Dido y Eneas
Dido y Eneas
Amor contrariado con sabor barroco
Ignacio Andrés Amarillo
La puesta en escena de una ópera completa tiene una intensidad que ninguna gala lírica puede emular. En el contexto de la finalización de sus estudios de Dirección Orquestal, el paranaense Miguel “Otti” Gómez encaró el montaje de “Dido y Eneas” (“Dido & Aeneas”), ópera del compositor barroco inglés Henry Purcell (con libretos de Nahum Tate), para lo cual se apoyó en el Coro de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader), de quien es director y profesor de técnica vocal.
Su corta duración (55 minutos) se combina con la belleza de la música, la fuerza interpretativa que reclama a los solistas y la participación de los coros, por lo que es ideal para un montaje de estas características.
Es además, una obra muy moderna para el período: por su estructura de tragedia griega, prescinde de las arias kilométricas, con muchas coloraturas y poco texto, propias del barroco: en su lugar prima el desarrollo de la trama, con permanente interacción entre protagonistas, secundarios y coros.
Por estas razones, la profesora Susana Caligaris decidió concederle el jueves a este emprendimiento el segundo concierto de “Amicitia, el canto entre amigos”, actividad que había comenzado el domingo 16 con una presentación de sus alumnos.
Las voces
El nivel de los solistas fue bastante interesante, con especial lucimiento de Florencia Burgardt como la reina Dido, a pesar de la lesión que la obligó a usar una férula en el pie derecho (que camufló hábilmente con su largo vestido). Potente soprano lírica, se destacó en la discusión final con Eneas y en la escena de la muerte de la reina, en brazos de la dama Belinda.
Francisco Scotta como el príncipe troyano tuvo su oportunidad de lucirse en su aria final del segundo acto, y Alexia Mors (Belinda) y Antonella Carballo (Mujer II) aportaron su contrapunto a la protagonista.
Para la Hechicera se contó con un reemplazo de lujo: la propia Susana Caligaris, quien ya ha interpretado el rol (en aquella recordada puesta de 2006 a cargo de Roberto Lauvini y Eduardo Casullo). Particularmente solvente, tanto en la interpretación vocal como en la dramática, estuvo secundada por Alejandra Brun y Sarina Segovia como sus brujas (graciosamente pequeñas en su estatura). Esteban Frías tuvo su momento de gloria como el fresco Marinero, levantando a las patadas a sus camaradas.
Despliegue escénico
La puesta en escena, a cargo de Carolina Viola, se mostró bastante básica, a la manera del período (solistas al centro, de frente a la sala, con los coros alrededor), pero apostó al trabajo coreográfico y a los desplazamientos de masas, aprovechando los espacios que brinda la sala (pasillos, palcos avant-scène, fondo de la sala), no sólo por razones escénicas, sino para aprovechar la espacialidad sonora del Teatro (quizás se podría haber trabajado más el acting de los solistas).
Supliendo la falta de decorados, y agregando comentarios que pongan en contexto la acción relatada en cada una de las escenas, estuvo Mario Gastaldi, quien introdujo cada escena con una voz digna de los relatores de radioteatro.
Desde el foso
El grupo de cámara instrumental que reunió Gómez desplegó la limpidez de una música cuya belleza se apoya más en en contrapunto de la partitura que en la técnica interpretativa. Fue un acierto la sutil amplificación de los instrumentos, con el fin de ganar en presencia y nivelar con el teclado electrónico que suplió al clave (instrumento central de los conjuntos barrocos). Zunilda Soncini estuvo a cargo de la ejecución del mismo, en diálogo permanente con los otros instrumentos y con las voces de los solistas sobre el escenario (la orquesta nunca deber ser mero “acompañamiento”, sino interacción permanente con lo que pasa arriba).
Así se desarrolló una iniciativa interesante y valiosa, que ojalá estimule otros montajes similares en nuestra ciudad.
Semper Dowland
La apertura del concierto, antes de la ópera, estuvo a cargo del tenor Julián Herdt y el joven guitarrista Elías Jahuares, quienes hicieron tres clásicos del compositor isabelino John Dowland (siempre vigente, pero “de moda” en estos años tras su recuperación por Sting en el disco “Songs from the Labyrinth”).
“Come again”, “Disdain me still” y “Flow my tears” fueron popularísimas canciones en su tiempo: especialmente la última, quizás junto con la anónima “Greensleeves” los mayores “hits” del Renacimiento (ahora seguramente vendrá alguno que quiera sumar “Guárdame las vacas”, canción tradicional reelaborada por Luis de Narváez).
Ambos intérpretes encararon con solvencia una música fluida y cristalina, incluyendo la ejecución de la flauta dulce contralto por Herdt en la tercera obra.