SEÑAL DE AJUSTE

Amores de estudiante

La nota

“Graduados”, la nueva tira creada por Sebastián Ortega para Telefé. Foto: Gentileza Telefé.

 

Roberto Maurer

¿Cuál puede ser la percepción de la realidad de un hijo de Palito Ortega? No es igual una fiesta de egresados que la idea que se tiene ella, y las conexiones de Sebastián Ortega con los ritos de la “gente común” son más bien débiles. Y resultado es una combinación de bacanal romana y baile de disfraz que sirvió para la apertura de “Graduados”, la tira creada por Sebastián Ortega (*) para Telefé, que presenta a los protagonistas en 1989 celebrando el fin de su educación secundaria. Los personajes, entonces, debieron ser convertidos en adolescentes, a pesar de que en muchos casos algunas barrigas y tetas caídas denunciaban la condición de casi cuarentones de actores y actrices.

El salto al presente es un alivio, ya que los actores y los personajes que interpretan alcanzan una edad afín, lo que permite disfrutar del carisma de chica popular de Nancy Duplaá y de la presencia de Daniel Hendler, un antigalán ajeno al medio ambiente de la tele. Ella es Loli y él encarna a Andy, que esa noche de graduación, aún siendo apenas conocidos y perteneciendo a bandos opuestos, unos divinos y los otros desclasados, terminan haciendo el amor en un incómodo furgón utilitario. Ella está entre el alcohol y el despecho, ya que en la fiesta descubrió a su novio Pablo (Luciano Cáceres) “apretando en el baño con una pibita de segundo año”.

Tiempo después

A 19 años de esa noche pasada en el furgón, el episodio ha sido guardado en los últimos pliegues de la memoria, o inconscientemente negado, y ambos han seguido caminos diferentes y antagónicos. Hija de un gran empresario (Juan Leyrado), Loli es ahora una señora burguesa, y su personaje se inscribe entre los lugares comunes del subgénero “casadas insatisfechas”, en especial porque terminó casándose con aquel novio infiel, Pablo, que la sigue engañando y es un narcisista incurable cuya vida transcurre entre espejos que le devuelven su imagen de idiota. Cuando despierta, Loli empieza su día diciendo: “Siempre me hago la misma pregunta tonta: ¿soy feliz?”. Y se responde: “Estoy casada con un hombre amoroso y dedicado... pero con él mismo”.

Loli no es feliz, claro, pero ya se ha resignado a que su barca no cambie de rumbo hasta que reaparece Andy, a quien no había visto más desde aquel amanecer en la furgoneta. Andy no es un buen ejemplo para la juventud. Vive con sus padres (Carnaghi y Busnelli), se conforma con ser paseador de perros y forma parte un terceto de ex condiscípulos que se burlaba de sus compañeros caretas, con una doctrina: la vida es una partuza continua. Andy, Vero (Julieta Ortega) y Tuca (Mex Urtizberea) han pactado vivir el presente y siempre están de fiesta. A primera vista, se trata de una filosofía envidiable, aunque exige un amigo como Tuca: es un millonario huérfano de padre y madre, pone la casa y no trabajó un solo día de su vida.

Pasiones de un paseador de perros

Loli tiene un perro problemático, llama a un paseador y así, inesperadamente, reaparece Andy, a quien no había vuelto a ver desde esa noche desbocada en el furgoncito, como ya se dijo. Ambos sufren un impacto emocional, hay onda y una sospecha terrible de Loli: su hijo de 18 años pudo haber sido concebido en el vehículo utilitario. Se confiesa con su mejor amiga:

—Una noche “estuve” con Andy.

—¿Quéeee? ¿fifando? -se sorprende la amiga, a quien relata sus dudas acerca de las consecuencias.

Decidida, plantea su sospecha al paseador de perros y padre probable de su hijo: hay que hacer un ADN. Alterado, Andy también acude a sus íntimos.

—Le di masita esa sola y única vez -se lamenta refiriéndose a aquel desliz del furgoncito. Pero Tuca y Verónica se inquietan: Andy reconoce sentirse atraído por Loli, o sea que estaría traicionando el estilo de vida independiente que eligieron cuando terminaron el colegio.

En el primer capítulo, hábilmente, la gran dialéctica de la tira quedó instalada, la del amor tironeado por la vida segura de las señoras burguesas y la bohemia libertaria de los paseadores de perros.

A partir del éxito de “Dulce amor” se opina que las historias románticas vuelven a ser favoritas. Lo curioso es que se trata de ficciones que parecen esquivar un compromiso firme y claro con la pasión y sus consecuencias, para cobijarse en el campo de la comedia grotesca o la caricatura. El resultado: dos personas se aman rodeadas por un ejército de mamarrachos.

(*) Los productos de su productora, Underground, según sus enemigos se refocilan en propagar, encuentran inspiración en las series de Warner y Sony.