Espiritualidad cristiana

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“La Piedad de Viterbo”, de Sebastiano del Piombo.

Pbro. Hilmar M. Zanello

“Por donde vais hasta el cielo/ si por la tierra no vais” (“Cántico espiritual”. S. Juan de la Cruz).

Después de haber hablado en un artículo anterior de “espiritualidad” en general, nos abocamos ahora en la “espiritualidad cristiana”.

Entendíamos por espiritualidad lo que toca lo más profundo del ser humano, su interioridad, realidad por la que constatamos nuestra identidad. Hoy nace la preocupación por rescatar esta dimensión interior para llenar el presente vacío existencial que domina en buena parte esta humanidad que privilegia sólo la exterioridad del hombre.

Por interioridad entendemos el llamado profundo de la realidad que se mueve en el hombre, clamando sensatez y oídos atentos para escuchar las voces procedentes del Espíritu.

De esto nace la espiritualidad, que es una experiencia única y que no es una dimensión separada o distinta de la vida real.

Porque los cristianos percibimos una presencia misteriosa del Dios Vivo, integrando la antropología humana con tal dimensión divina. Y esta presencia divina, en la estructura bio-psico-espiritual del hombre, es una certeza que bien la expresa el filósofo Xavier Zubiri cuando afirma que el hombre es “experiencia de Dios”.

El Concilio Vaticano II lo reafirma en muchos de sus documentos como la riqueza más grande del hombre, que lo distingue de la vida puramente animal. Encontramos como testimonio de esta presencia las siguientes afirmaciones: “Secreta presencia de Dios” ; “verbo sembrado o semillas del verbo”; “presencia como preparación del Evangelio” (AG 9,7: GS 57: LG. 16).

La experiencia de quienes vivieron sinceramente esta interioridad nos revela esta presencia; así, San Agustín: “Dios es más íntimo que nuestra propia intimidad...”; San Ireneo: “Al crearnos, Dios nos deja su semen y la humanidad quedó grávida de Dios”, y el teólogo Urs Von Balthazar: “El hombre es portador de un misterio más grande que sí mismo”.

Es reveladora la reacción del otrora marxista Charles Peguy, quien después de su conversión, al experimentar esta “presencia en su interior” exclama, como en un despertar milagroso: “Siento el estupor de la fe”. Y añadía: “Esto es un injerto de lo eterno en el tiempo”.

Quien vive esta experiencia integradora de la vida ya no podrá sostener una concepción de Dios separado o alejado de la realidad humana, con una espiritualidad reducida para solos momentos de prácticas religiosas como ritos, ceremonias sagradas o promesas.

En cambio nace la concepción de un Dios Bíblico, un Dios Encarnado, acompañando al hombre, ayudando a superar el dualismo que intentaba separar lo divino de lo humano, lo sagrado de lo profano, dejando para la vida cristiana sólo momentos rituales.

Es decir que la espiritualidad cristiana es la misma vida real mirada desde Dios, desde una dimensión trascendente. Ciertamente el riesgo de la espiritualidad sería caer en un craso espiritualismo desencarnado. O en una actitud religiosa intimista o individualista alejada de todo compromiso solidario con el que sufre, con enfermos y pobres es decir separada de toda sensibilidad con el otro.

Lo esencial de la espiritualidad cristiana, su eje fundamental, no consiste tanto en el conocimiento frío de una doctrina o ideología, conceptual. El centro lo constituye el descubrimiento, la adhesión, y el seguimiento de la persona de Jesucristo, que por su Encarnación se hizo presente en la vida de cada uno de sus discípulos.

Es una presencia activa y viva, que va reestableciendo, transformando la vida humana, hasta el ideal de lograr lentamente una identificación con ese centro vital, con la persona de Jesús, que constituye lo definitivo para el hombre.

Esta espiritualidad asume toda la vida humana, su evolución, su crecimiento, sus altibajos, sus tentaciones, sus crisis, su rutina y sus monotonías.

Al creer en un Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, un Jesús que por su resurrección ahora camina con nosotros, que se hizo solidario con el hombre, se va llenando de un sentido nuevo la vida, mostrando y ayudando a alcanzar las verdaderas metas que planifican definitivamente la vida.

En síntesis, la “espiritualidad cristiana” está centrada en el seguimiento de Jesús, igual que los primeros cristianos que se decidieron a caminar en el camino de Jesús, actuando como fermento de una vida nueva en el mundo.

Ideal que lo expresa muy bien San Pablo cuando escribía a los Romanos: “No tomen como modelo a este mundo; por el contrario transfórmense interiormente, renovado su mentalidad y remodelense en Cristo Jesús” (Rom 12,2).

Lejos de alienar al hombre, la espiritualidad cristiana integra y unifica a este hombre en su esencia bio-psico-espiritual, insertándolo en su dimensión social, como decía un teólogo: “Cuanto más santo más humano”.