, Aníbal Fernández y la pingüinera oficial, luchar contra Clarín y La Nación significa sencillamente silenciar toda crítica. Unos están en contra de estos medios porque vendrían a ser el dispositivo virtual de la dominación, pero los otros están en contra porque no quieren que los critiquen, les fastidia que les ventilen los negocios o que den a conocer las cifras de la fortuna que la señora acumuló en los últimos siete años. ¿Quién ganará la batalla? ¿Los partidarios de la revolución o los partidarios de un régimen político que no es muy diferente al que la pareja montó en Santa Cruz?

Las adhesiones populares se parecen a los juramentos de amor de los estudiantes en el tango de Le Pera y, por lo tanto, lo que hoy prometen mañana traicionan.