Déjenme consultar la agenda

Déjenme consultar la agenda
 

Por estos días, uno encara con seriedad y algo de método la confección de la nueva agenda. Alguien, que nos quiere más ordenados y prolijos, nos ha regalado un bonito ejemplar forrado en finísimo plástico verde con margaritas amarillas, y estamos en la ardua tarea de transcribir los nombres de la agenda vieja y de actualizar los teléfonos, si es que los renglones alcanzan...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

¡Hay qué ver la cantidad de tiempo que la gente pierde en su vida confeccionando las agendas que nos harán vivir mejor e ir ordenaditos y pulcros hacia la muerte! ¡Horas, días enteros, tratando de poner orden a nuestras ajetreadas vidas de fin o comienzo de milenio!

Por mi trabajo, debo convivir con dispar éxito con, por lo menos, una agenda telefónica lo suficientemente nutrida y práctica como para poder encontrar enseguida el número de fulanito o menganita. Y todos los años para esta fecha me prometo firmemente (y además soy tan caradura de empezar a cumplir) anotar las cosas que tengo que hacer en los días venideros y hasta consulto cada mañana qué me depara la agenda en cuestión...

Tranquilos: me dura poco. A los pocos días ya me transformo en el mismo energúmeno de siempre, capaz de olvidarse por completo de hacer algo importante (sin cargo de conciencia, obvio es decirlo) o llegar tarde sólo para contrariar el prolijo renglón de la agenda que dice, en rojo, a las dieciocho o a las veintiuna. No me gustan los renglones y no me gustan las órdenes en letra roja, así estén escritas con mi puño y letra.

El proceso es siempre el mismo: los primeros días anoto todo, y a primera hora abro ampulosamente la ampulosa agenda, y digo cosas sensatas como ajá y humm, y me preparo concienzudamente a enfrentar los compromisos adquiridos con firmeza días atrás. Después sigo anotando, pero ya me olvido uno o dos días de consultar, mientras paralelamente voy dejando también de anotar algunas otras cosas que se meten sólo en la agenda de mi cabeza, mis convicciones, mi corazón y mis ganas, que es la que al final, en febrero mismo, termino consultando invariablemente. Y que se la aguante la bella agenda verde con margaritas amarillas, que seguirá sin ser tocada hasta que la deseche el año próximo, cuando elabore con prolijidad y a conciencia la nueva.

Pero hay gente que padece patologías un poco más livianas que las anteriormente descriptas y de verdad usa la agenda y se apoya en ella para no perder tiempo. Son gente que admiro: no se olvidan un cumpleaños y están golpeándote la puerta a las ocho, increíblemente a la misma hora, en que delante de ti, en el renglón de las ocho, anotaron en su agenda que irían a visitarte. Y ahí están: un triunfo de la agenda y una humillación para tu despelotada vida de miércoles.

Las agendas tienen por lo menos dos rubros groseramente marcados: el de la organización diaria, con lo cual, pura fatuidad, sabés hoy lo que vas a hacer el 27 de diciembre; y la parte de las direcciones. A la primera ya saben que este servidor no le da bola, a no ser que se trate de enero, cuando me prometo que esta vez sí voy a usar la agenda nueva todo el año. La segunda parte, en cambio, se utiliza más porque nadie puede retener todas las direcciones ni todos los teléfonos y mucho menos ahora, que tu pobre cerebro necesita una urgente extensión de memoria, porque no hay disco rígido (y por aquí conozco unos cuantos que tienen realmente rígido el disco cerebral) que alcance.

El trabajoso empeño con que uno traspasa los nombres de la agenda telefónica vieja a la nueva es también un cruel retrato de nosotros mismos: descartás impiadosamente los nombres de fulanito y menganito e incorporás en cambio el teléfono de otros, que ingresaron en tu vida cotidiana con autoridad suficiente como para figurar en tu agenda.

En los últimos años, uno no se salva de transcribir esos nombres -una tarea bastante tediosa- de vez en cuando: hubo por lo menos dos grandes cambios telefónicos en tres años, además de la incorporación de los kilométricos celulares. Además, y con la excepción de que uno tenga una agenda de cuero importante, cada año te regalan una distinta y el formato de la nueva no es compatible con el de la anterior por lo que, o hacés convivir las dos agendas o empezás a transcribir una vez más los teléfonos a la nueva.

Después tenés las compactas y terroríficas agendas electrónicas, que tienen el tamaño justo para perder en un solo acto todas tus direcciones importantes. Para los maniáticos de los nuevos chiches, estas agendas son preciosas y te lo hacen saber: insisten en anotar tu nuevo número de teléfono, agenda electrónica en mano, justo cuando estás a medio cruce de Rivadavia y el semáforo se enciende para la jauría de autos que espera nerviosa. El tipo, chocho, jugando con los deditos mientras vos intentás salvar tu vida y la de él. Mientras, el señor se solaza en transformarte en promiscuo, haciéndote convivir de prepo con miles de desconocidos en ese insignificante pedacito de tecnología que vos mirás con desconfianza y él con fruición.

Como nuestro trabajo está relacionado indefectiblemente con horarios y teléfonos, suelo recibir agendas que agradezco de todo corazón, porque me enfrentan con la parte más jodida de mi personalidad, la del orden, la puntualidad y la formalidad. Después de varios borrones, uno no puede ser tan mal tipo de no intentar siquiera ser un poquitito menos despelotado que los cuarenta y pico de años anteriores (a los cuatro meses, yo ya tomaba la mamadera de las siete media hora más tarde, para arruinarle la agenda biológica a mi vieja y lograr que impere, más insensata y alegre, la mía), sobre todo con la gente que nos quiere bien.

Lo que me preocupa es que este año la agenda me la regalaron mis jefes en el trabajo y con anotaciones en rojo que no están, definitivamente, escritas con mi letra. Los martes dice bien clarito ‘entregar hoy el ‘Toco y me voy’, los miércoles dice ‘entregar hoy sí o sí (con un subrayado grosero) el Toco y me voy’, y los jueves dice ‘¿te creés que sos Borges que todavía no entregaste el Toco y me voy?’; la del viernes, por pudor, no la transcribo.

Yo creo que esta gente me quiere decir algo, pero tengo la suerte de consultar la agenda sólo los primeros días del año. Por una cuestión de organización.