Argentina: una tierra generosa y pródiga

Argentina: una tierra generosa y pródiga

El 1º de abril pasado se reunieron los descendientes de Luciano Moore y Clotilde Rubio en Calchaquí.

 

El pasado 1º de abril se reunieron los descendientes de Luciano Moore y Clotilde Rubio en Calchaquí. El autor recuerda la historia de la familia que formaron sus antepasados, que transcribimos sintéticamente.

TEXTOS. JAVIER MAFFUCCI MOORE.

Luciano Pablo Moore (1883-1969), hijo de Thomas Moses Moore y Fanny Louise Eugenie Bugnon, nieto del legendario colonizador del chaco santafesino, William Tandy Moore, nació en la Colonia California, el lugar que su abuelo había fundado en 1866 junto con otros amigos y familiares que abandonaron Estados Unidos a fines de la Guerra Civil.

Su infancia transcurrió en las tierras que sus antepasados habían elegido -y comprado- al llegar a la Argentina en busca de un futuro mejor. Para cuando William Tandy Moore regresó a Estados Unidos, en 1877, su hijo Thomas -ya casado con la suiza Eugenia Bugnon- había vendido su concesión inicial en la California y vivía en un pequeño campo en lo que había sido Colonia Galense.

Fue ahí donde nació Luciano, bautizado el 22 de abril de 1885 por Joseph R. Wood, pastor de la Iglesia Metodista Episcopal. Fueron testigos Alexander McLean (viejo amigo de su abuelo) y Winnifred Jones de Morgan. Aproximadamente desde 1890, Thomas Moore arrendaba una gran extensión de campo al suroeste de Alejandra que dedicó a la explotación ganadera.

El fin de los ataques indígenas hacía posible que ese negocio pudiera extenderse y concretarse. En 1894, Thomas Moore compró 4 leguas cuadradas, de 2.500 has. cada una, a Murrieta y Cía. al precio de 64.000 pesos.

La creación de una estancia prácticamente de la nada es una historia común a muchos pioneros del suelo argentino. En esa tarea que Thomas Moore encaró con denodado tesón debió afrontar buenos y malos momentos, ya que la vida del campo lejos está, y menos en aquella época, del bucólico paraíso que muchas veces imaginan quienes no la han vivido.

Acompañado de su familia afrontó la lucha de todos los días, sin descanso, desmontando quebrachales, alambrando, afrontando sequías, granizos, langostas e inundaciones. Así fue como nació la estancia Los Andes, que se convirtió en uno de los establecimientos más importantes de la zona y una fuente de bienestar económico para toda la familia. Thomas Moore viajaba a la estancia en volanta, llevaba siempre algún peón o alguno de sus hijos a caballo para que le abrieran las tranqueras o para cuartear.

Una fuerte preocupación de doña Eugenia Bugnon fue que los hijos recibieran una buena educación. En aquel tiempo, los hijos más pequeños, como Luciano, siempre tenían una maestra o maestro particular en casa, como madame Brondin, don León Caly y don Federico Kindweiler.

Entre 1897 y 1898, Luciano y sus hermanos, excepto Enrique, Tomás y Adelina, iban a la escuela de Alejandra donde tenían como maestra a Miss Ann Simmons, una “inglesa flaca, sorda y cascarrabias”, según los chicos, y los maestros Manuel Jardón (el rengo) y Vignolo, quienes debían lidiar con el chúcaro Luciano.

EN ALEJANDRA

En 1895, Thomas Moore vendió sus propiedades en Colonia California a Carlos Bieri y se trasladó con su familia a Alejandra, dedicándose de lleno a la administración de su estancia Los Andes, que ya era de su propiedad, pues la había adquirido con las ganancias obtenidas de la mensajería-correo que regenteara y, quizás, la herencia que recibiera su esposa al fallecer su padre.

En esos años, Alejandra no tenía más de diez casas, la escuela y la Iglesia Anglicana. La familia Moore se instaló, finalmente, en una amplia casona ubicada en la misma cuadra de la Iglesia anglicana, la que Moore adquirió en septiembre de 1896. Había sido la casa de Charles Webster, administrador de la colonia y juez de paz.

