La vuelta al mundo

Paraguay: ¿Golpe de Estado o resolución previsible?

Rogelio Alaniz

La Corte Suprema de Justicia de Paraguay acaba de rechazar la presentación de Fernando Lugo en la que éste desconoce la decisión del Congreso de destituirlo a través de un juicio político. El fallo fue aprobado por unanimidad y con este acto se cierra toda posibilidad de reclamar por vía legal su retorno a la presidencia de la Nación. La única resistencia a su destitución proviene de los países vecinos, entre los que se destaca la Argentina con una singular sobreactuación por parte de la señora.

El marco solidario regional es significativo, pero no alcanza a revertir una situación interna que parece estar resuelta. Por otra parte, lo que los mandatarios vecinos no deben perder de vista, es que el principio de autodeterminación de los pueblos -esgrimido por todos- debe ser tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones. Quienes defienden a Lugo podrán decir que se trata de un golpe de Estado, de una maniobra destituyente de la derecha o de un retorno al “stroessnerismo”. Ninguna de estas consideraciones alcanza a revertir el hecho incontrastable de que por absoluta mayoría los partidos políticos y las instituciones del Estado se han pronunciado a favor de poner fin a su mandato presidencial.

¿Pero es en realidad un golpe de Estado? Yo no estaría tan seguro. Los golpes de Estado, en la tradición latinoamericana, son promovidos por los militares e incluyen el cierre del Parlamento, la supresión de las libertades civiles y políticas y la represión de los adversarios. El golpe de Estado es algo más que un cambio de gobierno; es, por sobre todas las cosas, un cambio más o menos violento del principio de legitimidad que sostiene a un orden estatal. Sus modalidades han sido diferentes, pero los rasgos mencionados son los que se mantienen en todos los casos.

Decía entonces, que todo golpe de Estado altera el ordenamiento jurídico de una nación. Nada de eso ha ocurrido en este caso. La Constitución y las leyes se mantienen vigentes. Y la decisión política de destituir a Lugo fue tan contundente que hasta él mismo aceptó en principio la resolución. La foto que lo registra saliendo con sus colaboradores del Palacio de López, exhibiendo una amplia sonrisa, se parece mas a una comedia que a una tragedia. Lugo, riéndose a los pocos minutos de ser destituido, está en las antípodas, por ejemplo, de la expresión de Salvador Allende, Arturo Illia o Arturo Frondizi, ante los respectivos golpes que soportaron. ¿Un error de los fotógrafos? ¿Un error del ex presidente al reírse en el momento menos oportuno. Puede ser. Pero tampoco es arbitrario leer en la sonrisa de Lugo todo un estilo de poner en escena los atributos del poder y de vivir el conflicto.

Conclusión: Federico Franco es el nuevo presidente de Paraguay, y si no hay novedades lo será hasta concluir el mandato a mediados del año que viene. Por lo pronto, sus declaraciones iniciales están muy lejos de las de un dictador. En primer lugar, ha dicho que no se presentará como candidato, un rasgo opuesto a la modalidad de los golpistas que sueñan con perpetuarse en el poder. Asimismo, se ha comprometido a conversar con sus colegas latinoamericanos para explicar la nueva situación y garantizar que en las líneas fundamentales Paraguay no alterará su política exterior. También en este punto sus promesas no son las de un déspota mesiánico.

¿Franco es de derecha? Probablemente lo sea. Y el primero que conocía esa identidad era Lugo, cuando lo designó su compañero de fórmula. Franco pertenece al Partido Liberal , un partido histórico que comparte esa tradición con ese otro partido que es carcaterizadamente de derecha y que expresó durante décadas el aval al régimen de Stroessner y la alianza entre millonarios y militares. Me refiero al Partido Colorado, para muchos observadores un entrañable primo hermano del peronismo argentino.

De todos modos, para suponer que Franco es de derecha y el Partido Colorado la expresión de una derecha populista, hay que admitir previamente que Lugo es de izquierda ¿Lo es efectivamente? Más o menos. Digamos en principio que como sacerdote se alineó con las corrientes progresistas de la Iglesia Católica y llegó al poder prometiendo una reforma agraria en un país donde el ochenta por ciento de la tierra es controlada por una oligarquía latifundista. La promesa seguramente fue sincera, pero por una razón u otra no la pudo cumplir. O no lo dejaron cumplirla. No hubo reforma agraria, y paradójicamente fue destituido porque se le atribuye responsabilidad en la masacre de campesinos y policías ocurrida el pasado 15 de junio en Curuguaty, una localidad ubicada a 200 kilómetros al noreste de Asunción.

