Preludio de tango

El tango y la calle Corrientes

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Manuel Adet

 

Desde hace por lo menos setenta años, los porteños insisten en declarar que la calle Corrientes no es la de antes. Parecería que sucesivas generaciones hubieran decidido ponerse de acuerdo en referirse a la persistente decadencia de una de las principales avenidas de la ciudad, de hecho la más importante para la mitología del tango.

Más allá de las efusiones melancólicas de los porteños, lo cierto es que provincianos y turistas seguimos disfrutando de la calle que atesora los mitos más trascendentes de la ciudad. Decadente o no, calle Corrientes sigue disponiendo de las mejores librerías de usados y de los otros, los bares emblemáticos de una generación como La Paz, El Foro o la Giralda y las típicas salas de teatros.

Hasta hace pocos años, cada vez que se quería representar la vida urbana de Buenos Aires la imagen preferida era la que mostraba a Corrientes de noche en un plano general, con sus luces, sus marquesinas y el deambular permanente de la gente. En 1950, cuando muchos porteños aseguraban que Corrientes ya no era la de antes, el periodista Roberto Gil la bautizó como “la calle que nunca duerme”. Sin ir más lejos, mi hijo vive en la esquina de Corrientes y Callao y me asegura que esa condición de calle nocturna se mantiene intacta todos los días de la semana.

También se mantienen intactos los mitos, que son los que nos importan. Para los poetas del tango, Corrientes es la calle emblemática de la poesía ciudadana. Hay dos poemas bellísimos que la evocan sin disimulos. Uno es el de Celedonio Flores con música de Francisco Pracánico: “Corrientes y Esmeralda”. El tango fue interpretado por los grandes ases del género, pero si alguien me solicitara alguna recomendación sugeriría a Edmundo Rivero y una versión notable de Héctor Pacheco.

“Corrientes y Esmeralda” es un clásico de la buena poesía tanguera. Como corresponde a la poética de Celedonio Flores, algunos giros se han incorporado para siempre al imaginario popular. “En tu esquina rea cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel”, es perfecto. Algo parecido podría decirse de los dos primeros versos: “Amainaron guapos junto a tus ochavas, cuando un elegante los calzó de cross y te dieron lustre las patotas bravas, allá por el año novecientos dos”. La leyenda Jorge Newbery poniendo en línea a golpes de puño a los compadritos de facón al cinto, ya es considerado un documento histórico.

El otro tangazo evocativo de Corrientes corresponde a Homero Expósito y Domingo Federico. El título del poema es toda una declaración de principios:“Tristezas de la calle Corrientes”. La canción fue estrenada por Libertad Lamarque en 1942, pero a mi criterio la mejor interpretación es la de Raúl Berón.

El poema instala un mito singular de la calle, descripta como el lugar del pecado, el espacio donde se mezclan las esperanzas y las tristezas; los sueños y lo desengaños; el amor y la pérdida del amor. Algunos versos son memorables: “Vagos con halagos de bohemia mundanal/ pobres sin más cobres que el anhelo de triunfar/ ablandan el camino de la espera/ con la sangre toda llena de cortados en la mesa de algún bar”. O esta imagen digna del mejor poeta existencialista. “Risa que precisa la confianza del alcohol; llanto hecho canto pa’ vendernos el amor...”.

Por supuesto, Carlos Gardel no podía estar ausente a la hora de rendirle homenaje a calle que conoció de pibe, la calle que fue testigo de su gloria cuando todavía era angosta. “Corrientes” es un tango escrito por Jorge Cuni y musicalizado por Ángel Danesi. Gardel la interpreta con su habitual maestría: “Corrientes calle nocturna de milongas, calaveras y gente bien, en tus calles de vicios y de orgías maté mis alegrías, mi único Edén”. Otra vez la calle es sinónimo de vicios y sus luces y brillos la antesala de una emboscada. Corrientes deslumbra a la mujer y al hombre del barrio que sueñan con perderse en el jolgorio nocturno de la calle. El poema “Corrientes” está muy bien escrito, pero el autor podría haber prescindido de la última estrofa, cargada de lugares comunes y cursis.