Tras seis años de leales servicios, George Spencer se retiró de la administración de la estancia Los Andes en 1896, para dedicarse a atender su propio campo cerca de la laguna La Colorada. Hasta que su hijo Enrique fuera mayor, Moore designó diversos encargados: Manuel Puebla, Ramón Ábalos y Anacleto Zeballos, y los peones Juan y Ambrosio Cáceres, Lucas Franco y María Troncoso, cocinera, con su pequeña hija Meregilda.

En 1898, al cumplir Enrique Moore los 18 años le fue confiada la administración de Los Andes y su principal ayuda era su hermano Luciano, que sólo tenía 13. En las recolectas salían Enrique ó Luciano Moore con Anacleto Zeballos como capataz. La principal ocupación de la familia siguió siendo la ganadería.

SOCIEDAD FAMILIAR

Hacia 1915 Tomás, Luciano, Luis, Alberto, Lorenzo y Guillermo Moore formaron una sociedad, bajo la denominación Moore Hermanos Ltda., que se dedicó a la explotación de 15.200 hectáreas de campo con 6.200 cabezas de ganado que arrendaban a su padre, a razón de 36.000 $ m/n por año.

Obtuvieron óptimos rendimientos con motivo de la situación generada por la Gran Guerra, pero luego sobrevino una profunda crisis en el mercado ganadero que los redujo al grado en que habían comenzado. [...] El legado de Thomas Moore comprendía 21.252 has., que fueron subdivididas en lotes a cada uno de los hijos en condominio indiviso con su viuda. Luciano Moore recibió la estancia La Lucía -1372 has- en Calchaquí y 567 cabezas de ganado.

Pero la familia supo afrontar ese trance, la mayoría de los hermanos (Tomás, Luis, Guillermo, Luciano, Alberto y Lorenzo) ya venían haciéndose cargo de los negocios familiares, así que sumaron ahora a la sociedad ganadera Moore Hermanos a Clara e Isolina.

LUCIANO PABLO MOORE

“Era bravo el gringo”, suelen decir quienes lo conocieron. Ya de chico se ganó la fama de bochinchero por los líos que armaba en la escuela. No le gustaba ir al colegio, prefería ayudar a sus hermanos mayores en el campo, ingresando desde muy temprana edad al proceso productivo familiar, algo que era muy habitual en aquella época en el ámbito rural.

Luciano -como su madre y sus hermanos- amaba la música, tocaba acordeón y guitarra, le gustaban mucho los valses, las polcas y el chamamé. Pero su mejor diversión era el campo, salir a caballo a controlar todo, ordenar, juntar los animales, llevarlos a beber o pastar.

Colaboró activamente con su hermano Enrique mientras éste administraba la estancia Los Andes, y luego siguió junto a Luis. En 1913 se unió a Clotilde Rubio. Ella era de Esquina, Corrientes, y había ido a Alejandra con su madre, doña Juana Rubio, comadrona, labor esencial en esos tiempos en lugares como Alejandra donde no había médico y la atención de las parturientas quedaba exclusivamente a cargo de estas mujeres que ayudaban al buen nacer. [...]

CONTACTO CON LA NATURALEZA

Luciano y Clotilde se instalaron en la estancia La Loma, y luego pasaron a El Cristal, ambas cerca de Alejandra. [...] La casa quedaba muy cerca de la laguna El Cristal, adonde los hijos se divertían nadando, jugando en la arena y buscando huevos de tortuga en la costa.

En época de crecientes, los arroyos y bañados desbordaban y solían aparecer en la laguna los yacarés que atacaban a los pequeños corderos que bajaban a beber. Tanto en La Loma como en El Cristal se montaba con ensillado corto, con el cuero de arriba doblado, sobre animales de gran porte, ya que siempre andaban vadeando arroyos y bañados.

Don Luciano les enseñaba a sus caballos a cruzar arroyos y ríos, pasándolos de un lado a otro con la soga al cuello. En todas las estancias de la familia Moore siempre había muchos perros: se usaban para cazar ñandúes, liebres, mulitas, tatúes y peludos; a veces agarraban jabalíes o carpinchos a la vera de los esteros. Los ñandúes eran fáciles de domesticar así que siempre había alguno en la casa que comía todo lo que encontraba a su paso. Al morir su padre, Luciano se instaló en Calchaquí, a unos 50 km. de Alejandra, y allá formó la estancia La Lucía, que no era de gran extensión pero sí de gran movimiento. [...]

