Crónica política

YPF: un oficialismo triunfante, una oposición genuflexa

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Rogelio Alaniz

“...tienen mil versos y todos distintos, por sus facultades decirse podría, que atrapan giles casi por instinto”.

Carlos de la Púa.

Entiendo los motivos que movilizan a la señora para expropiar Repsol y nacionalizar, estatizar o argentinizar YPF. Entiendo su lógica. La íntima y la pública. No me sorprende que ayer hayan sido los promotores de la privatización y hoy sean los campeones de la “recuperación de la soberanía nacional”. La entiendo a Ella y lo entiendo a Él. También lo entiendo a Menem. Incluso entiendo que hoy estén juntos. Lo estuvieron en los noventa y vuelven a estarlo ahora. Sus diferencias fueron reales, pero su pertenencia a una misma cultura política, a una misma manera de concebir el poder, también lo es.

No hay que llamarse a engaño: entre los Kirchner y los Menem son más importantes las pertenencias políticas que las diferencias ocasionales. Si alguna duda había al respecto, los hechos recientes acaban de despejarla. Con palabras precisas lo dijo Corach -que algo sabe de peronismo-: “Si Kirchner hubiera llegado a la presidencia en 1990 habría hecho lo mismo que Menem. Y si Menem hubiera sido votado en 2003, habría hecho lo mismo que Kirchner”. ¿Sorprendente? Para nada.

Insisto, no me sorprende lo que están haciendo. En todo caso me sorprende que no lo hayan hecho antes. Estamos en la Argentina que compra todos los relatos nacionalistas en boga. La fórmula es infalible: el fútbol, las Malvinas, YPF. Los compran, los estafan y en la primera de cambio vuelven a vender . Y al cuento del tío lo consume el hombre de la calle y el engolado dirigente opositor.

No me sorprende la fanfarria nacionalista, la canción de gesta urdida para justificar la confiscación, el recurso manipulador de otorgarle la voz cantante al señor Kicillof con el mismo desparpajo que en otro momento le otorgaron la voz a De Vido o antes a María Julia Alsogaray. Todo vale. Incluso la desfachatez de decir una cosa y luego sostener exactamente lo contrario sin que se les mueva un pelo.

Lo decía en notas anteriores, el ochenta y dos por ciento de los funcionarios menemistas hoy son funcionarios kirchneristas. Los mismos que indultaron a militares hoy los encarcelan; los mismos que privatizaron hoy estatizan; los mismos que se abrazaron eufóricos cuando entregaron YPF hoy se abrazan con la misma euforia para celebrar su estatización.

Claro que los entiendo. Lo escribí en este diario en 1992 cuando nadie trabajaba esta hipótesis que hoy circula con más frecuencia: el peronismo es un dispositivo de poder sostenido por una crasa mitología. Nada más que eso. Nada más y nada menos. No me importa patentar el invento, pero me importa saber que empieza a ser tenido en cuenta. Todas las aparentes contradicciones del peronismo se entienden, se explican a partir de una concepción del poder, una manera de ejercer y justificar el poder en cualquier circunstancia. Así se entiende que a lo largo de los últimos sesenta años hayan sido clericales y anticlericales, estatistas y privatistas, derechistas e izquierdistas, torturados y torturadores, víctimas y victimarios.

Claro que entiendo al peronismo. Lo entiendo más que muchos peronistas que lo descubrieron ayer o anteayer. Entiendo y admiro algunos de sus recursos. Son originales, exclusivos. ¿Ejemplos? Ejercer el poder con todos sus atributos, ejercerlo sin piedad y sin escrúpulos y, al mismo tiempo, presentarse ante la sociedad como si estuvieran luchando contra el poder, es algo más que una triquiñuela, una picardía criolla, es una eficaz y real invención política.

Pero así como me jacto de entender al peronismo, debo confesar mi absoluta incapacidad para entender a la oposición. No los entiendo y cada vez se me hace más difíciles entenderlos. Lo sucedido con YPF contribuye a profundizar mi confusión. Que los radicales y los socialistas acompañen al gobierno en esta suerte de “gesta patriótica y liberadora” me deja fuera de juego. No los entiendo. No entiendo que sean tan ingenuos o tan.... No entiendo que estén tan colonizados por sus alienaciones ideológicas. No entiendo que no sepan distinguir la lógica del poder de la propaganda política. No entiendo, como se dice en la jerga popular, que una y otra vez “se coman todos los amagues”.