“Corrientes” es mencionada en diferentes poemas y la mención alude siempre a su mundanidad, a su vértigo nocturno. “A media luz”, el tango escrito en 1924 por el uruguayo Carlos Lenzi, se inicia nombrando a la calle: “Corrientes, 348, segundo piso ascensor”. Hasta el día de hoy, los turistas o los distraídos siguen indagando sobre esa dirección que pertenece exclusivamente al mundo de la ficción, pero que necesitó de la calle Corrientes para hacerse creíble. “A media luz” integra el repertorio no sólo de los grandes cantores de tango, sino de los más distinguidos intérpretes de boleros. Con todo, la versión de Carlos Gardel sigue siendo insuperable.

“Pucherito de gallina” fue escrito y musicalizado pro Roberto Medina en 1958. No conozco otra versión que no sea la de Edmundo Rivero. A decir verdad, otra no hace falta. “Con veinte abriles me vine para el centro, mi debut fue en Corrientes y Maipú... del brazo de hombres jugados y con vento, allí quise quemar mi juventud”. Con semejante declaración de principios, calle Corrientes no podía estar ausente.

“Cachadora”, fue escrita en 1928 por Francisco Lomuto. La versión insuperable es la de Julio Sosa. Sobre todo cuando dice. “La otra noche caminando por Corrientes, te cruzaste con el tano que al principio te empilchó; lo llamaste, pero el tano ya canchero, con la biaba que le diste se hizo humo entre el montón”. En el tango de Azucena Maizani, “Pero yo sé”, el bacán pasea por Corrientes y Florida. Y Alberto Vacarezza dice en su poema “Calle Corrientes”: “Calle Corrientes de mis amores, calle Corrientes donde nací, y entre las luces de mil colores aquella noche la conocí”.

Tres menciones más para no abrumar al lector. Dos pertenecen a Enrique Cadícamo y no pueden estar ausentes. Una se llama “Café Domínguez”. Allí es impagable la voz de Julián Centeya recitando con la cadencia tanguera que sólo él era capaz de darle a los poemas: “Café Domínguez de la vieja calle Corrientes que ya no queda...”. Como música de fondo la orquesta de Ángel D’Agostino.

El otro poema de Cadícamo es el célebre “Anclao en París”. En este caso, el porteño evoca a Buenos Aires desde la Ciudad Luz después de diez años de ausencia. Y en una de sus estrofas dice. “Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes, Florida, Esmeralda, tu mismo arrabal, alguien me ha contado que estás floreciente y un juego de calles se da en diagonal”. Por último, cómo no mencionar ese tango de Chico Novarro, “Un sábado más” cuando dice: “Mientras que a mi lado desfila la gente, que asalta a Corrientes un sábado más”.

El tango es una creación de la gran ciudad, del mundo urbano. Esa ciudad puede ser Buenos Aires o Montevideo, pero también cualquier ciudad donde haya un puerto, un arrabal y un mínimo de vida nocturna. Sus personajes tejen la gran comedia humana de la modernidad con sus dramas, sus esperanzas y sus derrotas. La ciudad es una realidad física, un espacio real, pero por sobre todas las cosas es un mito, un formidable mito que el tango celebra periódicamente.

Si la ciudad es decisiva para la existencia del tango, esa ciudad dispone de barrios y calles. París es el barrio Latino y Saint Germain des Prés; Nueva York es la Quinta Avenida; Roma es la Vía Veneto; Madrid es la calle de Alcalá o la Gran Vía; Montevideo es la Avenida 18 de Julio; Santiago es la Alameda, y Buenos Aires es Corrientes. La angosta hasta 1935 y la que conocemos hoy. Allí está todo lo que debe estar para que el tango se realice, incluso el obelisco.


En 1950, cuando muchos porteños aseguraban que Corrientes ya no era la de antes, el periodista Roberto Gil la bautizó como “la calle que nunca duerme”.