Preludio de tango
El tango y el alcohol

Preludio de tango
El tango y el alcohol

Manuel Adet
Lo que se dice habitualmente es que el personaje del tango recurre al alcohol para ahogar penas de amor y celebrar la amistad. Es verdad, pero es una verdad a medias, porque en poesía lo que más importa son los matices, matices que van desde el tango llorón, resentido, decadente, hasta la versión más sobria de quien bebe en soledad o, lisa y llanamente, desprecia a quienes se emborrachan y lloran por una mujer.
Los amigos en el tango se reúnen para beber. Tomar es signo de hombría, virilidad. Los reproches a quien no cumplen con ese código van desde el desprecio a la burla. “Sangre de pato, avivate frate mío, te vas a morir de frío si no aprendes a escabiar”, dice Rivero en precisamente “Sangre de pato”. En “Bien pulenta”, el tango de Carlos Wais, con música de D’Arienzo y Varela, el enfoque es bastante parecido. “No me gustan los boliches, que las copas charlan mucho y entre tragos se deschava lo que nunca se pensó, yo conozco mucho hombres que eran vivos y eran duchos y en la cruz de cuatro copas se comieron un garrón”.
Celedonio Flores dice algo semejante, pero de otra manera: “ No le des bola al amigo que es necio si anda borracho, es siempre un lío a la fija que hay que saber evitar. Mamate de vez en cuando que eso no es ningún pecado, pero hay que saber mamarse como hay que saber jugar”. En el tema de Eduardo Méndez y Nicolás Váccaro, “En la vía” Rivero dice: “A ver che mocito traeme cigarros, y ensilla esa copa de caña otra vez, que yo no junto con esos otarios, que toman de grupo llorando después...”. Y en “Jamás lo va a saber” se afirma: “...y si tomo alguna copa no va a ser con los amigos, uno nunca está seguro si le falla el corazón”.
En todos estos casos la relación con el trago es pudorosa, estoica podría decirse. Un hombre que se respeta no se emborracha por una mujer y si lo hace la discreción es absoluta. Asimismo, un hombre no pierde la línea borracho, todo lo contrario. El trago es cosa de hombres, pero también es cosa de hombres tener conducta. Es más, el alcohol otorga cierta sabiduría para quien sabe manejarlo. Es el caso de “ Mis consejos”, el poema de Héctor Marcó, cuando dice “Yo que te sigo los pasos acodao en los estaños, tambaleando madrugadas con diez copas o algo más, te bato que no es chacota manosear los veinte años, que la vida es una rula con mil números de engaños y si entrás a largar fichas como un hongo te secás”. La relación con el alcohol a veces puede ser trágica. Es el caso de “Whisky” de Héctor Marcó y Carlos di Sarli, un hermoso poema que hay que disfrutarlo con la voz de Jorge Durán : “ Vamos, no ves que ella ríe. No es de este siglo llorar. ¡Dale, mandate otro whisky, total la guadaña nos va a hacer sonar!”.
Después está el tango llorón, la borrachera humillada y resentida del hombre que quedó destrozado por un amor. Hay muchas letras, demasiadas para mi gusto que insisten en lo mismo. Algunas son mejores que otras, pero el tema tiene un límite. “Tomo y obligo”, de Manuel Romero y Carlos Gardel es casi un arquetipo. El título ya dice todo. Es un tango llorón desde el principio hasta el fin, más allá que en algún momento el personaje acuerda de decir que “ un hombre no debe llorar”.
“No me pregunten por qué” de Reynaldo Pignataro y Carlos di Sarli, insiste en la misma línea y esta vez los testigos del derrumbe son los amigos. “Muchachos, si cualquiera de estas noches me ven llegar al café, tambaleando, medio “colo”, babeando y hablando solo, ¡No me pregunten por qué”. Algo parecido puede decirse de “Viejo curda” de José de Grandis y Guillermo Barbieri, que Gardel estrenó en 1927. En ese caso hay una suerte de observador externo que registra con compasión la decadencia del borracho.
