Leila Guerriero

Arqueología del escritor maldito

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Los textos reunidos por Guerriero construyen un relato sobre autores que en su momento fueron importantes y que con el tiempo, se perdieron en el más profundo olvido. Foto: TÉLAM

En el libro “Los malditos”, la periodista reúne perfiles de escritores y poetas latinoamericanos que padecieron “el hecho de vivir a contrapelo de su tiempo”.

 

Télam

Leila Guerriero acaba de publicar “Los malditos”, texto que reúne 17 relatos realizados por autores actuales que investigaron la vida de los llamados “escritores malditos”: su contundente obra, su muerte y el posterior y letal olvido.

Casi como un detrás de escena, estos escritores -en muchos casos olvidados- salieron nuevamente a la luz gracias a esta exquisita compilación de textos que oscilan entre lo narrativo y lo periodístico: “Son un intento de comprender la forma de la vida y de la muerte”, dice la periodista.

Ideado por Matías Rivas, del sello de la Universidad Diego Portales de Chile, este tomo no es un ensayo ni una crítica, sino “una mirada en primer plano” sobre los trabajos y los días, la familia, las bibliotecas, los libros, los poemas, los viajes, los amantes, las manías, las píldoras, el alcohol y los electroshocks.

Tras un exhaustivo trabajo de investigación, Guerriero armó las duplas de escritor-narrador para retomar historias empolvadas como la del chileno Joaquín Edwards Bello, narrado por Roberto Merino; Jorge Barón Biza por Alan Pauls; el uruguayo Gustavo Escanlar por el chileno Alberto Fuguet; el cubano nacido en Baltimore Calvert Casey perfilado por Rafael Gumucio.

También están la chilena Teresa Willms Montt por Alejandra Costamagna; Rodrigo Lira por Oscar Contardo; el peruano Martín Adán por Daniel Titinger; el boliviano Jaime Sáenz por Edmundo Paz Soldán; Pablo Palacio por Gabriela Aleman; Bernardo Arias Trujillo por Andrés Felipe Solano y Rafael José Muñoz por su hijo Boris.

Completan el libro las vidas y muertes del brasileño nacido en Polonia Samuel Rawet escrita por Graça Ramos; Ignacio Anzoátegui por Juan José Becerra; Porfirio Barba Jacob por Juan Gabriel Vásquez; César Moro por Marco Avilés; Alejandra Pizarnik por Mariana Enríquez y Jorge Cuesta por Rafael Lemus.

Malditismo

La idea que vertebra este “malditismo” -además de representar fielmente plumas de la región latinoamericana- es el intento por entender por qué vivieron como lo hicieron y, también, por qué murieron como murieron, con una obra “proteica”, dice la editora, que dialoga constantemente entre las líneas de cada texto.

El descuartizamiento de libros que hacía Barón Biza para regalar sus páginas favoritas a los amigos; el robo de un pie de un cadáver para que Sáenz lo lleve como amuleto; del manicomio a la calle y de la calle al manicomio según Adán y el enojo de Pizarnik porque su amigo gay no quería tener sexo con ella, son algunas de las instantáneas de los hechos que este libro intenta comprender.

El suicidio de Barón Biza, para Guerriero, fue algo genético: “Su novela ‘El desierto y su semilla’ fue saludada por la crítica como infernalmente buena; él se tira del balcón un año después de que se publica, justo en su momento de revancha. En el texto se entiende que su vida es un espejo de la de su madre”, explica.

Teresa Wilms Montt (1893-1921) fue una “femme fatal” de la alcurnia de Chile. “Se casó muy joven y, a los tres días, trataba a su marido de cerdo y bastardo. Tuvo amantes como Vicente Huidobro, pero lo terrible fue que su marido la encerró en un convento. Su mayor padecimiento fue la separación de sus hijas”, cuenta Guerriero del texto donde Costamagna intercala poemas líricos de Wilms Montt con la misógina ficción de su matrimonio que su esposo publicó.

Cuesta, figura mítica de la literatura y la crítica de México, era “un tipo muy revuelto y, a la vez, muy respetado. Un día le dijo al médico estar convencido de que se estaba transformando en mujer, algo que inevitablemente lo arrastró a la androginia”. Cuesta -emasculado por su propia mano- se ahorcó en la celda de un neuropsiquiátrico en 1942.

“A Fuguet le tocó lo peor”, anuncia la editora. Gustavo Escanlar se murió de sobredosis en un hospital de Montevideo en 2010 cuando ‘Los malditos‘ estaba en proceso: “No queríamos que el malditismo sonara como algo apolillado, de otro siglo, justo se muere y no incluirlo era casi una injusticia. Fue muy duro hablar con la viuda y los amigos sobre alguien que dejó tanta llaga viva y que falleció en una circunstancia complicada”, confiesa la editora.

Otro caso complejo -por la cuestión emocional- fue el del poeta venezolano Rafael Muñoz (1928-1981) y su hijo Boris, que fue quien escribió ese perfil. “El texto es elegante y no hay complacencia sobre su padre, un hombre de izquierda, torturado por todos los gobiernos dictatoriales y terriblemente alcohólico”, dice.

El patrón común es que “vivieron a la intemperie, fueron personas que por circunstancias distintas como enfermedades, elección sexual o porque tenían un rol impuesto que no cumplían, funcionaban a contrapelo”, explica Guerriero.

“Ese contrapelo no tiene -en muchos casos- una evacuación por la rebelión, sino por la inadaptación. El mundo les resultaba incomprensible o demasiado despreciable o demasiado hostil”, dice.

“La obra de cada uno no siempre es un reflejo de un malditismo -aclara Guerriero-. No son obras torturadas y en su gran mayoría funcionaron para sacar el infierno de sus cabezas. La búsqueda de la trascendencia era parte de lo que los hacía sufrir: tratar de publicar y no poder, que los editores los cajonearon o que sus novelas hayan sido una vergüenza nacional”.

El olvido funcionó como obstáculo y, a la vez, como motor para las investigaciones. “Lo que encontraron casi todos fue una situación de olvido fuerte sobre estos escritores. Incluso hasta en los más conocidos, cuya popularidad no rebasa un grupo ínfimo de lectores. Ni la obra, ni la vida prevalecen en el país de origen”.

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La obra es el intento por entender por qué vivieron como lo hicieron y, también, por qué murieron como murieron. En la foto la poeta Alejandra Pizarnik.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL