SEÑAL DE AJUSTE

El toque global

La nota

Jake se está comunicando, y con apuro, ya que el 3.18 es una fecha y un horario en los que Kiefer Sutherland deberá abandonar su posición de padre angustiado para calzarse nuevamente el personaje de “24” y salir corriendo al ritmo del tic-tac del reloj. Foto: Gentileza Fox

 

Roberto Maurer

Podría afirmarse que “Touch” se inspira en el llamado “efecto mariposa”, pero con la telefonía celular como soporte. Es una serie que acaba de estrenar Fox (lunes a las 22) que responde a la divulgada hibridación de géneros; en este caso, de una ciencia ficción atravesada por el espiritualismo new age, más acción y suspenso, claro.

“Los patrones nunca mienten, pero sólo algunos pueden ver cómo encajan las piezas. 6.919.37700 personas vivimos en este pequeño planeta. Ésta es la historia de algunas de esas personas”. Así nos introduce una voz infantil, la de Jake, un niño de once años que nunca pronunció una palabra ni se dejó tocar y a quien los doctores de la vieja medicina declararon autista. Pero el habla es innecesaria y obsoleta: en su silencio se expresa un salto evolutivo de la humanidad, explicará un gurú (el extraordinario Danny Glover) a Martin, el preocupado padre (Kiefer Sutherland, lejos pero no tanto de su Jack Bauer y de la vida contrarreloj a la cual fue obligado durante las ocho temporadas de “24”), un viudo que no superó la pérdida de su esposa en las torres, ahora maletero de aeropuerto luego de ser una estrella del periodismo.

Haciendo contacto

Con su indescifrable comportamiento, como el de trepar a elevadas antenas de telefonía a la misma hora, las 3.18 en punto, el niño es parte de la crisis de su padre y también de su redención.

“Todo está predeterminado por probabilidades matemáticas y es mi trabajo vigilar esos números para hacer las conexiones entre quienes necesitan encontrarse”, nos dice la voz interior de Jake, o sea que necesitan el “toque” o el “contacto”, vale decir: el “touch”.

El chico juega con celulares descartados que le trae el padre del aeropuerto, escribe números, acierta con el Loto y a través de montoncitos de pororó reproduce los diez dígitos del celular de la madre de la asistente social, entre otras curiosidades.

Según el gurú, Jake ha descubierto la frecuencia Fibonacci, un matemático del siglo XII que encontró un diseño aritmético que se repite una y otra vez en la naturaleza, en un entrelazamiento cuántico de causa y efecto en un universo de proporciones precisas. El conocimiento de esas conexiones nos permitiría acceder a la felicidad o, por lo menos, a una vida un poco mejor.

No sólo para matemáticos

Tal vez haya quien piense que esta serie limita su atracción a Adrián Paenza y los docentes de Matemáticas en general. Pero Jake se está comunicando, y con apuro, ya que el 3.18 es una fecha y un horario en los que Kiefer Sutherland deberá abandonar su posición de padre angustiado para calzarse nuevamente el personaje de “24” y salir corriendo al ritmo del tic-tac del reloj. La fenomenología paranormal es fascinante, pero la acción y el suspenso son un complemento necesario, y los hay en las subtramas desarrolladas según la leyenda china del Hilo Rojo del Destino con el cual ataron nuestros tobillos y que nos une a otras vidas con las cuales estamos destinados a entrar en contacto: el concepto también es aplicable a una hinchada de fútbol. Los “conectados” por esa “serpentina nerviosa y fina”, diría Francisco García Giménez, forman parte de una red casual de teléfonos celulares y se encuentran en Bagdad, Tokio, Londres, Nueva York y Dublin: un adolescente iraquí convertido en terrorista por necesidad, un padre que ha perdido a su hija, un bombero neoyorquino y una japonesita que canta forman parte de esta red en apariencia caprichosa revelada por la fantasía numérica en la cual, como en todos los productos de la cultura popular, se pueden adivinar ideologías coyunturales.

Al pasar, en el primer capítulo se oye decir que hay una nueva generación post 9/11, y Jake formaría parte de ese universo desconocido. Entre el horror del pasado inmediato de las torres y el mundo desquiciado del presente, resulta tranquilizador saber que existe un orden secreto de las cosas y que se prepara una elite que operará con ese diseño divino con el cual se alcanzaría una armonía global. Un niño índigo siempre es mejor que un broker. Sólo se trata de dirimir si esta fantasía es humanista o totalitaria.