Con los ojos de un niño

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Un gigante árbol de Navidad instalado en la célebre Galería Umberto I, en el centro de Milán. Foto: AFP

Davide Ré

(Desde Milán, Italia)

Soy un chico como tantos otros nacidos en Italia, donde vivo en el seno de una familia sencilla pero rica de afectos y generosidad, gracias también a mis abuelos que provienen del sur, dos, y los otros dos del norte, y de quienes he aprendido tantas costumbres tradicionales. Precisamente por esto soy afortunado, porque puedo festejar la Navidad por partida doble, tanto con las costumbres italianas meridionales como con las septentrionales.

La diferencia principal estriba que en las primeras se festeja prevalentemente la vigilia de Navidad, la noche del 24, con una cena opípara, mientras que para las segundas la fiesta se concentra en el día de Navidad propiamente dicho, con un gran almuerzo familiar.

Aunque parezca extraño, para nosotros la Navidad comienza el 15 de agosto, es decir en pleno verano. Sea que nos encontremos en la ciudad o en el mar de vacaciones, es ya tradición que empecemos entonces a hablar del menú del 24 de diciembre.

Pasan los meses y con los primeros fríos de noviembre se nos encarga a los chicos una tarea muy seria: escribir la carta al Niño Jesús, detallando los regalos que quisiéramos recibir.

Llegamos al 7 de diciembre, San Ambrosio, fiesta patronal aquí en Milán, donde toda la ciudad festeja, anticipándose a ese espíritu navideño que pronto envuelve a toda la gente. Y llega el día de armar el arbolito de Navidad y el Pesebre, escuchando discos con villancicos. Sólo falta el Niño Jesús, que permanecerá en un cajón hasta el 24 por la noche, cuando será acomodado en la cuna de paja. Y allá lejos se ven los Reyes Magos, colocados sobre un mueble, que cada día irán acercándose, poco a poco, hasta la gruta, donde, montados en sus camellos, llegarán el día de la Epifanía.

El 23 de diciembre empiezan las vacaciones de Navidad. ¡Dos semanas sin clase! Mamá y papá trabajan hoy, así que nos llevan a pasar el día con los abuelos, y yo ayudo a la abuela en los preparativos de la gran cena. Hay que trabajar con tiempo porque comeremos de todo. Habrá masas fritas, dulces y saladas (con anchoa), pero abuelita se olvida cuáles son unas y cuáles las otras, y entonces mañana sólo comiéndolas podrá uno adivinarlo.

A menudo voy hasta el salón para admirar al gran árbol de Navidad, armado sobre una mesita, y que llega hasta el techo. (Pero si voy tan seguido allí es porque un cajón de esa mesita está lleno de chocolatines). Por la tarde voy a la iglesia para los ensayos; seré uno de los monaguillos que servirán en la Misa del Gallo.

Y llega el 24. Nos levantamos temprano porque también hoy vamos a pasar el día en casa de los abuelos, mientras papá y mamá estén trabajando.

Encontramos a la abuela en la cocina, aunque recién son las ocho de la mañana. Cunde el olor de la salsa, de los brócolis, de las salchichas, del pescado, del pollo... y de todo el resto. También hoy la ayudaremos en los preparativos. En efecto, seremos tantos esta noche: aparte de los abuelos, de mamá y papá, estarán todos los tíos y primos, y este año vienen también los hermanos de la abuela con sus hijos. ¿Entraremos todos?

Llega la hora del almuerzo, y, como es tradicional en el sur de Italia, tomamos sopa de arroz con brocoletis. No sé por qué pero parece que este plato ayuda a depurar el estómago en previsión de lo que se viene esta noche.

Y después de almorzar, todos a dormir la siesta. Algunos nos acostamos en la gran cama de los abuelos, y otros en la camita de la tía. Pero estamos tan ansiosos que nos cuesta adormecernos. Y nos despertamos enseguida y corremos a la cocina, donde la abuela continúa atareada.

Poco a poco empiezan a llegar los invitados. Besos, abrazos, manos y mejillas frías por la helada que está cayendo.

Ya no podemos entrar en la sala donde está el arbolito. La puerta debe permanecer cerrada y la luz apagada. Por los vidrios esmerilados de la puerta apenas se entreven los resplandores de las lucecitas intermitentes del árbol. Papá Noel está por llegar, entrando por la ventana que ha sido dejada abierta, y nadie debe verlo.

¡A la mesa! Cuántas cosas para empezar: fiambres, nueces tostadas, tartinas, bocaditos... Y enseguida los primeros platos: espaguetis con salsa de almejas, o sin pescado. Ayudamos a la abuela que sigue moviéndose en la cocina, llevamos los platos, riendo y jugando... y yo acabo haciendo caer el plato con los fideos del tío. Y después los segundos platos: calamares fritos, pollo al horno, pollo con salsa, salchicha (con y sin semillas de hinojo), carne con y sin salsa, pescado frito.

