En Familia

La libertad que esclaviza

Rubén Panotto (*)

[email protected]

Cuando preguntamos qué se entiende por libertad, la mayoría de las respuestas coinciden en que es el derecho humano natural de hacer lo que cada uno quiera, sin restricciones ni condicionamientos; es decir, obtener lo que cada cual desea para su propio placer o beneficio, sin impedimentos. Si bien tal definición incluye básicamente el verdadero significado de la palabra, deja sin justificar muchas conductas humanas, que en uso de esa libertad personal caen en esclavitudes que las subyugan y someten a indeseables autoagresiones. Podríamos citar una larga lista de situaciones, pero sólo mencionaré las más comunes, a las que el lector podrá sumar muchas otras: el exceso de la ingesta de alcohol y el consumo de drogas comienzan con una agradable dosis-social, que en algún momento imperceptible se transforma en un atávico yugo, del que es imposible librarse por propia voluntad. También los desórdenes en la alimentación, el juego por dinero, el trabajo compulsivo para poder adquirir más bienes y comodidades, el conseguir fama y figuración como único objetivo, etc. ¿Acaso esto sugiere que la libertad termina siendo perjudicial? De ninguna manera. Quizás podamos inferir que en algo fallamos cuando utilizamos nuestra libertad en perjuicio propio.

El dinero no es malo en sí mismo, no obstante el consejo bíblico dice que “la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”. No es feliz el que tiene mucho dinero, sino el que tiene menos necesidades, reza un dicho muy popular. Tener un coche de alta gama no es reprochable cuando se tienen los recursos para ello; pero cuando los padres concedemos a nuestros hijos adolescentes el placer de manejarlos, ese vehículo puede transformarse en una arma mortal, como ocurre muy frecuentemente con muchos jóvenes y adolescentes, que tronchan sus vidas en un instante de lujuria.

Víctimas de servidumbre y explotación

No pretendo desarrollar el tema de su despreciable historia y actualidad, aunque es necesario reconocer que más allá de su abolición, hace más de 150 años, la esclavitud ha tomado diferentes formas, la mayoría clandestinas pero no menos reales, donde las personas no pueden ejercer claramente sus derechos y libre albedrío.

En nuestro país se registran falsas ofertas laborales que aseguran un futuro promisorio, para reclutar personas que terminan siendo secuestradas bajo amenazas, y víctimas de la explotación sexual y laboral. Podemos asegurar que la trata de personas es una de las especies de esclavitud del siglo XXI. Según Fernando Mao, coordinador de la Red Argentina Alto al Tráfico y la Trata, en el año 2008 la trata de personas se transformó en la segunda actividad más redituable después del tráfico de armas y drogas. Además, este flagelo afecta en un 90% a niñas, niños, adolescentes y mujeres. ¿No será éste el tiempo de ejercer nuestra libertad y derecho para contribuir a la defensa de millares que se hallan padeciendo estas aberraciones? ¿No deberemos ser más proactivos en la prevención de estas miserias, instruyendo y alertando a nuestros niños, niñas y adolescentes? Será entonces el momento de enseñarles el uso correcto de la libertad responsable, debilitada e inexistente, frente a tanto desenfreno de corrupción.

Práctica responsable

Se nace en libertad. Se vive para defenderla. La libertad individual y social se disfruta, pero obliga a su práctica responsable. Obliga al respeto de los límites propios para no invadir los derechos del otro.

Un amigo fumador se disgustó cuando se restringió el uso del cigarrillo en lugares públicos y cerrados, arguyendo que se coartaba su libertad de hacer con su vida lo que se le antoje, a lo que respondí que esa libertad la continuaba teniendo, mas con la condición de no avasallar mi libertad de respirar aire libre de humos. De esta manera podemos aplicar el mismo razonamiento en la libertad responsable que obliga a un tope en el consumo de bebidas alcohólicas, a no invadir con ruidos molestos, a cumplir las señales del semáforo, al trato solidario con los niños y ancianos, a respetar la forma de pensar, que conduce a escuchar y a ser escuchado, etc.

En cuanto al orden y funciones en la familia, los hijos deben ser respetados como personas, pese a que los límites de su libertad estarán determinados, responsablemente, por los padres y/o adultos que los tutoren. El niño se moldea y educa por sus mayores por necesidad, para aprender a ser libre respecto de una responsabilidad. ¿No le parece a usted que toda libertad participativa está vinculada a principios y valores de amor y respeto? ¿No cree que esos valores de la convivencia afectiva y amable son los que evitan los resultados destructivos de la libertad sin parámetros? ¿Alguien puede asegurar que un niño, en cualquiera de sus etapas, está en condiciones de decidir libremente por su propio bien y el de otros? Acordemos, los padres, que el acto más dañino de abandono es dejar que nuestros hijos resuelvan por ellos mismos, sin prodigarles la información de vida necesaria para una correcta toma de decisiones.

Nuestro Himno Nacional comienza con una exaltación a la libertad: “Oíd mortales el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Oíd el ruido de rotas cadenas: ved en trono a la noble igualdad!”. Sin embargo, pareciera que la respuesta para no caer en la libertad que esclaviza está en la expresión de Jesucristo cuando dijo: “... y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres... Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”.

(*) Orientador familiar

La libertad que esclaviza

Hay supuestos ejercicios de libertad que resultan peligrosas cadenas, como el exceso de la ingesta de alcohol y el consumo de drogas, los desórdenes en la alimentación, el juego por dinero, o la figuración como único objetivo. Foto: Archivo El Litoral