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“Jesuitas éramos los de antes”

De la redacción de El Litoral

Acaba de publicarse Jesuitas éramos los de antes, relato testimonial de Jorge González Manent, que describe las impresiones de un novicio de los años 50.

En verdad, cuenta González Manent, cuando se consolidó su “llamado” no tenía idea a cuál orden religiosa dirigirse. “A mí no me decían nada ni los franciscanos ni los dominicos ni los vicentinos ni los salesianos. Mucho menos los jesuitas. Yo me veo en una parroquia”. Sin embargo, la primera chispa surgió en una discusión, cuando alguien sostuvo que Dios no era todopoderoso, ya que no podía hacer una piedra tan grande que no la pudiera mover, y él replicó que “Todopoderoso” no quiere decir que se hagan absurdos o cosas contradictorias, sino hacer lo que se quiere, todo lo que se quiere. “No puede lo que no quiere; pero no porque no pueda, sino porque no quiere”. Y entonces su amigo y consejero sentenció: “Vos tenés que ser jesuita. Porque hablás como un jesuita. Te parecés a uno que yo conozco”.

Incluso, sigue contando González Manent, creía que la orden de los jesuitas ya no existía, que sólo pertenecía a la historia, junto con las ruinas de sus misiones y “los violines aplacando a los indios para zamparles el bautismo por la cabeza. Hasta que una chica en una fiesta me había comentado que ella tenía un tío jesuita y que los jesuitas eran muchachos bien (pronunciar bian) que querían ser curas, sí, pero al mismo tiempo seguir inmersos en su ambiente distinguido. Un relámpago iluminó mi mente: ¡Si alguna vez llegara a pensar en el sacerdocio, sería cualquier cosa menos jesuita!”. Pero su consejero le informa detalladamente sobre la enorme historia y múltiple actividad de la orden, desde sus integrantes intelectuales a los que estuvieron y están investigando o evangelizando por el mundo, los que trabajan con la juventud, con los enfermos, con las familias, con los pobres... “Nada que ver con los niños bian que me habían querido vender. A mí, que los creía extinguidos como los dinosaurios, pero más chiquitos, esa noche se me encendió una panorámica en cinemascope. Tenía que conocerlos, total, si no valía la pena, me metía en el seminario y listo”.

La decisión, la crisis familiar, las amistades, las despedidas, la interrupción de los estudios de química forman parte de la narración de los años 1955 y 1956, en Buenos Aires, que anteceden al ingreso en el noviciado de Montevideo (setiembre de 1956- marzo de 1958), con una rica y entretenida descripción de las primeras impresiones el entrar en la Compañía, las actividades (de los modos de orar a servir la mesa, barrer o limpiar los baños), la distribución ordinaria de los horarios, los viajes a quintas y sierras, el mes de ejercicio en un hospital, las diversiones, los reglamentos...

Una tercera y cuarta parte del libro (marzo de 1958-marzo de 1959), se refieren a la finalización del noviciado de González Manent en Córdoba. Y aunque no está en el libro, en los 60, el joven religioso llegó al colegio jesuítico de la Inmaculada Concepción en nuestra ciudad, donde fue maestrillo. Le enseñó literatura de cuarto año a varias promociones. Y sus conocimientos dejaron tanta huella como su infrecuente sentido del humor, mechado con cierta causticidad y un inteligente ejercicio de la provocación del que da muestras en este libro. Esos ingredientes de su singular personalidad acortaban la distancia que puede sugerir su doble apellido. Sus alumnos le decían “Goma”. Ése era su sobrenombre, y la clave que abría una comunicación más próxima.

Con gracia (con franco humor, desopilante por momentos) y fino estilo, Jorge González Manent presenta un libro digno de figurar entre las más notables autobiografías nacionales. Y más allá de nuestras fronteras, ya que el texto ha merecido el elogio nada menos que del italiano Umberto Eco: “Este libro bien lo podría haber escrito yo. De haber sido jesuita, obvio”.

Publicó Dunken.

Fundéu bbva

“Abocado” y “avocado”

La Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) en la Argentina señala que el verbo abocar, con el sentido de ‘conducir a alguien a un determinado lugar o situación’ o ‘hallarse en disposición, peligro o esperanza de algo’ se escribe con b, no con v.

Sin embargo, en numerosas noticias aparece con la grafía avocar: “El profesor estaba avocado a preparar a los chicos que cantarían en el concurso”, “Ahora la dirigencia se encuentra avocada a renovar el vínculo con el director técnico del club”.

En estos ejemplos lo adecuado habría sido emplear la b: “El profesor estaba abocado a preparar a los chicos que cantarían en el concurso”, “Ahora la dirigencia se encuentra abocada a renovar el vínculo con el director técnico del club”. Abocar significa también, entre otros sentidos, ‘desembocar o ir a parar’, ‘acercar la boca de un recipiente a otro para trasvasar el contenido’, ‘comenzar a entrar en un canal, puerto, estrecho, etc.’ y, como pronominal, ‘dedicarse de lleno a una actividad’; en todos estos casos se emplea la grafía con b: abocar.

Además, señala la Fundéu BBVA, que trabaja en la Argentina asesorada por la Academia Argentina de Letras, conviene no confundirlo con el verbo avocar, con v, que sólo se emplea en el ámbito jurídico y que significa, dicho de una autoridad gubernativa o judicial, ‘atraer a sí la resolución de un asunto o causa cuya decisión correspondería a un órgano inferior’: “La Corte avoca esa causa”.

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Jesuitas en las Misiones, según Florian Paucke. Lámina que ilustra la tapa del libro de Jorge González Manent.