Con las vacas al hombro

Voluntad, tambo y familia

Voluntad, tambo y familia

En Providencia, los Fontana fundaron la Cabaña Brío luego de varias décadas de selección entre sus animales y tras emplearse como tamberos a porcentaje en varios establecimientos. El esfuerzo dio uno de los primeros frutos este año, cuando se subieron al podio del Concurso Lechero de la Exposición Rural de Rafaela.

 

Juan Manuel Fernández

[email protected]

La lengua española define la palabra brío como “energía, resolución con que se hace algo” y le asigna los sinónimos pujanza, espíritu, valor, resolución. Brío se llama la cabaña Holando Argentino de la familia Fontana en Providencia y si los académicos castellanos conocieran su historia, probablemente pensarían en ampliar el sentido del término.

Nacidos y criados en Entre Ríos, Oscar y Belkys forjaron 30 años atrás una unión que fue a la vez combustible de vida y coraza para capear innumerables escollos. Se casaron, tuvieron tres hijos -Leandro (25), Melisa (22) e Iván (16)- y entre todos desandaron un sacrificado camino que a principios de los noventa los sacó de un tambo sin energía eléctrica y este año los subió al podio del Concurso de Vacas Lecheras de la Exposición Rural de Rafaela.

Hitos aparte, la biografía familiar es fuera de serie: para poder crecer abandonaron un campo propio y se emplearon como tamberos a porcentaje en varios establecimientos, siempre llevando sus vacas consigo. Hoy la genética se pule a fuerza de trabajo cotidiano entre todos, incluido Leandro que estudia veterinaria en Esperanza y los fines de semana vuelve al hogar a reemplazar a alguno de sus hermanos en las labores del tambo.

Cuestión de sangre

Muestra suficiente de la sangre tambera de los Fontana es la decoración del living de su casa. Dominando el ambiente donde se desayuna, almuerza y cena, en la pared principal luce enmarcada la pintura de una vaca, que no es cualquiera sino una especie de Eva, una de las ramas genéticas de la que desciende el rodeo actual. “Se llamaba Regalona -recuerda Oscar-; vivió 17 años, tuvo 11 partos y dio 12 crías, porque se despidió con mellizos”. El animal fue parte del lote que compró su padre para rearmar a principio de los 70 el tambo que había liquidado unos años antes en Entre Ríos (y que más adelante perdería en un remate judicial).

Cuenta el jefe familiar que su amor por las lecheras es casi un don, una condición congénita. Afirma que con apenas 12 o 13 años ya hacía su propio control lechero pesando la producción de cada vaca. Así inició la selección genética de su cabaña. Y se sincera, ante la resignada pero cariñosa mirada de Belkys: “mi debilidad es comprar semen”. Por si hiciera falta, su señora asegura que “la vocación de él es tan fuerte que a veces asusta”.

Oscar lleva 33 años inseminando artificialmente con genética de primera línea y su conocimiento técnico lo llevó a ganar en 1997 el premio al tambero del año de Editorial Perfil, galardón que la usina a la que entregaba la producción reforzó con un viaje a la World Dairy Expo, una de las muestras lecheras más importantes del mundo, que se realiza en EE.UU. Ese año también obtuvieron el Muy Bien de Martín Bustamante.

Sus animales permanecen bajo control lechero desde 1981 y todas calificadas, por lo que están en condición de inscribirse con pédigree propio. Pero para eso Fontana tiene que hacerse socio de la Sociedad Rural Argentina, por ahora una tarea pendiente.

Camino al andar

La senda recorrida por la familia es explicación suficiente para entender la elección del nombre de la cabaña. A fines de los 70 se remató el campo de la familia de Oscar y siguieron ordeñando en un rinconcito de 35 hectáreas -que se salvó de la subasta- al que lograban arrancarle casi 700 litros con 40 vacas. “No teníamos luz eléctrica -recordó el matrimonio-; la ordeñadora funcionaba a explosión y teníamos que hacer 5 kilómetros en carro para llevar la leche al pueblo”. Se ríen al evocar que el lavarropas marchaba unido por una correa al motor del tambo, por lo que las pilchas se sacudían entre el jabón al mismo tiempo que las pezoneras hacían su trabajo. “El corralito de Leandro y Melisa era el tanque donde almacenábamos el alimento de los animales; ahí adentro los dejábamos jugando y cada tanto alguna vaca se pegaba un susto bárbaro cuando metía la cabeza buscando comida”, relata la mamá.

Cuando el espacio empezó a quedar chico tomaron una decisión inverosímil: dejaron el establecimiento propio y se emplearon como tamberos a porcentaje, pero llevando sus vacas a cuesta. Hacía tiempo que inseminaban y seleccionaban animales y no era cuestión de deshacerse de ese precioso capital (material, pero sobre todo espiritual).

Especie de tamberos trashumantes, un buen día de 1992 subieron todo -pertenencias y hacienda- a un par de camiones y se mudaron a Aldea Brasilera. “Yo estaba a porcentaje pero me permitían tener mis vacas”, recuerda Oscar, y agrega: “ahí llegamos a producir 1.000/1.100 litros”. Durante 4 años permanecieron en ese lugar, donde también hacían quesos. “Los chicos hacían la tarea en la quesería... ¡desayunábamos en la quesería!”, aporta Belkys.