Arturo Jauretche decía que para hacer política hace falta “tango, esquina y quilombo”, es decir, tener calle, conocer cómo funciona el mundo real con sus picardías, miserias y virtudes. La “calle” no es la única virtud que exige la política, pero sin “calle” se hace muy difícil hacer política y, mucho menos, cuando el rival que está enfrente se llama peronismo.

Alguien podrá decir que no es académico introducir en una reflexión política la noción de “calle”. Puede ser. Vayamos entonces a las categorías teóricas. La teoría de la representación, por ejemplo. Se supone que un dirigente o un partido en una democracia representativa “representa” a sus votantes. Pregunto. ¿Los radicales o los socialistas suponen que votando el proyecto peronista representan a quienes los votaron para que ejerzan un rol opositor? Dirán que a veces hay grandes políticas de Estado que unen a toda la nación. ¿Lo dicen en serio? ¿creen de verdad que estamos ante una gesta patriótica? Como dijera Talleyrand en una situación parecida: “Por favor, no me hagais reír que la situación no lo amerita”.

Los radicales dicen que YPF es una conquista de Yrigoyen y Alvear. Muy bien. ¿No podrían haber presentado un proyecto independiente planteando la defensa real de YPF sin ser furgón de cola del carro triunfal del oficialismo? ¿iban a perder la votación? ¿y acaso creen que ganan algo sumándose al proyecto de la señora? ¡No nos sumamos porque planteamos nuestras diferencias! responden ¿En verdad creen en lo que dicen? ¿creen que esas diferencias cambian en algo el acto de someterse políticamente al proyecto oficial? ¿creen en serio que un gobierno que ha demostrado que a la hora de tomar decisiones hace lo que se da la gana, tendrá en cuenta sus escrúpulos constitucionales o progresistas?. “Es que el pueblo no nos iba a entender si no apoyábamos” dicen que dijo Sanz. Esconderse detrás del dios “pueblo” para justificar lo injustificable no es un recurso inteligente y mucho menos práctico. No hay pueblo en general en democracia. Y mucho menos para un político opositor que debería esforzarse por representar en primer lugar a quienes lo votaron.

El panorama es desolador. Creo que en este contexto nos merecemos a Jaime, De Vido, Bonafini, Oyarbide, Kicillof y Boudou. Nos merecemos a Ella y a Él. Y también nos merecemos a Macri. ¿Por qué? Porque me guste o no, es la única voz que dijo algo diferente. Que en ese clima de complacencia y resignación, se opuso. A su manera, pero se opuso. Nunca simpaticé con Macri, entre otras cosas porque no soy hincha de Boca, pero lo que no les perdono a los actuales dirigentes opositores es que gracias a sus defecciones hoy empiezo a considerar a Macri la única referencia opositora importante. ¿Exagero? Algo, pero no mucho.

Lo dijo en un reciente artículo el historiador Luis Alberto Romero: “YPF puede llegar a ser un botín para el gobierno”. ¿Es tan arbitraria la afirmación? ¿acaso no es lo que han hecho con las jubilaciones y el Banco Central? El mismo historiador sostuvo que se hace muy difícil creer en una estatización cuando no hay Estado o lo que hay es un Estado en ruinas que los flamantes estatizadores contribuyeron a degradar.

Es verdad, YPF es una bandera histórica de nuestra nacionalidad. Representa uno de los momentos más dignos de nuestra historia política en el siglo veinte. Pero también es verdad que De Vido no es Mosconi y que la señora no es Hipólito Yrigoyen. Estatizar o nacionalizar no son abstracciones. Iniciativas que son buenas en sí mismas al margen del contexto político, cultural o ideológico de sus promotores. A favor de las estatizaciones puede haber personajes colocados en las antípodas. Hitler y Willi Brandt, Stalin y Roosevelt, Idi Amin y De Gaulle, un sátrapa como Kadafi y un socialista como Miterrand, un demócrata como José Figueres y un dictador como Fidel Castro, un populista como Chávez y una jefa de Estado como Dilma Roussef. No hay estatizaciones al margen de la identidad y la realidad política de quienes las promueven. Corresponde a un político de raza establecer las diferencias en cada caso. Esas diferencias que los radicales y los socialistas se niegan a admitir por ser prisioneros del chantaje populista que plantea que pueblo y peronismo son la misma cosa.