editorial
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Las Malvinas y la necesidad política
Existe amplio consenso en señalar que las intempestivas y hasta ridículas declaraciones de David Cameron, acusando a los argentinos de practicar el colonialismo en el caso Malvinas, responden a sus necesidades políticas internas, detonadas por la crisis económica que atraviesa el Reino Unido de Gran Bretaña. El desempleo, la desocupación, las olas de huelgas que se avecinan, el creciente déficit presupuestario, son problemas reales en ese país y, por lo tanto, no llama la atención que su primer ministro conservador emplee esta medida distractiva.
En realidad, lo que hace no es muy diferente de lo que puso en práctica su antecesora Margaret Thatcher hace treinta años, cuando utilizó en la campaña política para su reelección el envío de tropas para recuperar las Malvinas luego de su ocupación por fuerzas militares argentinas.
El recurso de emplear un enemigo real o imaginario para distraer a la opinión pública no ha sido practicado solamente por los ingleses. En 1982, los militares argentinos intentaron hacer algo parecido porque suponían que la bravata por Malvinas no iba a ser respondida por los británicos. Se equivocaron en la apreciación y los argentinos -empezando por el régimen militar de ese momento- pagamos un precio muy alto por el error de cálculo.
Ahora, y en lo que concierne a nuestro lado, cabe preguntarse si el gobierno argentino no caerá también en la tentación de utilizar ese clásico recurso de tiempos de crisis, máxime cuando los problemas de la macroeconomía empiezan a manifestarse en los bolsillos de la ciudadanía. Es que ya se sabe que exaltación nacionalista sirve para correr el foco de los problemas y alinear a la opinión pública detrás de una causa.
Lo cierto es que hemos ingresado en una zona de turbulencias económicas, y la palabra “ajuste”, aunque de momento se la niegue, ha retornado a escena. Es verdad que hasta ahora las autoridades nacionales han respondido con prudencia a la provocación del ministro británico, pero atendiendo a las tormentas que se avecinan quedan abiertos interrogantes acerca de cómo reaccionará la actual gestión, de qué modo tranquilizará a su militancia, o, caso contrario, de qué manera estimulará la movilización permanente.
No se puede perder de vista que el aumento de los servicios públicos, la reducción de los subsidios, la falta de dólares, la disminución de la actividad económica, la inflación que afecta el poder adquisitivo de los salarios y la puja distributiva, son temas conflictivos para cualquier gobierno y muy en particular para una administración que se dice “nacional y popular”. Las inquietudes hacia el futuro están abiertas. Es de esperar que predominen la sensatez, el realismo y la responsabilidad, porque en las actuales condiciones lo peor que nos podría ocurrir es motorizar un conflicto internacional de gran porte. La experiencia acumulada enseña que no hay mejor camino que una buena y pacífica estrategia de negociación en el marco de los usos diplomáticos.