Custodios de la eterna flama de la pasión

Custodios de la eterna flama de la pasión
 

El amor despierta en el pecho un ansia ardiente, sueños espléndidos y horas de dicha mientras vive en nosotros. Su celebración ha dado lugar a infinidad de creaciones artísticas e historias, algunas de las cuales nos presenta la autora en esta recopilación.

TEXTOS. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. FOTOS. EL LITORAL.

El camuatí

Por Zunilda Ceresole de Espinaco

En la maraña intrincada de los bosques y de la selvas, habita el camuatí, pequeña avispa que zumba bajo las esmeraldinas arquitecturas vegetales, en cuyas arcadas y ángulos cuelgan sus colmenas de melíferos panales.

En esos mundos tan propicios a la leyenda, el pueblo guaraní (cuya narrativa asombra por sus valores poéticos, anímicos y étnicos) explica el origen de este pequeño insecto que liba en los cálices silvestres y produce una miel ambarina y sumamente dulce que ha generado la expresión popular: “labios dulces como la miel de camuatí”, cuando hacen referencia a un beso apasionado.

Cava era una jovencita de extraordinaria belleza y gran coquetería, conciente de su encanto vivía solo para su propia hermosura. Adornaba sus negros cabellos con flores, confeccionaba collares con semillas y caracolitos, untaba sus labios con el rojo tinte que le proporcionaban algunos frutos de su selva nativa. No cumplía sus obligaciones, sólo pensaba en que quien mereciera su amor pudiera enamorarla.

Un joven cazador cuya fornida estampa se destacaba por lo armoniosa y viril, logró encender en el corazón de Cava la hoguera en que ella deseaba abrasarse.

El amor se apoderó de ambos, levantaron una choza a la sombra de un ibirapitá y de un lapacho florecidos cuya belleza sensibilizó aún más sus corazones.

Cuando él salía de caza no sólo para la subsistencia, sino también para proveerse de pieles y de plumas que les eran necesarias.

Durante el tiempo de ausencia del amado, ella ensayaba nuevas formas de seducción, ya mirándose en las aguas que le devolvían su imagen a fin de ensayar gestos apasionados o mohines tiernos, observar si esta sarla o aquella corola destacaba su encanto más que las lucidas con anterioridad.

Un día descubrió que cierta miel silvestre podría acrecentar el encanto de su boca y preparó con el ignorado elemento silvestre una especie de alcohol para humedecer sus labios.

Desde entonces Camuatí sintió al besarla una pasión ardiente y loca, ella había inventado para él, besos de tentación, salvajes besos que sólo sus labios habían gustado, dejando en éxtasis sumergida su alma enamorada.

Pasó el tiempo y el fruto de ese amor creció en las entrañas de Cava, iba a ser madre por lo tanto debía separarse de Camuatí hasta que ocurriera el alumbramiento.

Según las leyes ancestrales, viviría ese tiempo con su progenitora, en un principio sólo le sería permitido comer frutas y durante el embarazo debía abstenerse de otros.

Camuatí elegiría una nueva compañera, durante varias lunas no debería cazar ni herir ningún animal, era tabú el hacerlo.

Se resignaron en apariencia a la separación, ella retornó al techo materno y él experimentó la dulzura de otros brazos que inútilmente trataron de hacerle olvidar el amor verdadero.

Los hilos del destino fueron tejiendo una trama en la que ambos cayeron prisioneros e, incapaces de poder soportar la situación, comenzaron a amarse a escondidas.

La cuña-caraí que compartía el mismo techo del hermoso cazador quiso conquistarlo pero la indiferencia de él a sus reclamos amorosos la enfermó de celos y dudas.

Comenzó a vigilar por las noches fingiendo estar dormida, veía que él desaparecía, entonces una vez cobró valor y lo siguió.

No tardó en descubrir a Cava y Camuatí envueltos en un abrazo apasionado. El despecho y la ira hicieron que de inmediato corriera a denunciarlos.

La pareja a punto de ser sorprendida huyó a esconderse en el corazón del bosque, allí donde la vegetación abigarrada era más cobijadora.

Se dio la orden de perseguirlos, para hacerles pagar su delito de amor, flechándolo a él y atándola viva a ella al cuerpo inerte del ajusticiado. De esta manera moriría lentamente unida al hombre del cual no había querido separarse desafiando tradiciones sagradas.

Ambos fueron sorprendidos cuando reposaban bajo un árbol corpulento. La sentencia fue cumplida, pero la desdicha de Cava despertó compasión y abreviaron su agonía arrojándola ligada a él por un despeñadero.

Tupá, el dios de las selvas guaraníes, fue más benigno que los hombres y evitó que se corrompieran los restos mortales, convirtiéndolos en una avispa pequeña que liba en los cálidos selváticos y produce panales henchidos de una miel tan dulce como la que ella utilizaba para aumentar la embriaguez de sus besos apasionados. Lleva el nombre del enamorado legendario, el bello Camuatí.

En la localidad de Terni (Italia), situada en la región de Umbría, se conserva en su basílica, las reliquias del primer obispo del lugar santo mártir: San Valentín, ejecutado un 14 de febrero por defender el amor.

