Un hombre con vocación de diálogo
La designación de Mons. José María Arancedo al frente de la Conferencia Episcopal Argentina fue analizada en todos los medios nacionales como la elección de un “moderado”, a los efectos de transmitir tal impronta a la futura gestión y a la relación de la Iglesia argentina con el gobierno nacional, luego de la tirantez e incluso beligerancia que rigió durante la etapa de Jorge Bergoglio y a la luz de la mayoritaria adhesión popular recogida electoralmente por la mandataria.
Lo cierto es que la moderación, pero sobre todo la firme vocación por el diálogo, son dos de los atributos que se destacan en la trayectoria del arzobispo santafesino. Así quedó de manifiesto desde su misma llegada, en los primeros meses de 2003, a la diócesis local; atravesada en aquel momento por la grave crisis que produjo el alejamiento de Edgardo Storni, y el escándalo -sin antecedentes en la provincia- que lo precedió y lo produjo.
A escasos días de asumir, Arancedo convocó a los sacerdotes de la diócesis para empezar a “curar las heridas” que había dejado abierta aquella circunstancia. Poco después, en ejercicio del rol de “pastor” que corresponde a un obispo -y en el que expresamente se erigió apenas llegó a la diócesis-, debió acompañar a la ciudad en uno de los momentos más tristes, como fue la inundación de abril de 2003
El diálogo fue también la actitud asumida, en forma periódica, hacia los hombres y mujeres del periodismo; no sólo para llegar a través de ellos -y por otras vías- a toda la feligresía y a la comunidad en general, sino también para intercambiar opiniones sobre temas actuales y de preocupación común. Al respecto, no puede menos que destacarse la accesibilidad del arzobispo a la hora de realizar entrevistas y su voluntad de difundir su mensaje a través de todos los medios de comunicación disponibles.
Una vez más, esa misma vocación y su clara orientación hacia la solidaridad y el compromiso social, se extendió a los otros credos que participaron de una mesa compartida también con entidades representativas de la actividad cultural, productiva y académica de la ciudad, con el fin de debatir y aportar soluciones a los temas más acuciantes.
La moderación y el diálogo, lejos de la tibieza y la complacencia, pero también de la crispación y el hermetismo, se revelan entonces, por pensamiento y por trayectoria, como las señas particulares de quien encabezará por los próximos tres años a la cúpula del Episcopado argentino. Mucho más que una cuestión de buenos modales, tales características parecen ser las más apropiadas para encarar una nueva etapa, acorde a las expectativas y necesidades de la convulsionada sociedad argentina, y a las puertas de nuevos debates que atañen a la tensión entre el espíritu laico y el religioso. En ese sentido, y aplicado a todos los otros debates y enfrentamientos que atraviesan el país, resulta no sólo una estrategia, sino también un poderoso mensaje.