La paradoja de Jesús de Nazaret

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“La Sagrada Familia con dos ángeles ante un paisaje”, de Sebastiano del Piombo.

Pbro. Hilmar Zanello

 

El tema de esta reflexión con motivo de la Navidad fue planteado por el Papa Benedicto XVI cuando, al comentar las Bienaventuranzas de Jesús, habla de la Paradoja de Jesús, en su enjundioso libro sobre Jesús de Nazaret.

Al recorrer toda la enseñanza del Evangelio de Jesús constataremos el acierto de Benedicto XVI al exponer lo fundamental del mensaje cristiano como un proyecto verdaderamente paradojal y original.

Podemos afirmar que Jesús constituye la paradoja más grandiosa que conoce la historia.

Jesús aparece en una región secundaria del Imperio Romano, dentro de una nación a la que los dominadores de entonces definían como la más triste de todas (Tácito), perniciosa para las otras (Quintiliano) y considerándola como una despreciabilísima colección de esclavos (Tácito).

Jesús no sale jamás en su vida de entre esta gente, ni muestra el deseo de conocer el mundo de los sabios, de los estetas, de los políticos o de los guerreros que dominaban la sociedad de entonces.

Dentro de su mismo país pasa al menos las nueve décimas partes retirado en una humildísima aldea, sólo conocida proverbialmente por su mezquindad.

Allí no frecuenta escuelas, no maneja doctos pergaminos, no mantiene relaciones con lejanos sabios de su nación. Trabaja únicamente como “carpintero”.

Durante treinta años nadie sabe quién es, salvo dos o tres personas tan calladas como él mismo.

De pronto, pasados los treinta años, se presenta en público y empieza a obrar. No dispone de medios humanos de ningún género: no tiene armas, ni dinero, ni sabiduría académica, ni argumentos políticos.

Anda casi siempre entre gente pobre, pescadores y campesinos, y busca con particular solicitud a los publicanos, a las meretrices y a los desechos de la sociedad decorosa.

Opera entre esa gente milagros de varios géneros.

Se asocia a un grupito de pescadores que lo siguen constantemente como sus discípulos. Actúa menos de tres años; su actividad consiste en predicar una doctrina que no es filosófica sino exclusivamente religiosa y moral. Una doctrina cuya particularidad más inaudita es que jamás se ha predicado en el mundo. Una doctrina, diríase, formada con lo más repudiado por todas las filosofías humanas, con lo que el mundo entero ha arrojado lejos de sí.

Lo que para el mundo es mal, para Jesús es bien; lo que para el mundo es bien, para Jesús es mal.

La pobreza, la humildad, el perdón, el soportar silenciosamente las injurias, el apartarse para dejar paso a los demás, cosas que son sumos males para el mundo, para Jesús son sumos bienes.

Y al contrario, las riquezas, los honores, el dominio sobre las demás cosas que forman la felicidad para el mundo, representan para Jesús valores muy secundarios y quizás peligrosos. Jesús es la antítesis del mundo.

El mundo sólo ve lo que se percibe; en cambio Jesús afirma ver también lo que no se puede percibir.

El mundo ve sólo la tierra y lo que se puede experimentar; en cambio Jesús descubre otras metas que van más allá de lo inmediato y terrenal.

Así aparece con Jesús un sentido nuevo y trascendente de la vida humana, una esperanza que trasciende los límites del tiempo presente. Jesús anuncia y predica un Reino distinto de los reinos de este mundo.

Los súbditos del reino de este mundo, se aman solamente a sí mismos o a lo que les es útil o agradable... en cambio los súbditos del Reino de Jesús, el “Reino de Dios” reciben una fuerza especial para vivir haciendo fraternidad en un amor verdadero y servicial.

Se entabla una lucha entre estos dos Reinos donde al final un Reino vencerá al otro.

En aquella época los fariseos y el poder entablan una lucha contra Jesús y su Reino, acaban por perseguirlo, acorralándolo y decretando su muerte con una aparente derrota de su Reino anunciado por sus palabras.

Es llevado ante los tribunales representado por el Imperio Romano y así muere crucificado como un delincuente.

Después de tres días de haber sido crucificado, los discípulos constatan con una experiencia sorprendente que a ese Jesús que vieron muerto en la cruz ahora lo ven resucitado y viviente con una nueva vida que cambia sus vidas, que los fortalece para llevar esa buena noticia de los valores inaugurados en el Reino de Dios a todo el mundo.

Ahora leemos en los Evangelios que ese Jesús, cuya tumba sellaron los fariseos, ese mismo Jesús que en esta Navidad volvemos a celebrar y festejar su paradójica vida, sigue presente en el mundo trayéndonos aquella buena noticia de su poder como Hijo de Dios entre nosotros.

Por eso hoy, ese Jesús muerto, crucificado y resucitado, se muestra vivo y resucitado a través de innumerables seguidores y discípulos suyos que actúan en el mundo, que viven como testigos del Reino definitivo de Dios.

La lucha en torno al “signo de contradicción” continuará mientras subsistan en este mundo los hijos del hombre.