El pesado consciente

El pesado consciente

El pesado consciente es el pesado pesado: él sabe que es pesado. Otros tipos, otras clases de pesados, ejercen, por ahí sospechan, que pueden ser pesados pero no tienen ellos la certeza. El que describimos hoy, sabe y ejerce. ¡Qué pesado!.

TEXTOS.NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Ya describimos en nuestra y apenas clasificable tipología a los pesados jocoso y meloso, esto es, respectivamente, los pesados alegres y los pesados románticos. Pero nos reservamos, de pesados que somos nomás, al auténtico pesado, aquel que fue construyendo su propia personalidad hasta densificarla de tal manera que él sabe muy bien quién es y cómo se comporta.

Él asumió hace rato que es pesado, que la gente lo identifica como pesado y que él mismo se ve como un pesado. Y no digamos ligeramente que el tipo está contento con su forma de ser, pero tampoco ya reniega de ella y en todo caso le traslada a los demás parte de la construcción -una monolítica construcción- de su ser pesado.

Yo seré todo lo pesado que quieran, parece decir este señor, pero ustedes también asuman que me ven pesado y que ello tiene un costo que se reparte, digamos por partes iguales entre emisor de la pesadez y receptor o deconstructor de ese modo de ser.

Así están dadas las cosas: estamos ante un tipo o tipa (las tipas son pesadas, semejante arbolotes...) que es plenamente consciente del efecto que causa en los demás y lejos de aligerarlo, lo magnifica, lo mastica, lo disfruta y los transmite así, brutalmente, con todos sus kilos, al otro.

Cualquier persona normal, si quiere interpelarte o “molestarte”, te dice con inefable simpatía ¿Tenés un par de minutos? o ¿Podés escucharme un ratito? El pesado consciente en cambio, va por todo sin disimulos y te dice de arranque: ¿Tenés una hora para mí? Ya te marca la cancha, anticipándote que la cosa no la vas a sacar tipo toco y me voy, de arrebatiña, a la ligera, sin costo y limpiamente. El tipo se instala: él lo sabe, vos lo sabés y si vos tenés prisas, él no; con lo cual el problema de charlar con él ya es tuyo: lo siento.

El pesado consciente no tiene problemas tampoco en enfocarte e increparte con un directo “¿me estás atendiendo?”. Y no, la verdad que no, no estábamos atendiendo, pero él quiere que lo atendamos, con lo cual ya te traslada la obligación de desmontar, bajar un cambio, y escuchar lo que el señor tiene para decirte, porque vos finalmente -y él lo sabe- no podés ser tan mal tipo de cortarle el rostro y privilegiar tu impaciencia, tu frivolidad, tu falta de respeto por el otro.

Y a vos la buena educación te mata y entonces le hacés lugar al cajón -un muerto, una bolsa de adoquines, un collar de bigornias, un cargamento de sandías y todas las figuras que quieran- que el señor te deja, te acomoda, te tira...

Esa misma persona tiene además la habilidad de sentarse y acomodarse en la silla “para quedarse”. Si ocasionalmente te encuentra en la calle, su apretón de manos es interminable. Comienza allí la transa en que vos querés desligarte de él; él ya lo sabe, está perfectamente anoticiado de ello y tiene como programa de acción lograr lo contrario, que te quedes, que no te vayas, que no eludas tus responsabilidades, descartando que, si te cruzaste con él, ya es tu responsabilidad no desligarte como si nada de su presencia.

Y nos vamos yendo: juro que es la última nota de los pesados que escribo. Y si no les gusta, lo primero que tengo que decirles es que tienen la obligación de leerme, de escucharme, de darme mi lugar, porque lo que tengo para comunicarles no es cosa de tocar e irse así como así. No me quiero poner denso, pero a sus quejas no pienso darle artículo.