A la sombra de Dédalo

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Laberintos en Touraine, Francia. Foto: Archivo El Litoral

Por Julio Anselmi

 

“El juego del laberinto”, de Pablo De Santis. Alfaguara. Buenos Aires, 2011.

En 2003, se conoció El inventor de juegos, de Pablo De Santis. Allí, se presentaban Iván Dragó y sus amigos Ríos, Lagos y Anunciación. También Zyl, la ciudad famosa en el mundo por la construcción de juegos de todo tipo. El hundimiento del siniestro colegio Possum y la lucha contra el director de los Juegos Profundos concentraban las aventuras del libro.

Ahora, acaba de publicarse una nueva aventura con los mismos personajes principales. Iván Dragó vive en Zyl y descubre un día que su abuelo le oculta una carta, la invitación a participar de un juego del Club Ariadna, un club de constructores de laberintos liderados por la malvada Madame Aracné, que vive en la clandestinidad, culpable de la locura y la muerte de un estudioso de laberintos. Este especialista en dédalos del Renacimiento aseguraba haber memorizado la forma de mil doscientos laberintos y era capaz de aspirar el humo de su pipa y dibujar en el aire un laberinto de humo. Desafió a Madame Aracné y un año después lo rastrearon en una casa en medio del campo, gritando que se encuentra perdido en el horrible laberinto donde su enemiga lo ha encerrado. Resultó inútil querer demostrarle que estaba en medio de una llanura vacía. Cuando trataron de sacarlo para llevarlo a un hospital psiquiátrico sufrió un ataque cardíaco y murió.

El abuelo convence a Iván, pues, a no dejarse tentar por la invitación, pero un día llega a Zyl un jardinero que se ofrece para podar el viejo laberinto de ligustros de la ciudad. Reparte y desperdiga extrañas semillas por todos lados. Al día siguiente desaparece y ya las semillas empiezan a brotar irrefrenablemente, con plantas feroces que invaden casas y calles hasta aislar a Zyl y transformarla en una selva que atrae incluso a animales feroces. Una semilla especialmente destinada a Iván crece dibujando un mensaje: a menos que él acepte la invitación del Club Ariadna, Zyl se convertirá en un laberinto para siempre.

De manera que Iván parte hacia la capital para enfrentarse al “laberinto mental” que le han preparado con el fin de perderlo para siempre, un laberinto mental que tiene la forma material de la metrópolis. Su amiga Anunciación lo acompañará personalmente en los vericuetos y desafíos que De Santis narra con suspenso, inteligencia y humor.

Meandros, repeticiones, circunvoluciones, recodos, ramificaciones, multibifurcaciones, confusión -en lo similar o idéntico- y el Minotauro son componentes inherentes a la realidad o al símbolo que conforman el laberinto. Hay también un nombre propio ineludible que forma parte del fenómeno. En la novela de De Santis, se juegan todas las variaciones (hasta el destino de Madame Aracné, que “sin laberintos se sentía perdida”), pero no se pronuncia ese nombre cercano. No hacía falta, porque De Santis es uno de los escritores argentinos que mejor aprendió la lección principal de Borges, la que negaba la idea que quiso instaurar gran parte de la literatura de ruptura del siglo XX (tantas veces valiosa en sí misma), la idea de que la narración clásica (argumentos y peripecias y personajes sólidamente congeniados) eran asunto agotado y caduco.


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