Roger Waters terminó su serie de conciertos en River

Dialéctica de la desmesura

/// análisis

El gran dictador: Waters como el alter ego de Pink, protagonista de la historia, una denuncia hacia la tentación al fascismo. foto:EFE

 

A caballo entre el vuelo creativo de su cúspide artística y las posibilidades técnicas de la era de las megagiras, el ex Pink Floyd logra plasmar en una puesta única las temáticas y la música que conformaron un clásico de nuestro tiempo

 

Ignacio Andrés Amarillo

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Un padre muerto en la Segunda Guerra, una madre sobreprotectora, un sistema educativo opresivo, alguna desilusión amorosa y la “movida” vida de una estrella de rock fueron los condimentos para que, casi como catarsis, Roger Waters genere (allá lejos y hace tiempo, en la cúspide de Pink Floyd, que buscaba redoblar la apuesta luego del mitológico “The Dark Side of the Moon”) una obra conceptual, o una “ópera rock” como se decía en aquel entonces, que se convirtió en la más emblemática de todas.

Esto sin duda se debe a una sumatoria de factores. Porque si las temáticas pueden involucrar a millones, la música de la obra, sin realizar concesiones artísticas, se aleja de las recargadas construcciones de sus contemporáneos, hasta llegar a generar hits como “Another Brick in the Wall Part II”, “Confortably Numb” o “Run Like Hell”, que hasta la última banda de covers del mundo sueña con sumar a su repertorio (si les sale). A eso debemos agregarle la magnífica transposición al cine de la mano de Alan Parker y el animador Gerald Scarfe.

Contra la pared

“Roger Waters The Wall Live”, tal el nombre del espectáculo en gira, es la conjunción de todo aquello con la tecnología actual y los recursos disponibles en la era en la que las megagiras mandan en el negocio de la música. De tal modo,y nuevamente sin (demasiadas) concesiones, el artista británico planteó una versión remozada de su obra, en un punto medio entre la idea de recital tradicional de rock y la puesta de una obra musical.

Por supuesto, la clave es el Muro, que cruza el estadio de River desde la Belgrano baja hasta la San Martín, que sigue siendo construido en vivo, que en algún momento llegará a tapar a toda la banda y que (a esta altura no es ningún secreto) se derrumbará tras el Juicio, en el que la “condena” para el protagonista no es otra que vivir en el mundo, rompiendo la pared que ha forjado para alejarse del sufrimiento, dejando de estar “confortablemente adormecido” y “esperando a los gusanos”.

Ese Muro, gracias al trabajo de multitudinarios y potentes proyectores combinados (en un trabajo similar al que usaron los Pet Shop Boys en su gira 2009) convierte su superficie en pantalla, en escenografía y protagonista del show, de la mano de una tecnología que permite montar en vivo la imagen de Waters con fondos digitales, y que por momentos reproduce el trabajo de Scarfe, que volvió para retrabajar en algunos casos sobre su animación (las de “Empty Spaces”, con sus dos flores, están iguales, por inmejorables) y en el diseño de los muñecos inflables que representan al maestro pasivo-agresivo, a la madre con brazos de muro y a la “esposa mantis religiosa”, los cuales hacen las delicias de los espectadores, que ya esperan su aparición como la del avión (un Junker Ju 87-A Stuka que se estrella contra el muro) como la del consabido “chancho volador”, esta vez un jabalí negro, como siempre con inscripciones críticas.

Explosión sonora

La demoledora y costosa puesta se completa con un sistema cuadrafónico envolvente (que ya trajo para la presentación de “The Dark Side of The Moon”), lo que termina de redondear un producto de “experiencia total”, amplio concepto más propio del ámbito de los espectáculos escénicos (una de sus preocupaciones principales, nos atreveríamos a decir) que de los conciertos de rock, en muchos casos adocenados por la era de los festivales.

Pero todo esto no podría funcionar sin la consistencia del solista y su banda. Roger Waters hace de Roger Waters, tocando el bajo, la guitarra acústica y cantando sus partes, además de actuar algunas partes que en el filme interpretaba Bob Geldof.

A David Gilmour lo reemplazan en las voces Robbie Wyckoff y Dave Kilminster en sus guitarras más emblemáticas (“Confortably Numb” y “Another Brick in the Wall Part II”, que Kilminster toca nota por nota pero tiene un segundo solo “diferente” a cargo de Snowy White. La banda se completa con Graham Broad en batería, G.E. Smith (ex líder de la banda estable de “Saturday Night Live”) en guitarra, Jon Carinen en teclados, Harry Waters en órgano y el conjunto vocal integrado por Mark Kipp y Michael Lennon junto a Jon Joyce.

La puesta

El show se divide en dos partes, ya que se trata de la puesta integral de un disco doble (aquí no hay bises, como en la gira de su otro disco emblemático, que tenía una segunda parte de grandes éxitos). Si la primera es más libre, y permite mechar novedades como un fragmento dedicado a Jean Charles de Menezes (el brasileño abatido por la policía en el subte de Londres), unir al padre ausente con otros muertos en las guerras de hoy o una versión de “Mother” a dúo con un Waters filmado en 1980 (otra similitud con León Gieco, además de la defensa de todas las causas justas).

El segundo tramo se apega más al disco, arrancando con “Hey You”, y más partes actuadas, desde una fisura en el muro que muestra a Waters cantando en un living “Nobody Home”, la estética fascista en “Waiting for the Worms” y las animaciones en la parte del Juicio, hasta que el muro se derrumba de verdad. La banda termina cantando sobre los escombros, con guitarras y mandolinas, y Waters tocando un poco la trompeta. Tras el saludo final, los artistas se van yendo mientras son presentados, el solista da sus últimos saludos y las luces del estadio cuentan que la magia se ha acabado.

 


Al DVD

El último concierto tuvo una particularidad: fue el elegido por el artista para registrarlo en DVD. Para esto, se repartieron máscaras similares a las de los niños adocenados del filme, y antes del show una animadora que decía mucho “¿okay?” explicó algunos movimientos para luego ser editados junto al metraje del concierto.

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En la piel

Alina Pozzolo

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Todavía caían algunas gotas en la calle cuando logré llegar al estadio. La noche no prometía un cielo estrellado ni mucho menos, pero ninguno de los que pensábamos estar+ esa velada en River Plate hubiéramos optado por abandonar la idea. Creo haberme quedado inmóvil unos instantes cuando me encontré frente a aquella imponente puesta en escena todavía dormida y cuando los primeros acordes de “In The Flesh?” se apoderaron del estadio captando entre luces, sonidos y sensaciones a más de 50.000 personas, lloré. Los momentos se sucedían entre ladrillos que se acomodaban hasta ocultar la longilínea figura de Waters e imágenes que se reproducían en una mítica pared. Durante las casi tres horas de show el despliegue fue perfecto, la inteligencia al servicio de una de las obras de arte más importantes de la historia. En la piel, el recuerdo inolvidable.