HISTORIA COTIDIANA

Clotilde y Luciano tuvieron doce hijos: Lucía Juana (Lucha), Hilda Otilia, Enrique Amílcar, Humberto Alcides, Elsa Nydia, Edda Lubina, Blanca Noemí (Memi), Pablo Ovidio, Nilda Palmira (Tita), Delia Erin, Elda Nelly (Lita) y Martha Waldolem.

Con sus hijos ya crecidos y varios años encima, Luciano se trasladó al pueblo de Calchaquí, adonde fijó su residencia hasta su fallecimiento. Sus descendientes se han expandido por todos los rincones de la Argentina, esta tierra generosa y pródiga que abriera sus brazos fraternos para recibir a sus antepasados.

Con aciertos y errores han contribuido, cada uno en la medida de sus posibilidades y sus aspiraciones, a la formación de la sociedad argentina actual. Sus propias vidas revelan con elocuencia los cambios que fueron acaeciendo. Los ha caracterizado un espíritu abierto a los cambios, desde la adopción de nuevas formas de relaciones familiares hasta nuevas costumbres, un marcado interés por el devenir político y social del país, y una constante preocupación por mantener y transmitir ciertos valores heredados de aquellos pioneros.

Sus nombres no aparecerán en los libros de la gran Historia pero, sin duda, han sido actores permanentes de la historia cotidiana y son un claro ejemplo de lo que puede conseguirse a través del esfuerzo, el amor, la educación, el trabajo y la fe. El pasado 1º de abril se reunieron en Calchaquí los descendientes de Luciano Pablo Moore y Clotilde Rubio para honrar a sus ancestros y renovar los lazos que los unen a través de tantas generaciones.

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La familia Moore-Rubio se fotografió en 1938 en la Estancia La Lucía, en Calchaquí.

Arraigadas costumbres

[...] Doña Clotilde tenía un cocinero o cocinera todo el año -como la recordada Negra Pola- que preparaban mate cocido con leche y junto con una porción de queso, pan ó galleta, se les llevaba a los peones mientras levantaban la cosecha.

Luciano se encontraba a sus anchas en el seno de la naturaleza, era muy afecto a las plantas; un sector del campo era chacra y allí probaba todo tipo de semillas. Nada se compraba en el pueblo, se hacían morcillas y chorizos, se preparaba charque, las gallinas proveían huevos, doña Clotilde preparaba quesos, manteca y crema, horneaba pan, y preparaba mermeladas y dulce de leche que los chicos se comían en la olla todavía caliente. Hasta las velas y los colchones se hacían en la casa.

Los días de yerra el campo era una fiesta, se invitaba a todos los amigos, del campo y del pueblo. El día anterior se hacía la recolecta de los animales y se los encerraba en el corral. A la mañana temprano se encendía una gran fogata con los ‘fierros para marcar’ al rojo vivo. Ya para el mediodía finalizaba el trabajo y todos se juntaban a la sombra de los galpones a saborear el asado.

Por la tarde, venían las partidas de taba y las apuestas, amenizadas por la música de chamamés y polcas; la peonada de fiesta, algunos terminaban dormidos y las bromas estaban a la orden del día. Luego llegaban las empanadas y los pastelitos.

También fueron famosos los picnics en La Lucía, que se hacían bajo un grupo de paraísos cerca de la entrada. Allí se juntaban familias de toda la zona y don Luciano hacía venir alguna orquesta del pueblo para que animara la reunión. [...]

Los chicos, que ya eran muchos, usaban el tanque australiano como pileta, jugaban con los petisos y el terrier que les había enviado el tío Wallace Wheeler. Las niñas mayores se ocupaban de las costuras, las plantas, cuidar a los más pequeños y ‘gastar en libros’ como decía don Luciano, que compraban por catálogo como se hacía con casi todo lo que no podía hacerse en el hogar.

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El matrimonio de Clotilde Rubio y Luciano Pablo Moore, en 1962.