Crónica política

Adelante radicales

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Rogelio Alaniz

En 1962 Arturo Illia otorga una entrevista a una reconocida revista nacional de entonces. La UCR está atravesando por una de sus habituales crisis políticas y en la ocasión el dirigente radical dice dos cosas importantes. El radicalismo sigue siendo el espacio político válido para luchar a favor de la democracia y la libertad. Constituir un partido nuevo es tirar por la borda medio siglo de experiencias y aprendizajes sin ningún beneficio a la vista. Los problemas del partido son serios, pero es mucho más práctico corregirlos internamente que destruir lo que queda para empezar desde la nada con el riesgo cierto de reproducir en condiciones mucho más desventajosas los mismos errores que ahora se quieren rectificar.

La otra consideración que Illia hace en esta entrevista, es que para el bien del partido se impone que algunos dirigentes vuelvan a su casa. No da nombres, pero todos saben de quién o de quiénes está hablando. Aclara, por último, que la renovación es en primer lugar una renovación de ideas que puede incluir una renovación generacional, renovación que no puede tirar por la borda las enseñanzas y experiencias de dirigentes que hayan dado pruebas de que defienden “la causa” y no “su” causa.

¿Mantienen actualidad estas declaraciones? Creo que sí. La UCR sigue siendo el otro partido en la Argentina con representación territorial extendida a toda la Nación. Esta representación se ha debilitado en los últimos años, pero atendiendo a la representación municipal y parlamentaria la UCR sigue siendo un partido de alcance nacional, no sólo por los datos de la geografía y los cargos públicos, sino también por aquello que es indispensable para que un partido nacional merezca ese nombre: la memoria histórica.

No se equivoca Illia cuando dice que mucho más práctico es reformar un partido que abandonarlo con la ilusión de empezar de nuevo. El capital social, cultural y simbólico de un partido tradicional es demasiado importante para tirarlo por la borda. Las experiencias acerca de partidos nuevos están a la vista: no exceden la representación municipal, no van más allá de la ilusión mediática, son plataformas para aventuras personales y reproducen en pequeño los vicios de las antiguas formaciones políticas.

Hace unos años lo escuché hablar a Mujica en un acto público celebrado en un pueblo de Uruguay. En cierto momento alguien desde el público dijo algo contra los partidos tradicionales. Mujica interrumpió el hilo de su discurso y le contestó a su improvisado interlocutor. Lo que le dijo -palabras más palabras menos- es que el objetivo histórico del Frente Amplio es llegar a ser un partido tradicional, es decir un partido arraigado en la memoria de un pueblo. “Cuando seamos un partido tradicional tendremos la mitad de la batalla ganada”, concluyó para el asombro de algunos de sus interlocutores más jacobinos.

Que la UCR sea un partido tradicional en los términos planteados por Mujica, no quiere decir que disponga de un certificado de inmortalidad. La experiencia enseña que los partidos tradicionales desaparecen. No es fácil hacerlo, pero si se empeñan lo van a lograr. Al respecto, el espejo que tienen más a mano es el de ciudad de Buenos Aires, un distrito donde la UCR desde 1912 nunca había perdido una elección, ni con los conservadores ni con los peronistas. Pues bien, hoy no existe.

Se cuenta que en una entrevista le preguntaron a Ratzinger, que todavía no era Papa, si la Iglesia Católica era una institución sostenida por el Espíritu Santo. Ratzinger dijo que él creía que era así. “Y la prueba más evidente de que es el Espíritu Santo el responsable, es el hecho de que la Iglesia se mantenga como institución a pesar de los esfuerzos que hemos hecho los sacerdotes a lo largo de la historia para que esto no sea así”.

Ratzinger se permitió ironizar al respecto, pero desde Freud en adelante sabemos que el chiste dispone de su propia verdad. En el caso de la UCR, la humorada de Ratzinger adquiere tono de diagnóstico porque la tentación de creer que la UCR existe a pesar de las macanas cometidas por los radicales, es grande. Humoradas al margen, se sabe que los partidos tradicionales pueden morir. El radicalismo no está agonizando, pero está muy cerca de ingresar en terapia intensiva. Por lo pronto pareciera que hay dirigentes que trabajan con denuedo para que ello ocurra.

