crónicas de la historia

La muerte del Che Guevara

La muerte del Che Guevara

El cuerpo de Guevara, flanqueado por soldados bolivianos. Foto:archivo el litoral

Rogelio Alaniz

El Che Guevara fue ejecutado el 9 de octubre de 1967 en la escuela de La Higuera. Había sido detenido en la Quebrada de Yuro el día anterior. El capitán Gary Prado estaba a cargo de la patrulla militar, pero el que obliga al Che a rendirse es el sargento Bernardino Huanca. Es a él a quien el Che le dice: “No dispare. Soy el Che Guevara. Valgo más vivo que muerto”.

¿Qué quiso decir con esas palabras? Nadie ha intentado interpretarlas o nadie se ha animado a decir en voz alta lo que significaban. Estaba desarmado, herido y prácticamente en andrajos. La guerrilla hacía menos de un año que se había iniciado y su fracaso militar era evidente desde hacía por lo menos tres meses. Sin conexiones, sin abastecimientos, sin posibilidades de contar con el apoyo de la población local, el grupo armado que vagaba sin rumbo por la selva era la antítesis de lo que cualquier manual de guerrilla aconseja en estos casos.

La rendición del Che no hizo más que formalizar lo que era inevitable. Que su delator, su captor y su verdugo hayan sido soldados de origen campesino, no deja de ser un testimonio elocuente del fracaso de una guerrilla que supuestamente se había constituido para liberar a los campesinos. En su “Diario” el Che registra a veces con asombro, pero siempre con ese leve toque irónico que nunca lo abandonaba, la reacción de los campesinos, hoscos, impenetrables, aparentemente sumisos pero rápidos para dar el “chivatazo” contra sus presuntos liberadores.

¿Campesinos brutos, ignorantes, infames? ¿indios desagradecidos, taimados, lamebotas que se niegan a reconocer que esos hombres blancos y barbados vienen a liberarlos, a sacarlos de la ignorancia y la opresión? Todos los enojos son posibles, pero convengamos que los equivocados no eran precisamente los indios o los campesinos o el mítico soldadito boliviano, el mismo al que Nicolás Guillen le pregunta en su poema si no sabe quién es el muerto que acaba de matar. ¡Claro que lo sabía!. Lo sabía el sargento Bernardino Huanco y, muy en particular, lo sabía Mario Terán, quien nunca ocultó su orgullo por haber vengado a sus hermanos campesinos asesinados por la guerrilla.

Dos reflexiones políticas hará el Che después de su detención, dos reflexiones que luego darán lugar a interminables debates en la izquierda latinoamericana de los años sesenta y setenta: que las autoridades locales de las poblaciones de la región tuvieron más autoridad que el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y que el responsable del aislamiento militar y social de la guerrilla fue el Partido Comunista Boliviano dirigido por Mario Monje.

Guevara había tenido reuniones en su momento con Monje y, según se sabe, éste se comprometió a darle asistencia militar y política. Luego de una agria discusión donde Monje reclamó la conducción del ELN, rompieron relaciones. El Che se oponía terminantemente a ceder la conducción militar y política. Invocó sus antecedentes como combatiente y la propia representación de la revolución cubana. Cuando se despidieron, ambos sabían que nunca más volverían a verse.

¿Esto lo hace a Monje responsable de traición? Más o menos. El Partido Comunista de Bolivia nunca compartió la lucha armada propiciada por los cubanos y, si bien a través de Monje dio algunas señales favorables en ese sentido, lo que terminó decidiendo fueron las tradicionales posiciones de los partidos comunistas pro soviéticos con respecto a la guerrilla, el foco y el denominado “aventurerismo pequeño burgués”. Monje, como el personaje del cuento, podría haberle dicho al Che que el que avisa no es traidor. Y Monje avisó con bastante anticipación sobre lo que sería su decisión política.

Cuando el teniente coronel Andrés Selich, anticomunista jurado, le preguntó a su prisionero por qué estaba desmoralizado, éste le dijo que la causa de su estado de ánimo era que había fracasado, que había sido derrotado. Selich intentó interrogarlo pero se encontró con un hombre que no estaba dispuesto a decir una palabra que pudiera comprometerlos a él y al movimiento revolucionario que representaba.

