Una sobre los changuitos

En muchas partes de nuestra Argentina, chango es niño. Pero acá nos vamos a referir al carrito para ir al súper o a la feria, esto es, ese noble artefacto falluto -¿noble o falluto?- que uno arrastra y que sirve para llevar las compras. Lo que se dice -cuec- una nota sobre ruedas. Sobre rueditas, en realidad.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Una sobre los changuitos

Voy a ser terminante aunque en esta parte sólo soy comenzante: la determinación de sacar las bolsitas de los súper para contribuir a una mayor conciencia ecológica puede generar el mismo impacto que la ruptura de la paridad un peso-un porrón.

Probablemente sus implicados directos no son los mismos: en el caso de las bolsitas y su aparente reemplazo natural -el changuito- hay cierta mayoría femenina; en el caso de los porrones, me atrevo a postular su estentórea, eructiva y grosera masculinidad.

Para el caso es lo mismo: el cese de las bolsitas, el día que no entreguen más ni una (y no esta pantomima que hay hoy en los súper donde la ecocajera se rasca y las otras reman el doble), será como el día cero; será igual, insisto, al día en que me dijeron que el porrón valía uno con cincuenta, y los demás agregados alevosos efectuados hasta la fecha en que la paridad comienza a ubicarse peligrosamente cerca de diez pesos. ¡Pavada de medidor de inflación; otra que el Indec! Es mejor y más exacto el índice porrón.

Pero no me quiero ir del tema: el de las bolsitas será un cambio igual de copernicano, un giro de ciento ochenta grado, un vuelco en las relaciones intercomunitarias, en el modo de comprender la realidad y todas las cosas que podemos escribir por ese palo, que son muchas y casi todas caben.

La primera consecuencia -sacando el supuesto objetivo ecológico, que no puede discutirse- es que seremos inevitablemente más viejos. Siempre creí que el día que necesite esos changuitos para ir al súper, ya se trate de comodidad, resignación o lo que fuera, sería viejo, mentalmente viejo, si se me entiende. A mí me gusta andar por la vida sin changuitos, sin carritos, en lo posible no arrastrando nada.

Pero he visto por estos días, con el seguro negocio para los fabricantes de changuitos o para el que acertó con el oportuno modelo que reemplace a las bolsitas, unos modelos increíbles, que distan mucho del changuito vulgar y pedestre de antes, con dos rueditas de morondanga, endebles, y un par de telas sostenidas a caños más o menos galvanizados, capaces de doblarse con una mirada fuerte.

Ajajá: no señor. Ahora vienen unos carros de puta madre, con mango ergonómico, crisper para verduras, espacio para frutas, compartimiento para bebidas, sector refrigerado, cobertor especial con cierres, salvavidas, ruedas sincronizadas, amortiguadores, GPS. ¡Un lujo!

Y he visto -para mi sorpresa- hasta un sector de estacionamiento o parking para los carritos, que así quedan alineados como si se tratara de autos o motos, a la espera de que sus dueños los vuelvan a buscar.

Y veo inmediatas mejoras, que alguien ya está pensando o fabricando: carritos autopropulsados, con computadora de a bordo, con calculadora para ir haciendo las cuentas, con sonidos especiales y detectores de tomates pasados o manzanas podridas, con sistema de hidrolavado de verduras y cámara hiperbárica, con activador de voz para regateo con el carnicero y en fin, todos los adelantos que la moderna ciencia puede darle al usuario que por fin decidió dejar la tracción a sangre y el acarreo de bolsos para adoptar la tecnología que nos va a mejorar la vida.

Lo dicho, mis chiquitos y sobre todo mis chiquitas: ya nada será igual. Entramos en el brutal final de las dos manos llenas de bolsas y en el reinado de las rueditas que nos llevarán a una vida más cómoda pero menos sanguínea, quizás más ecológica pero menos real. Nos vamos deslizando, casi patinando hacia el ocaso de los tiempos. El índice porrón tenderá a ser reemplazado por el índice changuito. Una catástrofe se avecina. Y no digan que no avisé.