En provincia de Buenos Aires y en Capital Federal, una claque de dirigentes que, al decir de Illia, hace rato que deberían haber regresado a sus casas, redujeron el partido a una secta testimonial sin testimonio. Lo más patológico o perverso de este proceso es que cada vez que surge un núcleo de dirigentes con ideas renovadores la vieja claque, protagonista de sucesivas y escandalosas derrotas, se encarga de expulsarlos.

Un dato elocuente de la crisis de un partido de masas es cuando sus dirigentes empiezan a expulsar invocando razones disciplinarias o ideológicas. Al respecto, importa aclarar que en los partidos de masas no existen las expulsiones, sanciones que valen para los partidos ideológicos o totalitarios. El otro rasgo de la crisis terminal de un partido es cuando en la conducción se constituye una claque artífice de todas las derrotas pasadas, pero que dispone del poder interno como para impedir la renovación, constituyéndose así una relación perversa en la que dirigentes que no pueden presentarse a ningún cargo público porque no los vota ni la madre, tienen capacidad para decidir en el interior del partido, mientras que los dirigentes que disponen de aceptabilidad pública carecen de representación en el aparato partidario.

Respecto del origen de la UCR, se pueden hacer las más diversas interpretaciones, pero en lo que hay amplia coincidencia entre los historiadores es que el radicalismo fue desde sus inicios un partido de masas, de composición policlasista y extensión nacional. Si pierde esa referencia pierde su razón de ser. Un radicalismo con el dos por ciento de los votos es un chiste o una tragedia; un radicalismo con el once por ciento de los votos, es un radicalismo vivo pero mutilado en sus objetivos históricos.

Habría que decir, al respecto, que tan grave como obtener el once por ciento de los votos es engañarse a sí mismo y pretender engañar a los otros, presentando a una derrota como un triunfo. ¿No fue Alfonsín el que dijo que hacía todo lo que hacía porque él estaba persuadido de que le ganaba a la señora? ¿Cómo presentar entonces como una victoria una performance electoral que perdió por más de cuarenta puntos? ¿Este Alfonsín es el hijo de quien se opuso a Balbín, entre otras cosas, porque lideraba un partido que se había resignado a no sacar más del veinticinco por ciento de los votos?

Ningún radical debe olvidar que la UCR tiene más de cien años de existencia porque fue capaz de renovarse, de adaptarse a los nuevos tiempos. Si el radicalismo se propone seguir gravitando en el siglo XXI deberá entender, interpretar a la sociedad que se propone representar. Una vez más a los radicales hay que recordarles que son ellos los que deben entender a la sociedad y no a la inversa.

En ese sentido las alternativas que se abren hacia el futuro son bastante claras: o la UCR se renueva y le propone a la sociedad ideas, esperanzas y proyectos realizables o se precipita en una larga crisis con un previsible final. Los radicales aún están a tiempo de transformar al partido en el centro de una gran convocatoria popular. Esa renovación se hace en primer lugar con ideas y con hombres y mujeres que encarnen esas ideas. Los radicales deben entender que lo más importante de la acción política está afuera del partido, no adentro. También deben aprender a diferenciar la memoria de la nostalgia y el anacronismo.

La Argentina necesita del radicalismo, de su moderación, de su cultura republicana, de su sensibilidad social, pero los radicales deben saber que la Argentina puede continuar su existencia sin el radicalismo. A la Argentina hay que transformarla, pero para ello primero hay que entenderla. No se puede hacer política si no se sabe en qué mundo y en qué país vivimos.

El radicalismo debe proponerse ser el centro de una gran convocatoria nacional opositora. En sus orígenes la UCR se concibió como un movimiento; hoy debería pensarse como el artífice de una amplia coalición social y política. En la Argentina existen dos grandes espacios políticos y culturales, con su derecha, su centro y su izquierda. Uno es nacional, corporativo y popular; el otro es republicano, democrático y también popular. El peronismo es el centro del primero, el radicalismo debería ser el centro del segundo. Expreso bien los tiempos verbales: digo “debería”, porque hoy no lo es.