Casaba en secreto a parejas desafiando así al emperador romano Claudio II que había prohibido los casamientos porque los jóvenes enamorados se resistían a ir a la guerra por miedo a no volver a reencontrarse con sus amadas. El santo dio su vida por sus convicciones y murió enamorado de Lucía, la hija de su carcelero. Cada año en esta fecha se celebra el amor, tildándola de “Día de los Enamorados”. Las parejas intercambian regalos entre sí, celebración y costumbre que se ha incorporado hace relativamente pocos años en nuestro país. La temática ha dado albergue a infinidad de creaciones artísticas y a historias ya que el amor despierta en el pecho un ansia ardiente, sueños espléndidos y horas de dicha mientras vive en nosotros.

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Los colores del amor

Así como el arco iris ostenta un conjunto de colores, así también podemos identificar al amor con una variada gama de estos.

El blanco simboliza al primer amor por lo puro y casto.

El rojo al amor apasionado, intenso y vibrante.

El verde al amor distante, imbuido en anhelos y esperanzas.

El azul al amor platónico, espiritual y constante.

El violeta al amor fatal, destinado a cambiar para mal la vida de quien lo siente.

El anaranjado al amor imprevisto, el que irrumpe de pronto para alegrar el alma de quien pensaba imposible volver a amar.

El marrón al amor rutinario convertido en costumbre.

El amarillo al amor chispeante de aventuras breves.

El gris al amor desgastado que va muriendo poco a poco.

El celeste al amor nostálgico, ese que pasó pero dejó un recuerdo indeleble.

Custodios de la eterna flama de la pasión

Poesía

Un antiguo romance español de autor anónimo nos habla de un amor juvenil sumido en la agonía del silencio por prejuicios, más rebelándose airado al destino que se le quiere imponer.

“Porque no soy de tu raza,

tu mare no ha consentio.

Para q’ tú seas mía, dice,

tengo que hacerme judío...

Lo‘ judío‘no se hacen!

Nacen ya siendo judío’...

y yo no puedo deja’

de ser lo que siempre e sio.

Porque no soy de tu raza,

porque llevo un crucifijo sobre el pecho,

arañándome la piel,

porque hasta cuando te miro,

se piensa que te acristiano

tus oscuros ojos bíblicos.

Porque te quiero de vera

tu mare no me ha querido.

Cristiano yo?... Bueno y qué?

Cristiano de Andalucía!

Y lo’ amigo’ preguntan,

que como voy a casarme contigo

siendo judía... Judía tu? Bueno y qué?

Y las amigas te dicen que como vas a casarte

con un cristiano... Alma mía!

Hay mi cielo Ben Amor, Virgen de la Judería!

Y tiene’ lo’ ojo’ triste’ a pesar de la alegría.

Y tiene’ lo’ ojo’ triste’ como la Virgen María!

Quiene’ son eso’ que van lo’ sábado’ a tu vera?

Son tus primos de Tetuán?

Que no vuelva a sucede’!

Que no vuelva a sucede’!

Que yo no te vuelva a ve’

Con ello’ po’ esa’ calle’!

Ni con ello’ ni con nadie!

Conmigo si, mi alegría.

Conmigo po’ too Tánger.

Yo vengo toas la’ noche’

zoco chico, zoco grande,

pese a quien pese, mi vida,

para encontrarme contigo.

Voy a robarte, mi cielo, mi alegría.

Quiero llevarte conmigo,

que eso de quererme a mi

ya era antiguo sabio.

Tu judía y yo cristiano...

Qué dirán tus Sinagoga’?

Qué dirán mis Arzobispo’?

Todo Marrueco’ está alerta pulsando nuestro cariño.

Lo saben toos en Tánger... nadie se atreve a decirlo.

Mañana por la mañana contrabando ‘e cariño!

Te besaré en Montejaque,

paseando po’ lo’ olivo’.

Porque no soy de tu raza,

Tu mare no ha consentio...

Para que tu seas mía, dice,

Tengo que hacerme judío!

Los judío’ no se hacen! Nacen ya siendo judío’.

Y yo no puedo dejar’ de ser lo que siempre he sio.

Lo nuestro tiene que se’

Tu judía y yo cristiano, bueno y qué?”

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Un gran milagro

Por Zunilda Ceresole de Espinaco

Isabel de Castilla (no la Reina Católica) era una princesa española que contrajo matrimonio con Eduardo, príncipe de Gales y heredero de Inglaterra, era joven, amable y estaba totalmente enamorada de la apostura y las prendas morales de su esposo.

Al poco tiempo de la boda, Eduardo tuvo que comandar sus tropas ya que en aquellos tiempos se producían continuos combates.

En uno de esos encuentros bélicos, cayó el príncipe gravemente herido en un brazo por una flecha envenenada, cuyo veneno era completamente letal.

Al atenderlo los médicos y emplear todas las artes conocidas para curarlo, aseguraron que no tenía salvación: que lo único que se podía intentar, era la succión del veneno en la herida, más quien lo hiciera moriría irremediablemente.

Isabel de Castilla estaba de-sesperada, no podía concebir la muerte de su amado, el desconsuelo la embargaba.

Esperó que los galenos se retiraran, Eduardo consumido por la fiebre dormía un pesado sueño, con sobresaltos periódicos, entonces ella decidió ofrendar su vida a cambio de la de su amado, musitó una oración y comenzó a succionar tenazmente.

El príncipe de Gales comenzó a reaccionar en forma razonable y ante el asombro general, la princesa no murió, incluso no sufrió daño alguno.

Los médicos, embargados por el asombro y casi sin dar crédito al hecho, exclamaron: ¡Sólo un milagro de amor pudo haberlo salvado!