El tren de la muerte

Carlos Vernazza (*)

No es el que más vagones lleva, ni tampoco el que transporta las mercaderías más importantes. Este tren de carga circula por México, que integra junto con Estados Unidos y Canadá, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), una de las sociedades comerciales más importantes del planeta. Su recorrido comienza en Arriaga, al sureste y termina en Córdoba, unos 800 kilómetros más allá, en el Estado de Veracruz.

A pesar de ser una formación destinada exclusivamente a la carga, es asaltada por pobladores muy necesitados de Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador, que pretenden ser sus “pasajeros”. Ellos se trepan a los techos o viajan entre los vagones para tratar de cumplir un viejo sueño: el de llegar a los Estados Unidos. En cada trayecto van “coladas” unas 2.000 personas, el 30% de ellos son mujeres, incluso embarazadas.

Se suben a este “tren de la muerte” porque México, la décima potencia del mundo, no tiene trenes de pasajeros, salvo uno turístico que une Los Mochis con Chihuahua. De esta manera intentan llegar hasta los diversos puestos fronterizos que separan al país de Lincoln del de Octavio Paz. Para ello están decididos a todo, porque en sus tierras natales ganan diez veces menos que en la superpotencia y porque saben que no tienen futuro, ya que allí los salarios no superan los cien dólares mensuales.

Viaje del dolor

Este periodista llegó por tierra a México desde la ciudad de Guatemala, famosa por su peligrosidad, luego de ser asaltado dos veces en el mismo día. Desde allí tomé un viejo ómnibus de transporte escolar, descartado por su antigüedad en los Estados Unidos, rodeado de personas que llevaban todo tipo de animales. Así, en un espacio entre asientos tan reducido que no sabía cómo acomodar mis piernas, pasé por Quetzaltenango y me dirigí hasta Tapachula, frontera misma de México con Guatemala, donde los “sin papeles” esperan el momento adecuado para cruzar ilegalmente.

La gran mayoría son jóvenes sin trabajo y, según me dijeron unos médicos mexicanos que conocí, “son sucios y vagos que no valen nada”. Su objetivo es llegar como sea hasta Arriaga, punto de partida del tren, para comenzar el feroz “viaje del dolor”, llamado así por el riesgo que asumen los que lo abordan, ya que muchos son los que caen desde los techos y se provocan serias lesiones, amputaciones, y hasta la muerte. También suelen sufrir de insolación ya que el tren circula por zonas cercanas al Trópico de Cáncer. Además se sabe de muertes producidas por el hecho de meterse en vagones frigoríficos.

Numerosos obstáculos

La empobrecida esperanza de quienes viajan tiene que afrontar numerosos obstáculos, más de los que uno podría suponer. El tren es de una compañía privada estadounidense, pero no son ellos los que ponen restricciones a los eventuales inmigrantes; de eso se encargan los militares y policías mexicanos. Entre las trabas que les imponen está incluido el soborno para dejarlos seguir.

Cada uno de los viajeros lleva hasta cinco mil dólares que logran ahorrar con privaciones, y a veces con violencias. Pero ese dinero terminará, inevitablemente, en manos de los “polleros”, es decir, los intermediarios que luego facilitarán la entrada a los Estados Unidos.

Los maras salvadoreños, impiadosos como siempre, y los zetas mexicanos, conformados por ex policías y militares narcos, también se aprovechan de ellos. En algunos casos para robarles; en otros, para exigirles que se conviertan en “camellos” para vender su droga.

También Facundo Cabral

Muchos se ocuparon de plasmar lo que sucede en el “tren de la muerte”, también conocido como “la bestia”. El canal History hizo un interesante documental, y un director mexicano realizó una película sobre ellos. También Facundo Cabral, el cantautor argentino, vilmente asesinado en Guatemala, y de extrema sensibilidad con los desprotegidos, le dedicó en 2009 un disco completo a estos marginados que buscan mejorar su porvenir.

Según Amnistía Internacional, al gobierno de México no le interesa la suerte de estos desdichados. En sentido figurado, son los “africanos de la tierra”, que en lugar de utilizar las aguas para trasladarse a Europa, lo hacen a través de esta inhumana máquina de acero.

Cuando estuve en Arriaga vi la partida de al menos mil quinientos de estos viajeros, que sobre los techos hacían cuerpo a tierra cada vez que cruzaban un puente que podía decapitarlos. También vi que miembros de la Iglesia Católica tienen puestos de asistencia en las estaciones principales para suministrarles ropa y comida.

A la frontera, como sea...

El tren atraviesa todo el estado de Chiapas y pasa por Oaxaca, donde se ubica la hermosísima capital que es Patrimonio Cultural de la Humanidad. Luego llega a su terminal, en Veracruz, sitio donde Hernán Cortés quemó las naves para que sus tripulantes no pretendieran volver a España. Pero esto, claro, no representa un motivo de atracción para los que emigran, ya que sólo piensan en llegar a la frontera estadounidense como sea.

Los que tuvieron la suerte de sobrevivir a este fatídico éxodo, ahora piensan en llegar hasta Tijuana, Ciudad Juárez o Nuevo Laredo, los principales poblados mexicanos pegados a la frontera con los Estados Unidos. Lo harán mediante todo tipo de transporte, transitarán cientos de kilómetros sufriendo calor, frío, hambre, cansancio. Y si llegan a fracasar, la mayoría lo volverá a intentar, porque no se resignan a quedarse en sus países de nacimiento para seguir padeciendo las consecuencias de la marginación.

El “tren de la muerte” es apenas un medio para intentar un cambio, difícil, pero cambio al fin.

(*) Ex subdirector de El Tribuno (Salta)

El tren de la muerte

Unas 2.000 personas viajan en los techos de este tren de carga en busca del “sueño americano”. Foto: Archivo El Litoral