Crónica política

La farsa al poder

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Rogelio Alaniz

Alguna vez, en un futuro no muy lejano, los comunicadores sociales se preguntarán cómo pudo ser posible que el monólogo del señor Amado Boudou, un monólogo desprolijo, cargado de lugares comunes, desbordante de vulgaridades y tonterías, injurioso y resentido, haya provocado como resultado la adhesión de las principales espadas del oficialismo, empezando por su figura máxima, la presidente de la Nación.

Cuando en su momento lo vi a Boudou solo en la pantalla, solo como un astronauta en el espacio o como un perro en la soledad de la noche, creí que era la última puesta en escena de quien en ese momento parecía reunir todas las condiciones del cadáver político. Como los condenados a muerte, a quienes les autorizan una última cena, la sensación era que Boudou se estaba despidiendo del poder de la peor manera. Me equivoqué. O nos equivocamos. Boudou no se estaba despidiendo, se estaba consolidando. En el camino se lo llevaba puesto a Esteban Righi y cosechaba las adhesiones de toda la corte real, incluidos aquellos que una semana antes habían declarado que no ponían las manos en el fuego por nadie.

El argumento defensivo del oficialismo fue de una sencillez ramplona, patética, pero eficaz: “Hoy vienen por Boudou y mañana van por Cristina”. La orden, por lo tanto, fue cerrar filas detrás del señor que no puede caminar en Mar del Plata por los juicios que tiene en su contra, del hombre que ostenta amistades de dudosa catadura moral, y que en lugar de ufanarse de su inteligencia o sensibilidad, se ufana del calibre de las motos que maneja, las camperas de cuero que luce y las novias que exhibe.

A este personaje, más cercano a la crónica policial que a la crónica política, un gobierno que dice ser nacional y popular lo defiende a capa y espada. La lección debería motivar la reflexión no tanto de los kirchneristas, que hace rato que saben dónde están parados, sino de aquellos opositores que suponen que en la Argentina gobierna Rosa Luxemburgo y que sus colaboradores inmediatos son León Trotsky y el Che Guevara.

Al respecto, es necesario sincerar de una vez las actuales relaciones de poder. Este gobierno lo único que tiene de izquierda es el hábito de algunos de sus funcionarios de embolsar cuantiosas sumas de dinero. Su izquierdismo no tiene que ver con Marx sino con Chicho Grande; su género literario no es el relato sino el cuento del tío; su himno de combate no es la Internacional sino Cambalache, el poema que los representa como síntoma cultural y político.

Se dice que Boudou militó en las filas de Alsogaray y que sus aciertos y errores se explican por ese alineamiento ideológico. No estoy seguro de que sea tan así. Por el contrario, creo que es un exceso de generosidad teórica evaluarlo a este señor en términos ideológicos, entre otras cosas porque la palabra “liberal” es un concepto noble que nada tiene que ver con él. Digámoslo de una buena vez: acá no hay derecha o izquierda, liberalismo o estatismo, conservadorismo o progresismo, lo que hay es un trepador social y un vulgar cazafortunas. Eso es él y eso son sus amigos. Lo demás es literatura.

Lo que hay que preguntarse, en todo caso, es qué hace esta versión degradada de Isidorito Cañones en la vicepresidencia de la Nación. La pregunta no admite variaciones importantes. Boudou está allí porque la viuda del Calafate decidió ponerlo en ese lugar. Fue una decisión personal y exclusiva. En ese sentido no se equivocan los talibanes del poder cuando dicen que atacarlo a Boudou es atacar a la presidente. Ella lo sacó de la galera, ella lo inventó y ella le festejó cada una de sus ocurrencias.

Boudou está donde está gracias al dedo de la señora y, aunque con reparos, de su marido. Los negocios que hoy se investigan fueron acciones promovidas por Él y después avaladas por Ella. Luego están las pulsiones personales. A esta mujer, aunque fuera por razones meramente estéticas, los chicos lindos la pueden. Boudou es algo así como el oscuro objeto del deseo, poco importa que el deseo se realice o no, porque lo que interesa es que esté allí. Hay una foto trucada donde se los ve a ella y a él en una moto. Él, con una campera al estilo James Dean; Ella, con el pelo suelto y la sonrisa de Natalie Wood. Insisto, la foto es trucada, pero no sería la primera vez que la ficción dice más de la realidad que la realidad misma.

