El diablo viste a la moda
Ya saben por esta revista y por otros medios que tenemos mucho sombrero, mucha piel sintética, mucha pluma y mucho todo. Es tiempo de sacar el viejo gamulán, darle un par de toques estratégicos y salir a la calle. Está de moda...
TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Entre la onda setentosa de pantalones pata de elefante -y no hacemos ninguna alusión al contenido del pantalón ni a su usuaria, porque, realmente, más elefante será tu hermana-, plataformas, colores varios; más el agregado de sombreros y apliques de pieles sintéticas o contéticas -según los casos-, estamos en definitiva ante una moda ecléctica (por decir algo), que no rompe con lo anterior (por decir algo) pero que incorpora actitudes icónicas desafiantes, realmente por decir algo...
No puedo evitar que en un lagrimón ruede por mi mejilla: me veo, muy joven, en las polvorientas calles de Providencia -mi pueblo- o en las ásperas arenas de Alejandra -mi otro pueblo- con unos pantalones de pana azul, anchos abajo, como un alarido refulgente en plena siesta. Uno no puede salir indemne de esa experiencia, en que la moda te imponía cosas de telas pesadas (pienso en ese pantalón piel de durazno, pienso en la leñadora, pienso en las tejanas y pienso en el gamulán y transpiro de sólo pensarlo...), zapatos caprichosos y uno, endeble entonces, salía convencido a adquirir, a mal adquirir, algo con cuadros o con flecos o, como ahora, con plumas o tiras de piel...
Y en ese rejucilo (porque es un rejucilo, con jota, mirá), me veo también convenciendo a mis padres, que me llevaron a la ciudad a comprar zapatos “de salir”, a pagar mucho por unos increíbles tamangos con tacos altos, de dudoso color entre guinda y galletita.
Claro, mis padres, más clásicos y prudentes, trasladaban mentalmente esos zapatos (que obligaron a comprar además una pomada especial, diferente de las convencionales negra o marrón) a las calles de tierra del pueblo y manifestaban sus dudas. Pero interrogado el sujeto sobre si estaba seguro de que eran esos nomás los zapatos que elegía “para salir”, y ante la insistencia del sujeto en cuestión, y habiendo el sujeto respondido que sí, que eran esos, pues, con esos zapatos andaba el sujeto orgulloso por el pueblo. Eran incómodos, difíciles, pero estaban a la moda. Lamento haberlos tirado: ahora estarían bárbaro...
Teníamos el gamulán: una prenda inapelable que reforzaba la fuerza de gravedad y te pegaba al suelo para siempre: ni saltar podías, ni levantar una mano siquiera. Necesitabas estar bien ejercitado, musculoso, atlético, en estado para usar esa prenda. Y no hablemos si te agarraba una lluvia: el gamulán se convertía en plomo y vos demorabas dos horas para caminar cien metros.
Entre otros muchos cambios -es decir todos los varios cambios que pasan por lo menos dos veces por temporada, durante treinta temporadas...- hoy la moda puede tener sus caprichos pero nadie podrá argumentar que no hay opciones. Las hay y de todos los colores, texturas, formas. Uno es más libre en ese sentido. Porque antes era más simple y más esclavo: si hacía frío te ponías el gamulán y listo. Bueno, si no lo tiraste, agarralo de nuevo con cariño, ponele unas tiritas de algo que se mueva y te aseguro que estás a la súper moda.
Yo no sé cómo van a salir ustedes en esta colección otoño-invierno. No me veo del todo con leggins -no me niego, no me niego...-, pero ante el mandato epocal y modal -andá saber si es de modal o no- de salir con un sombrero, les informo oficialmente a todos que:
1) Sólo tengo un tejano trucho que me regalaron en una feria o exposición de algo.
2) La alternativa es un sombrerito de plástico verde flúo que me traje del casamiento de la Pochona y el Tarta.
3) Queda la opción del sombrero mexicano colgado como adorno en el living.
4) Discúlpenme en este caso y permítanme sólo parcialmente no estar del todo a la moda. Si a alguna de ustedes, mis chiquitas, les gusta cómo me vestí en esta oportunidad, le saco el sombrero. Y listo.




