Patología del discriminador

a.jpg

La discriminación se genera en la ignorancia y produce ignorancia. Sus prejuicios se agravan con el tiempo y atrapa en sus redes no sólo a judíos y negros, sino también a bolivianos, homosexuales.... En la ilustración: “Angst (Selbstbildnis mit seiner Nichte Marianne”, del pintor judío aleman Felix Nussbaum, asesinado en Auschwitz en 1944.

Carlos Catania

“Los mecanismos compulsivos son específicamente neuróticos: nacen de sentimientos de aislamiento, de impotencia, de miedo y de hostilidad (...), su carácter compulsivo se debe a la ansiedad que hay detrás de ellos. (Karen Horney).

Ciertas actitudes despectivas que otros países atribuyen a los argentinos: comentarios malignos, desprecios en relación a lo diferente, soberbia y otros condimentos, constituyen, de ser ciertos, la antesala de la discriminación, donde se cocinan los prejuicios y el patrioterismo de cuarta. En antropología, la palabra Hombre se emplea para designar a todo ser humano, cualquiera sea su sexo, edad o grupo étnico. Un simple axioma. Lamentablemente, poderosas neurosis arraigadas, producidas por la frustración y el miedo, deforman la evidencia y con ello la personalidad, lo que deriva en grave enfermedad que el afectado, en ocasiones, trata inútilmente de ocultar.

Aquellos que la padecen son hábiles y pueriles forjadores de estereotipos. La supina ignorancia que los caracteriza, les impide vislumbrar que, a su vez, la enfermedad los convierte en estereotipos al cubo. Curiosamente, he observado que la discriminación, entre otros sectores, arraiga en algunas personas que se dicen “católicas”. Un cura de mi barrio, en su parroquia, durante el sermón, lanzó frases de un antisemitismo infantil, con la naturalidad de quien lo ha padecido desde niño. Aunque después de todo, no tan curioso, puesto que la ortodoxia, inserta en una neurosis, promueve la construcción de un muro granítico sin fisura alguna, que circunvala al dogma y por lo tanto a la mente. Pero los cinturones de castidad son signos de debilidad.

Fuera de contexto, advierto una ajustada relación con lo anterior, en lo sostenido por Wilhelm Reich en su “Análisis del carácter”: ... se trata de formas distintas de la coraza yoica contra los peligros que amenazan desde el mundo exterior y de los impulsos interiores reprimidos. La cortesía exagerada en una persona no está menos motivada por la angustia que el comportamiento áspero y brutal en otra.”

Veo en esto estados extremos pero idénticos del discriminador. Si fulano asevera que no discrimina, y agrega “¡Si hasta tengo un gran amigo que es judío!”, revela lo que en realidad es. Se sabe que el antisemita típico experimenta una necesidad profunda de conformismo y respetabilidad, y desea afiliarse a las organizaciones que considera más poderosas, caracterizándose al mismo tiempo por su hipócrita simpatía exterior y agresividad interna.

Hartley indagó en la conducta de los que llamó “intolerantes”: sienten horror por los agitadores, revoluciones, ideas que no entiende y opiniones avanzadas o pesimistas. No sólo carecen de espíritu creativo; son asimismo incapaces de enfrentarse con su angustia: la evitan mediante la fuga, escogiendo por lo general caminos contradictorios. En la investigación de Frenkel-Brunswick, el antisemita típico (o el anti-negro) pasa por ser un conformista incorruptible, angustiado por la idea del menor cambio en el orden social. Como no se conoce a sí mismo proyecta sobre otros aquello que no le place ver en su propio ser, hasta el punto de reprochar a las personas que discrimina, los rasgos que lo caracterizan a él mismo. Vale decir: construye un mecanismo de defensa. Piensa además, según dije, mediante estereotipos. En un reciente (y excelente) programa de televisión (algo serio en medio de la nutrida tontería habitual), un participante endilgaba al discriminador un “complejo de superioridad”. A mi juicio, por el contrario, padece un acentuado complejo de inferioridad. Consecuentemente, se mantiene en guardia.

El que discrimina se descubre a los ojos de los demás, sobre todo por la ignorancia. Suele confundir información con conocimiento, y conoce el nombre de las cosas, pero no las cosas. Sus prejuicios, en tantos casos heredados del padre o de la madre, con el tiempo adquieren volumen. Ya no serán sólo negros, amarillos o judíos los causantes del malestar que lo oprime; su tara, paulatinamente, se agrava: ahora atrapa en las redes de su conflicto a bolivianos, “negros argentinos”, homosexuales...., etc. Un gran amigo siquiatra, recientemente fallecido, me decía que cuando un sujeto se refiere una y otra vez a los homosexuales, e incluso cuando los ridiculiza con gestos o los hace protagonistas de chistes baratos, revela su propia tendencia homosexual reprimida.

No deja de ser divertida la reacción de un antisemita ante los nombres de Freud, Marx, Einstein, Kafka, Martin Buber, Irene Némirovsky, Heine, Sara Bernhardt, Rubinstein, Gershwin, Berstein, sólo para ofrecer unos pocos nombres. Como no los ha leído (o sí) o es ajeno a la música (o no), con seguridad repetirá lo que oyó decir a un compañero de ruta: “No me interesan las excepciones” (sic) . Y si uno se atreve a señalar que Cristo, Jesús de Nazareth, era judío, elegido por su Dios como hijo, quién sabe la respuesta que tendría preparada.

Encasillar comportamientos, pasar por alto premisas elementales de antropología cultural y desconocer la Historia, son índices trágicos para quien habla sin saber. Quizás los países que consideran de aquel modo a los argentinos, estén pasando asimismo por alto aquellas disciplinas. Así de simple. El vaivén del chimento mece al mundo.

Se ataca lo que se teme de sí mismo. Así nacen los clichés. No recuerdo en este momento qué pensador norteamericano afirmó que en los Estados Unidos nunca existió el problema negro, sino el problema blanco. Suele hablarse de “hombres de color”, como si el blanco no fuera un color, sino un distintivo de las civilizaciones “puras” o algo por el estilo, cuando en realidad no el negro, sino el blanco, es el color de la muerte. Resulta risible (y cruel) que un color agrave a “espíritus colonialistas”.

A los patrioteros de exportación, según creo los llamaba Borges, les recomiendo leer al doctor Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.


Si fulano asevera que no discrimina, y agrega “¡Si hasta tengo un gran amigo que es judío!”, revela lo que en realidad es. Se sabe que el antisemita típico experimenta una necesidad profunda de conformismo y respetabilidad, y desea afiliarse a las organizaciones que considera más poderosas.