Cuando el campo se puso a la venta el propietario les ofreció a los Fontana prestarles vacas para que alquilen tierra y se independicen. “La verdad que no me animé”, reconoce Oscar. Era a fines de los 90 y la situación no inspiraba confianza. Así que otra vez cargaron los camiones -esa vez ya fueron 3 con hacienda- y enfilaron a Las Petacas, en suelo santafesino, a seguir como tamberos a porcentaje. Pero esta vez pidieron un poco más a cambio de poner su vacas a producir para el dueño. “Vivíamos del sueldo de tamberos -recuerdan- y la ganancia del ordeñe la reinvertíamos toda”.

Siempre con la meta de crecer, compraban terneras recién nacidas en los tambos de la zona. Más adelante, el dueño apostó a la soja y los Fontana -aprovechando lo que Oscar había viso en EE.UU.-, ante la necesidad de crecer con menos espacio en 2000 montaron un planteo estabulado (un encierre con boyeros) con 190 vacas totales, 60 en ordeñe más la recría. “En esa época tan fea comprábamos toda la comida, traíamos hasta algodón de Chaco y rollos de San Luis”, aclara Belkys. Pero gracias a eso sacaban 25 litros por vaca.

Muy limitado por el espacio y por la dependencia de un patrón, la familia decidió un nuevo movimiento. Así llegaron a Providencia en julio de 2005, con los animales cargados en 5 camiones y pocas cosas más. “Solamente teníamos un auto, los animales y las ganas”, sintetizó Oscar. Desde entonces, “se compró tractor, camioneta, mixer, silo, sembradora, fumigadora”, enumeró Belkys. “Se logró, y se va logrando, porque se hace todo en familia”, agrega Fontana.

Sueño propio

“Por lo general se toma como cabaña a alguien que tiene los animales atados todo el año y los lleva a una exposición. Nosotros no, acá todas las vacas están en un único tambo”, advierte Oscar. Por ejemplo, Mocha parió junto a otras 30 vaquillas y sólo cuando se midió su producción se decidió llevarla a Rafaela.

Por el momento la cabaña vende toros y están abiertos a comercializar embriones. Mientras tanto trabajan el tambo, que produce 3.600 litros diarios.

“El objetivo es seguir creciendo y concretar el pédigree”, replica Oscar cuando se le pregunta por el próximo objetivo. Y aunque no descarta llegar a tener el campo propio, tampoco parece apurado por dejar el nomadismo: “No se si nos radicaremos acá o saldremos para otro lado, yo estoy abierto a lo que salga”.

Pero la vida no está hecha únicamente de realidad y también se necesitan sueños que tiren para adelante. Buscando entre risas disimular un nudo en la garganta, Oscar se anima a decir el suyo: “que se yo... lograr la Gran Campeona en pédigree y que esto continúe”. Belkys también se emociona “porque uno hace 25 años no se imaginaba que llegaríamos hasta acá”. Para los Fontana, tambo y familia son una sola cosa y, en definitiva, el mayor anhelo es que nunca se apague el brío que los llevó a transformar su deseo en realidad.

CAMPO_P8-9_2.JPG

Una postal. Las ubres del lote de punta, que produce 55 litros promedio. Foto: Juan Manuel Fernández

CAMPO_P8-9_3.JPG

La joya. Brío Mocha Morocha Eddie, campeona de la 2º categoría en el concurso lechero rafaelino. Foto: Juan Manuel Fernández

Genética para la vida real

Cabaña Brío es bien diferente de los establecimientos de elite. Es un banco de prueba y no un salón de belleza; se selecciona por respuesta productiva en condiciones normales y no buscando la máxima expresión genética a base de un confort que luego es difícil de generar en un tambo comercial. “A la hora de la selección lo primero es la ubre, después patas y capacidad física”, resume el productor, que aclara: “no miro leche”.

El establecimiento cuenta con 130 vacas en ordeñe sobre 142 totales en 125 hectáreas (70 de aptitud agrícola) con una productividad general promedio de 30 litros por animal, aunque el lote de punta acusa 55. En este último grupo hay algunas perlas, como Paqui (Brío Paqui Pachi Ito), una vaca de 7 años que transita su cuarta lactancia en la que alcanzó un pico de 73 litros diarios; o Mocha (Brío Mocha Morocha Eddie), una vaquillona de primer parto que pinta para récord: en 217 días de ordeñe lleva un promedio de 53 litros diarios, lo que permite proyectar una lactancia de 17.500 litros, más del doble del promedio nacional -de 6.000 litros- para un animal de su tipo. Mocha es, además, la estrella de la cabaña luego de coronarse campeona de la 2º categoría (33 meses y un día hasta 42 meses y/o hasta 6 dientes) en el concurso lechero rafaelino, tras producir 107,071 kg de leche con 2.39% de proteína y 3.04% de grasa en 48 horas.

CAMPO_P8-9_5.JPG

Promesa cumplida. Oscar y Belkys le prometieron a la Virgen construirle una ermita si conseguían trabajo. Cumplieron.

Foto: Juan Manuel Fernández