Y para digerir, un buen trozo de hinojo crudo, justo lo que se necesita para aliviar un poco el estómago. Y después cabrito asado, papas al horno... Y después la fruta; por tradición es un buen augurio que haya por lo menos siete diversas clases de frutas. Y al final los dulces: el pan dulce, los turrones, los chocolates. Y el café.

Es entonces cuando suena el timbre de entrada y se escuchan unas campanitas. Es la señal de que Papá Noel ha llegado.

Corremos al salón. ¡Cuántos paquetes debajo del árbol! El abuelo se sienta en una reposera junto al árbol. El más pequeño de nosotros elige un paquete y lo lleva al abuelo, que leerá la etiqueta para descubrir a quién está destinado. Hay que esperar que el afortunado abra el paquete antes de pasar a entregar otro regalo.

Y llegamos a las 23.30, hora de partir a misa con mamá y papá. Tengo que llegar temprano porque oficiaré de monaguillo. La misa es larga pero aguanto firme porque sé que al llegar a nuestra casa nos esperarán otros regalos.

En efecto, volvemos a casa y abrimos nuestros paquetes. Y después de colocar al Niño Jesús en la cuna del pesebre, excitados pero contentos, electrizados por la mágica atmósfera de la fiesta navideña, nos adormecemos dulcemente, para despertarnos a la mañana siguiente con el aroma de la leche con chocolate.

Después nos preparamos para ir a almorzar con la abuela del norte, donde festejaremos con los otros tíos el día de Navidad.

Nos reciben con maníes, mandarinas y chocolatines. Debajo del árbol tenemos nuevos regalos. Y llegan los tíos y se empieza a comer: antipasto mixto, ravioles en caldo, pavo, verduras, fruta y dulce.

Se corta el pan dulce, pero algunos trozos se guardarán para que puedan quedar y compartirse el 3 de febrero, día de San Biagio, protector de la garganta. Comiendo entonces un pedacito del pan dulce cortado en Navidad el santo nos protegerá de las enfermedades.

Han pasado treinta años de aquella Navidad. Algunos de aquellos parientes ya no están; otros se ha agregado, pero las tradiciones permaneces.

El pasado 15 de agosto comenzamos a pergeñar el menú que (quizás) esta vez logremos cambiar.

Mirando hoy la plaza del Duomo de Milán, cerca de donde trabajo, se ven muchos niños de la mano de sus padres, llevando tantos paquetes. Y me conmueve la esperanza de que, como mi abuelo, treinta años atrás, pueda yo mañana estar sentado cerca de árbol de Navidad, leyendo las etiquetas de los paquetes que mis nietitos irán eligiendo.

Y así es, en cualquier edad, siempre es mágica la Navidad, si se la ve con los ojos de un chico.

(Versión de E. B.)

Fundéu bbva

“Legitimar” y “de cara a”

(EFE)

La Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) en la Argentina señala que “legitimar“ significa ‘convertir algo en legítimo’ o ‘probar algo conforme a las leyes’, por lo que debe evitarse la forma “legitimizar”, tal y como recomienda el “Diccionario panhispánico de dudas”.

Así, son correctas frases como: “Se legitimaron las acciones colectivas impulsadas por usuarios y consumidores” o “La Corte legitimó las decisiones de los jueces subrogantes”.

El sustantivo correspondiente es “legitimación” y no “legitimización”.

En ocasiones se confunde inadecuadamente “legitimar” con “legalizar” que es ‘dar carácter legal a algo’, aunque con el significado de ‘certificar la autenticidad de una firma o un documento’ en los diccionarios Clave y Vox se recoge el uso de ambos: “El escribano deberá legitimar/legalizar las firmas de los contratantes”.

Asimismo, señala que el empleo de la expresión “de cara a” es en muchos casos innecesaria y a veces equivocada.

En los servicios de información meteorológica de algunos medios esta expresión se ha convertido en una construcción recurrente: “Un frente frío afectará al centro del país de cara a la jornada de hoy”, “De cara a la noche las tormentas vendrían acompañadas de granizo”, “De cara a principio de semana comenzarán a registrarse temperaturas más altas”.

La expresión “de cara a” quiere decir, según el “Diccionario panhispánico de dudas”, “frente a, mirando en dirección a” y “con vistas a”, significados en los que en las frases mencionadas como ejemplo no tienen mucho sentido, especialmente la última, que trata de algo sucedido en el pasado.

Hubiera sido preferible en estos casos, señala la Fundéu BBVA, que trabaja en la Argentina asesorada por la Academia Argentina de Letras, omitir el “de cara a”, que oscurece el significado de las frases, y decir, sencillamente: “Un frente frío afectará al centro del país en la jornada de hoy”, “Por la noche las tormentas vendrían acompañadas de granizo”, “A principio de semana comenzarán a registrarse temperaturas más altas”.

La Fundación del Español Urgente (www.fundeu.es) es una institución patrocinada por la Agencia Efe y el banco BBVA que tiene como principal objetivo el buen uso del español en los medios de comunicación.