Preludio de tango

El teatro y el tango

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No es casualidad que importantes letristas del tango se hayan iniciado en el teatro o hayan concluido su carrera profesional en el teatro. Como guionistas, como poetas o como actores.

Manuel Adet

Alguna vez se dijo que las letras de tango se escribían para ser presentadas en el teatro. O que cada letra era el guión para una obra de teatro. No fue exactamente así, pero en todos los casos la relación del tango con el teatro fue íntima y evidente al mismo tiempo. Se trataba de representar la realidad, expresarla y forjar una estética popular.

Para fines del siglo XIX la Argentina crecía y se transformaba a saltos. Todos los años miles de inmigrantes llegaban al puerto desde Europa. Italianos, españoles, árabes, judíos, polacos. Venían portando sus esperanzas y sus necesidades. Sus residencias fueron los conventillos, particularmente los del barrio sur. Allí se mezclaron con los pocos criollos que se animaban a entrar a la gran ciudad. En ese territorio, donde el trabajador se confundía con el malevo y el cafisho y el payador convivían con las fabriqueras y las prostitutas, se fueron forjando las grandes culturas populares. Con lo lindo y con lo feo, con las inspiraciones poéticas y los arrebatos cursis. En esos patios pobres, en esos cuartos miserables, el payador desgranó sus primeras letras urbanas y en la noche estrellada podía oírse el lamento de alguna acordeona templada por un gringo que extrañaba su tierra.

También de esa época datan los primeros teatrinos populares, modestos escenarios levantados con sacrificio y horas robadas al sueño y el descanso. ¿Qué pasaba con esos hombres y mujeres, que lejos de su país, lejos de sus afectos, se esforzaban por expresarse a través del teatro? Algunos eran cultos. Los menos. En su gran mayoría se trataba de personas que apenas dominaban el español. Y sin embargo, se las arreglaban para expresarse . Expresarse a través de la música y el teatro, en un tiempo en que no había radio, mucho menos televisión o Internet.

Todavía hoy sobreviven en Buenos Aires esas pequeñas salas de teatro donde cientos de personas anónimas subieron alguna vez al escenario a representar un rol, un papel muchas veces improvisado. Los textos de historia aseguran que en aquellos años, en cualquier local anarquista o socialista había una sala de teatro. La sala -o la salita- para ser más preciso, era tan importante como la biblioteca o el salón de reuniones.

En ese formidable laboratorio social se fue forjando el tango y su representación escénica: el teatro criollo. A ese camino, el tango y el teatro lo recorrieron juntos y para ello recurrieron a los mismos recursos. El escenario, la puesta en escena, el lenguaje y el público fueron los mismos. No es casualidad que importantes letristas del tango se hayan iniciado en el teatro o hayan concluido su carrera profesional en el teatro. Como guionistas, como poetas o como actores.

El ejemplo más elocuente es el de Enrique Santos Discépolo. Pero no es el único. Las letras de Discépolo no pueden ser entendidas al margen de su formación teatral. El sainete, el grotesco o el drama están presentes en todos sus poemas. Hasta el día antes de morirse Discépolo sostuvo que siempre se sintió un hombre del teatro. Y lo era efectivamente. Su hermano, Armando, lo inició en esas lides culturales. Algo parecido puede decirse de Raúl González Tuñón y su hermano Enrique. Poeta uno, dramaturgo el otro, pero ambos preocupados por forjar una estética popular.

Lo que vale para Discépolo, también vale para Manuel Romero, autor de “Patotero sentimental”, Elías Alippi que escribió el poema “Sos bueno vos también” y Alberto Vacarezza, autor de “La copa del olvido”. La lista de letristas comprometidos con el teatro se amplía con la presencia de Pedro Blomberg, Ivo Pelay, Luis Bayón Herrera, Roberto Cayol, Pascual Contursi y José González Castillo, entre otros.

Cualquiera de estos nombres son representativos de la historia del tango y sería imposible escribir sus biografías sin mencionar su relación con el teatro, relación que provenía de la vocación, la necesidad de satisfacer las inquietudes estéticas o de atender las exigencias del bolsillo pero en todos los casos, en los años diez y veinte era muy previsible que un poeta estuviera relacionado con el teatro a través de la crítica, la escritura o la interpretación.

Sin ir más lejos, lo que todos consideran como el inicio de las letras de tango “Mi noche triste”, se estrenó en una sala de teatro. Y en 1918 esta canción se reestrenó en el Teatro Esmeralda en el sainete “Los dientes del perro”, escrito por González Castillo (el padre de Cátulo) y Weisbach. La obra fue presentada por la compañía de Muiño y Alippi, la cantó Margarita Polo y la música estuvo a cargo de Roberto Firpo.

Los historiadores aseguran que en 1856 se estrenó en el Teatro Argentino, “La cabaña del tío Tom” y el actor español Santiago Ramos presenta lo que califica como “un tango”. Su título es singular. “Tomá mate” el estribillo decía: “Tomá mate, tomá mate che, tomá mate que en el Río de la Plata no se estila el chocolate”. A Santiago Ramos se le asigna haber traído a estas tierras el tango andaluz, lo que dio lugar a que los estudiosos aseguren que el tango argentino tiene su origen en ese género, hipótesis interesante pero que es refutada por otros estudiosos.

Otra lectura histórica, afirma que en 1889 la primera milonga se baila en una obra de teatro. Se trata de “Juan Moreyra” y el escenario es el circo de los Podestá en Montevideo. En 1914 el dúo Gardel-Razzano debuta en el Teatro Nacional de calle Corrientes. Fue una obra representada por la compañía Ducasse- Alippi y los cantores intervienen en el cuadro final.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX esta relación entre el tango y el teatro empieza a consolidarse. Los responsables de este proceso son conocidos. Carlos Mauricio Pacheco, autor de “Música criolla”, “La ribera”, “Una juerga”. Enrique García Belloso con “Gabino el mayoral”. Y Alberto Vacarezza con “Tu cuna fue un conventillo” “El jugador”, “Los escruchantes” o el famoso “Conventillo de La paloma”

Según el propio Alberto Vacarezza , un tango es una pequeña obra teatral. Y según los entendidos, el sainete es una pequeña obra teatral jocosa de un solo acto. En esa línea se establece una relación que dará lugar a excelentes letras de tango. El sainete no excluía el drama, el grotesco y el cuadro de costumbres. El mundo popular de entonces contenía al conventillo, el barrio y la esquina, la soledad y las miserias del inmigrante, el cafetín, los dramas sentimentales, las compadreadas de los malevos, la rebeldía proletaria de los primeros luchadores sociales y la picaresca.

Ir al teatro en los años veinte era, entre otras cosas, ir a disfrutar de los tangos. Importantes y famosas letras de tango se escribieron para ser representadas en el teatro. El teatro les dio satisfacciones estéticas a los poetas y, en más de un caso, les dio de comer. Recorrer la noche de Buenos Aires significaba ir al cabaret o al teatro de revistas. En cualquiera de los casos, el encuentro con el tango era inevitable. La calle Corrientes pero lo mismo vale para Florida. Esmeralda, Maipú- se distinguía por sus salas de teatro y sus locales nocturnos. Detrás de las luces, el bullicio y el esplendor de la fiesta, estaban los actores, los poetas, los libretistas que todas las noches preparaban la gran puesta en escena para que la ciudad celebrara su mito más perdurable.

En ese formidable laboratorio social se fue forjando el tango y su representación escénica: el teatro criollo. A ese camino el tango y el teatro lo recorrieron juntos y para ello recurrieron a los mismos recursos.