Selich fue el primero que habló de la invasión extranjera. La presencia de cubanos en la guerrilla autorizaba esa acusación. El Che le dijo que mirara cómo vivían los campesinos y entonces se explicaría el por qué de la guerrilla. Selich le respondió que en Cuba no vivían mucho mejor. El Che concluyó la charla señalando a los dos guerrilleros cubanos que estaban muertos a su lado. -Estos muchachos podían tener en Cuba todo lo que quisieran y, sin embargo, dejaron todas las comodidades para venir a luchar acá. Selich lo escuchó, pero estaba claro que no lo entendía. De todos modos, no dejó de llamar la atención la entereza moral de aquel Guevara derrotado y herido, tratando de dar explicaciones políticas sobre su decisión y eludiendo con dignidad todas las preguntas que pudieran comprometer a sus compañeros y al régimen cubano.

El Che Guevara pasó la última noche de su vida en La Higuera. A la mañana temprano llegaron en helicóptero el coronel Joaquín Zenteno Anaya y el agente de la CIA, Félix Rodríguez, cubano y ex combatiente de Bahía de los Cochinos. Los cortocircuitos entre los militares bolivianos y la CIA son interesantes de detallar. Por lo pronto, les molestaba que Rodríguez sacara tantas fotos y copiara documentos del Che. También les fastidió la charla distendida que el agente de la CIA mantenía con el Che.

Según se sabe Rodríguez abogaba para que el Che no fuera ejecutado. Consideraba que era lo menos inteligente que se podía hacer y advertía sobre los riesgos de la leyenda y el mito. Los oficiales bolivianos no pensaban muy diferente, pero lo que inclinó la balanza a favor de la ejecución fue la orden que llegó de La Paz para cortar por lo sano y matar a todos los guerrilleros prisioneros, incluido el Che.

Justamente fue Rodríguez quien le informó a Guevara la decisión. ¿Cómo recibió el Che la noticia? “Mejor así...no debí permitir que me tomaran con vida”, dijo. El propio Rodríguez ponderó el coraje y la hombría de su enemigo. “En esos pocos instantes aprendí a respetarlo -escribe- colocado ante la decisión más importante de su vida, reaccionó como un hombre”.

Hay una foto que registra el momento en que el Che y Rodríguez están juntos. Según el agente de la CIA, se abrazaron y se despidieron como amigos. ¿Es posible? Puede serlo. En situaciones límite todo esto es posible. Sobre todo porque Rodríguez era la única persona con la que el Che podía mantener una charla más o menos interesante.

Antes de ser ejecutado el Che envióa saludos para Fidel Castro y le recordó que pronto vería una revolución triunfante. El segundo mensaje fue para su mujer, Adelaida March: “Dígale a mi esposa que vuelva a casarse y trate de ser feliz”. El primer deseo no se cumplió plenamente; el segundo pertenece a la intimidad de Adelaida, que efectivamente volvió a casarse

La última persona que conversó con el Che fue la maestra de la escuela de La Higuera. Era una mujer joven que se llamaba Julia Cortez. Es interesante ese breve encuentro. Poco se sabe de esa maestra, pero se han escrito algunos bellos poemas a ese momento y, por supuesto, muchas mujeres habrían dado lo que no tenían por haber sido esa anónima maestra.

Guevara le dijo a Julia Cortez que era una vergüenza que ese local oscuro, mal iluminado y poco higiénico fuera una escuela. La maestra lo escuchó y no dijo una palabra. Después el Che señaló el pizarrón. Allí había una frase escrita: “Yo se leer”. El Che estaba a punto de morir, sabía que lo iban a ejecutar, y su cuerpo está agobiado por los rigores del asma. Sin embargo, miró a la maestra, sonrió y le dijo. “Hay un error de ortografía”. Todo un tratado acerca de la relación entre el hombre de acción y el intelectual, entre el guerrillero y el escritor puede deducirse de esa anécdota.

La hora oficial de su muerte fue las 13,30. El verdugo fue el sargento Mario Terán, un personaje insignificante a quien su víctima le dio notoriedad histórica. Guevara tuvo palabras de desprecio para su verdugo, que cumplía órdenes del presidente de Bolivia, René Barrientos, y de su Estado Mayor. Conviene insistir al respecto: las autoridades bolivianas fueron las que decidieron que Guevara fuera ejecutado y su cadáver enterrado en una fosa anónima.

A esa altura de los acontecimientos el mito ya estaba desparramado por el mundo. No hubo manera de impedirlo. Cuanto más misterio había alrededor de su muerte más crecía la leyenda. No es verdad que el mito recién cobró fuerza cuando se conoció la célebre foto de Alberto Korda. Por el contrario, la foto adquierió notoriedad y se vendió en Italia como pan caliente porque perfeccionaba al mito que ya estaba instalado.

(Continuará)