Boudou, bien mirado, expresa el verdadero rostro del kirchnerismo. O por lo menos su rostro más visible. Se equivocan los que suponían que ese rostro podía ser el de Righi, con sus oropeles camporistas. La experiencia de esta crisis nos ha enseñado que los Righi pasan y los Boudou quedan. Y los Righi pasan más allá de sus antecedentes y los servicios prestados, porque -no lo olvidemos- el ex ministro del Interior del gobierno de Cámpora, el hombre que tuvo el coraje de poner en su lugar a una policía represiva y abusadora, con los años, y particularmente en la última década, derivó en un operador al servicio del poder, empezando por sus propios titulares: Ella y Él.

A su manera, Boudou tiene razón cuando dice que en la Argentina la Justicia no funciona. Por lo menos tiene una cuota de razón, aunque esa razón se exprese en términos inversos a su lógica. Que la Justicia en nuestro país deja mucho que desear, lo demuestra el hecho de que Oyarbide sea juez federal. O que el señor Ricardo Jaime siga disfrutando de la libertad como un pajarito multicolor. O que nunca se haya sabido qué pasó con la valija de Antonini Wilson. O que una causa por supuesto enriquecimiento ilícito iniciada contra Él y Ella, concluyera rápidamente por instruciones de Righi a los fiscales intervinientes.

Si un género literario pudiera explicar el comportamiento del actual gobierno en esta crisis, ese género sería la farsa. Son unos farsantes. Dicen una cosa y hacen otra. Se instalan en una pose y ejercen un rol diferente. Dicen estar con los pobres, pero viven como millonarios; dicen ser nac&pop, pero el domicilio añorado de sus jefes es Puerto Madero; critican a la oligarquía ganadera, pero cuando hacen plata enseguida compran campos o elegantes cascos de estancia; afirman defender un modelo productivista, pero impulsan los negocios del juego, las agencias inmobiliarias y el turismo; se jactan de su condición de camporistas, pero a la hora de elegir despiden a un camporista para defender a un aventurero cuya épica recuerda a la de María Julia, y cuya vulgaridad a la hora de exhibir objetos de lujo evoca a ese otro presidente con el que el peronismo nos honró el peronismo y que se llamó Raúl Lastiri, un señor que será recordado por los centenares de corbatas de lujo que exhibía a los fotógrafos de la revista Gente.

Insisto, la farsa los define a todos. Son los mismos que se presentan ante la sociedad como luchadores sociales y le reprochan a políticos y empresarios conductas complacientes con la dictadura, cuando ellos mismos recurrieron a las leyes de la dictadura para enriquecerse; son quienes han capturado y corrompido la causa de los derechos humanos, cuando en los tiempos duros, en los tiempos en los que realmente había que jugarse, no fueron capaces de firmar un solo habeas corpus.

Son los mismos que declaran que jamás apoyaron a los militares en su aventura malvinera mientras que en fotos de aquella época se los ve acompañando a jefes militares en el sur; son los que hablan de reestatizar YPF y ponderan las virtudes de la empresa que en su momento fue honrada por ese militar patriota que fue el general Mosconi, años después de haber votado a favor de su privatización.

Un país que elige la farsa como estilo político, un país cuyos gobernantes se jactan de su carácter farsesco, es un país sin destino y sin grandeza. En un clima de farsa la Argentina no tiene futuro, pero tampoco un gobierno puede tener futuro porque, como dijera Lincoln, no se puede engañar a todos todo el tiempo. Veamos si no. El gobierno K hace cuatro meses que inició su tercer mandato y las señales de soledad son cada día más visibles. La imagen de Ella en el atril es patética, Esa suerte de unipersonal que ejerce casi todas las tardes ante una platea obsequiosa, dice más del concepto que la viuda tiene del poder que cualquier tratado de teoría política.

La presidente está cada vez más sola en medio de un coro de adulones y obsecuentes. Desde que murió su marido no ha promovido una sola iniciativa política trascendente. Vive del capital de Él. Lo disfruta y al mismo tiempo lo consume.