Al margen de la crónica

Un piercing para ahorrar desgracias a un pueblo

La prosperidad de un pequeño pueblo medieval nepalí depende desde hace siglos de una pintoresca tradición: que un lugareño se haga en público un “piercing” en la lengua con una alargada aguja de hierro.

Desde hace tres años esta responsabilidad la ha asumido el joven Jujubhai Basa, de 31 años, que reside en Bode, situada en el valle de Katmandú.

“Hago esto para preservar mi tradición y cultura. La primera vez me preocupaba que algo saliera mal, pero ahora ya me siento cómodo”, declaró Basa, un maestro de manualidades y artes antiguas en este país acunado en el Himalaya.

Según el sacerdote hindú Hari Bhakta, la leyenda empezó a forjarse hace 385 años, cuando había en la zona un espíritu, “khyak”, que provocaba numerosos problemas a los habitantes del pueblo.

Un sacerdote tántrico -una corriente esotérica del hinduismo- lo capturó y perforó su lengua con un “piercing” como penitencia, algo que repitió durante los siete años siguientes. Su objetivo era tener siete años de festividades, proteger al pueblo de la sequía, las inundaciones, los terremotos, la pestilencia y aumentar la habilidad de ser buen anfitrión y el fervor religioso.

A la perforación del “khyak” siguieron los “piercings” que los propios lugareños comenzaron a hacer en sus lenguas para complacer a los dioses, y hoy se atribuye a esta disciplina que el pueblo haya escapado a toda tragedia.

“Las desgracias no han caído sobre el pueblo desde entonces”, asegura Bhakta, “incluso durante el terremoto que golpeó al valle de Katmandú en 1934, en el que perecieron miles de personas en la región, solo una casa se colapsó en Bode y nadie murió por el seísmo”.

Y este año, Krishna Chandra, quien durante 12 años puso su lengua al servicio de los lugareños, se encargó esta vez de perforar la del nuevo héroe local; levantó en el aire la aguja de veinte centímetros y atravesó la lengua de Basa entre los gritos de la gente enfervorizada.

Tras ello, el protagonista visitó una docena de templos para pedir a los dioses sus bendiciones y lo hizo portando consigo un arco de madera como el que el espíritu tuvo que cargar durante siglos a modo de castigo.

En el templo dedicado a Mahalaxmi, diosa de la fortuna, el joven retiró la aguja de su lengua y untó en ella tierra del altar principal.

“Esta es la única medicina que me pongo en el agujero”, subrayó Basa, que no había comido nada en los tres días previos a la ceremonia, tal y como marca la tradición, y se limitó a beber agua, cerveza de arroz y licor.

Su herida se curará en unas dos semanas y simplemente dejará una pequeña cicatriz en su lengua, una marca nimia que bien vale la prosperidad de un pueblo.