“Tabernero” pertenece al mismo grupo . Es un tango escrito en 1927 por Raúl Costa Olivieri. En la última estrofa el poema mejora, no mucho pero mejora: “Todos los que son borrachos, no es por el gusto de serlo, sólo Dios conoce el alma que palpita en cada ebrio”. El lugar es bastante común, pero es algo más digno que esas escenas de revolcarse en el suelo, arrastrarse en el fango y otras bellezas semejantes.
Particular fama adquirió el tango de Juan Andrés Caruso y Francisco Canaro, “La última copa”: “Eche amigo, nomás écheme y llene, hasta el borde de la copa de champagne, que esta noche de farra y alegría el dolor que hay en mi alma quiero ahogar. Es la última farra de mi vida, de mi vida muchachos que se va, mejor dicho se ha ido tras de aquella que no supo mi amor nunca apreciar”. Después dice: “Yo la quise muchachos y la quiero, y jamás yo la podré olvidar, yo me emborracho por ella y ella quien sabe qué hará”. En este poema es visible el acto de disimular la pena a través de la alegría ruidosa, esa alegría que al final de la noche, a la madrugada, se transforma en llanto. Cientos de tangos y poemas han girado alrededor de esa escena.
Después están los tangos que elogian el acto de beber. El más directo es “De puro curda”, escrito en 1957 por Abel Aznar y Carlos Olmedo. Allí se reivindica el acto de tomar sin motivo y sin razón. Es más, se desprecia al que toma para olvidar un amor. “Si un hombre pa tomar un trago e caña, precisa la traición de una mujer, no es hombre no se cura ni se engaña, y es maula pal sufrir y pal querer. Yo tengo bien templado el de la zurda, no tomo pa olvidar un metejón, yo tomo porque si de puro curda, pa mi siempre es buena la ocasión”. Perfecto.
“No tengo la culpa”, tango de Arturo de la Torre y Carlos Olmedo, muy bien interpretado por Alfredo Belusi, lleva la tragedia al nivel máximo de autodestrucción. “Yo sé que sos buena, no sufras no llores, dejá que me marche si el bien es pa vos, el cielo está lindo repleto de estrellas, yo voy al infierno que venden alcohol.” La última estrofa merece recordarse: “Me están esperando, mi copa está paga, el vicio me lleva camino del mal, mi sangre me grita que siga la farra, total queda poco la vida se va. No esperés mi vuelta, con esta me marcho, pegao al estaño de algún mostrador, canturreando un tango batiendo bolazos, de poco a la vida voy diciendo adiós”. Hay una belleza trágica, una suerte de conciencia lúcida en ese acto de muerte, en esa manera radical de despedirse de la vida.
Uno de los grandes poemas con alcohol es “Empinao” y la versión de Roberto Goyeneche es insuperable. Se trata de un tango escrito por Rubén Garello y Ernesto Baffa. Recomiendo escucharlo y disfrutarlo, sobre todo las últimas estrofas: “Un cacho de nada te da la belleza, un dolor sin nombre te quiere buscar, y en cualquier esquina te dice algún tango, la cruel fantasía que quiere volar. Relumbrón de fasos de algún bar abierto, de nuevo la cheno te quiere alcanzar, embalurdamiento del vivir sin vento, un vaso de tinto dirá la verdad”.
Por último, la gran consagración de la borrachera, el poema que la transforma en un acto trascendente, filosófico. Se trata del tango de Cátulo Castillo, “La última curda”. “Lastima bandoneón , mi corazón, tu ronca maldición maleva, tu lágrima de ron me lleva hacia el hondo bajo fondo donde el barro se subleva. Ya sé, no me digás tenés razón, la vida es una herida absurda, y es todo todo tan fugaz que es una curda nada más mi confesión”. Y el final: “Contame tu condena decime tu fracaso, no vez la pena que me ha herido, y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido, ya sé que te lastima, ya sé te hace daño llorarte mi sermón de vino, pero es el viejo amor que tiembla bandoneón y busca en un licor que aturda, la curda que al final termina la función poniéndole un telón al corazón”. Mejor no se puede decir. La curda sale del barro, de la decadencia, de las lágrimas fáciles para transformarse en poesía, en excelente poesía.