¿Le hicieron una cama? Es probable. Pero también es probable que en esa cama él se acostó ufano y candoroso. Veamos si no. Un grupo de campesinos organizados políticamente tomaron las tierras de uno de los estancieros más poderosos del país. Se trata del dirigente del Partido Colorado, Blas Riquelme -en algún momento presidente de esta formación política-, propietario de alrededor de setenta mil hectáreas de campo, además de supermercados y entidades financieras. Según se dice, Riquelme a través de un negociado con el Estado, se había apropiado de dos mil hectáreas fiscales, las mismas que para el 15 de junio estaban ocupadas por los campesinos.

¿Qué pasó? Una jueza y un fiscal le ordenaron al Grupo Especial de Operaciones (GEO), que los desalojara. El GEO es un cuerpo especial entrenado en Colombia para resolver conflictos de este tipo. Se trata de profesionales capacitados para quienes la tarea encomendada era casi de rutina. Sin embargo, lo que parecía ser una jornada previsible se transformó de pronto en un infierno. Según denuncias formalizadas, un grupo de francotiradores disparó sobre la patrulla del GEO. Allí murieron seis o siete policías. ¿Quiénes eran esos francotiradores? Es lo que se está investigando. Lo más probable es que hayan sido agentes organizados por algún servicio de inteligencia cuyo objetivo era obligar a los policías del GEO a responder a las balas con más balas. Fue lo que hicieron. Y el balance dio como resultado once campesinos muertos y más de cincuenta heridos.

De los francotiradores, hasta el momento nada se sabe. O, según se mire, se sabe todo. Por lo pronto, no deja de ser sintomático que entre los policías muertos se encontrara el oficial Erven Lovera, hermano del teniente coronel Alcides Lovera -¡oh casualidad!- jefe de seguridad de Lugo. El mensaje o los mensajes son más que evidentes. Masacre de campesinos y policías para dejar en claro quién manda y un mensaje para Lugo, que podría traducirse con las siguientes palabras:”Lo que hicimos con Ever podemos hacerlo con Alcides y, por qué no, con usted”.

¿Cuál fue la respuesta del presidente a esta provocación? Destituir a su ministro del Interior, Carlos Filizzola, y nombrar en su lugar a Rubén Candia Amarilla. La decisión no podría haber sido más torpe. Con un plumazo, el ex sacerdote formalizaba su ruptura con los liberales y les abría la puerta a los colorados, es decir, a sus enemigos jurados. A título de información, corresponde decir que Candia Amarilla fue ministro de Justicia de Nicanor Duarte y que en la actualidad se desempeñaba como fiscal de Estado. Se trata de un baluarte ideológico de los colorados, alguien que al momento de asumir el poder decidió romper el protocolo de diálogo establecido por el propio Lugo con los campesinos.

Se sabe que la soledad política es la peor compañía de un presidente. Esa soledad fue la que cayó como una mortaja sobre Lugo. Es por ello que a nadie le llamó la atención que la votación en el Congreso fuera veloz y contundente. El proceso duró dos horas y nadie, o casi nadie, levantó la mano para defenderlo. Estaba solo, abandonado por los liberales y expuesto a los filosos colmillos de los colorados.

Recordemos que cuando en su momento Lugo se alió con los liberales, les concedió la absoluta mayoría de los cargos legislativos. Él confiaba que su carisma religioso alcanzaba y sobraba. Tarde aprendió que manejar un país no es lo mismo que manejar una diócesis. ¿Que el juicio fue muy rápido? ¿Que no dio lugar al derecho de defensa con presunción de inocencia incluida? Es cierto. Pero, como dijera en su momento Augusto Roa Bastos, nunca hay que olvidar que Paraguay es una isla rodeada de tierra. Que estamos hablando de un país donde cinco presidentes gobernaron por más de noventa años. Que en menos de un siglo soportó dos guerras devastadoras y alrededor de cuarenta y cinco golpes de Estado. ¿Fueron desprolijos con Lugo?. Tal vez. Pero no se puede olvidar, por último, que la historia que estamos contando ocurrió en Paraguay, no en Suiza.

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Federico Franco y Fernando Lugo. El nuevo presidente (a la izquierda) y el destituido (a la derecha), el médico y el sacerdote. Dos políticos unidos en la fórmula presidencial consagrada por el voto popular y hoy desunidos por la dinámica política, que rompió alianzas y abre interrogantes hacia el futuro inmediato. fotos: DPA / EFE

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