La vuelta al mundo

Siria y las inclemencias de la guerra civil

Rogelio Alaniz

El régimen sirio tiene las horas contadas. No es un deseo personal, es un dato objetivo de la política y la historia. Después de dieciocho meses de rebelión, no hay dictadura que se pueda sostener. Los Assad dispondrán por ahora de armas, continuarán derramando sangre, pero ya han perdido la batalla política, y cuando ésta se pierde no hay voluntad criminal y armas que alcancen para superar el problema.

El atentado suicida del pasado miércoles -que mandó a un mundo mejor a la plana mayor del poder alauita- fue algo más que un operativo violento, fue la estocada que prepara el desenlace final, la señal de que los rebeldes han llegado a la intimidad del poder. Assad y sus familiares podrán enojarse con sus enemigos internos y con el mundo, podrán prometer más muertes y degollinas, pero la cuenta regresiva se ha iniciado, aunque el minutero seguirá chorreando sangre.

Un mínimo de sentido común y compasión debería sensibilizar al déspota para hacerse cargo de que la batalla la ha perdido y que de aquí en adelante su permanencia en el poder sólo representará más luto y muerte para los sirios. El deseo de que abandone el poder, deseo sostenido por dirigentes opositores y diplomáticos occidentales, no es más que eso, un deseo, porque los dictadores, por definición, se suelen distinguir por dejar el poder con la tierra regada de sangre civil.

Assad le reprocha a Turquía, Qatar y Arabia Saudita el aliento a los rebeldes con apoyo territorial y armas. No dice una palabra sobre el apoyo militar que recibe de Rusia y de las gestiones realizadas por los déspotas chinos para impedir que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aplique sanciones. No dice una palabra, porque sabe que sin el apoyo logístico de los rusos no hubiera durado seis meses en el poder. Como todos los dictadores “que en el mundo han sido”, Assad cree que es víctima de una conspiración minoritaria, cuando en realidad el conspirador minoritario es él, y el clan que lo sostiene.

La rebelión en Siria ya lleva un año y medio y alrededor de veinte mil muertos, es decir un promedio de algo más de mil muertos por mes. La mayoría de esos muertos pertenecen a gente del pueblo, pero ese dato al flemático Assad no le mueve el amperímetro. El hombre supone que dispone de un mandato divino para ejercer el poder, mandato que incluye una luz verde para asesinar a todos los que no admitan esa revelación. A fuer de sinceros, los reproches a él deberían relativizarse. Assad hijo no hace nada diferente a lo que le enseñara su padre, el hombre que en una situación similar no tuvo empacho en ordenar una masacre de sirios en la ciudad de Hama, masacre que según el periodista Robert Fisk, superó el número de veinte mil muertos, es decir, una cifra parecida a la de los que ha muerto hasta el momento en esta rebelión.

Digamos entonces que, a la hora de defender el poder, los Assad no se andan con chiquitas. Matan y no les tiembla la voz para dar la orden ni el pulso para ejecutarla. Lo que hicieron hace veinte años, intentan hacerlo ahora. No les importa gobernar sobre una montaña de cadáveres. Siria son ellos, lo demás carece de importancia.

Hace unos días, el ministro ruso Alexander Orlov, había sugerido que Assad podría buscar un entendimiento con sus enemigos y dejar el poder. La dictadura desmintió esa posibilidad, pero hay buenos motivos para creer que lo de Orlov no fue un rumor sino una señal. Rusia ha bancado al régimen hasta ahora, pero tampoco quiere quedar pegada a una causa perdida. Putin esta muy agradecido por la base militar en el puerto de Tartus y el acuerdo sobre el pago al contado de las armas, pero estos negocios tienen un límite. Rusia puede vivir perfectamente sin venderle armas a Siria y con los nuevos gobernantes sabe que puede llegar a un acuerdo para mantener la referida base militar.

China tampoco tiene muchas ganas de ser el villano de la película. Si bien le preocupan los avances occidentales sobre Medio Oriente, mucho más le preocupa jugar una partida con la carta perdedora. Conclusión: a la dictadura, los márgenes se le están achicando peligrosamente. Incluso en el orden interno, las poderosas e influyentes burguesías comerciales de Damasco y Aleppo se interrogan acerca de la decisión de sostener a un régimen que desde hace unos cuantos meses ha dejado de ser el garante del orden. Las burguesías, en este sentido, suelen ser muy pragmáticas y utilitarias.

La última carta de Assad, parece ser la de agitar el espantajo sionista. Periódicamente sus discursos oficiales advierten sobre la conspiración judía y denuncian las aviesas intenciones del “terrorismo sionista”. Lo interpelan casi veinte mil muertos, la destrucción de recursos y heridas sociales que llevarán muchos años para cicatrizar, pero la culpa la tienen los judíos. La maniobra no es nueva. Algo parecido intentó hacer Saddam Hussein cuando tenia la soga al cuello. Así le fue.

Las salidas que se le presentan a Assad no son muchas: negociar su retiro, escaparse o morir con las botas puestas. Los modelos los tiene a mano: Mubarak en Egipto, Ben Alí en Túnez y Kadafi en Libia. Uno se escapó, el otro negoció y está preso y a Kadafi lo ejecutaron. Assad puede elegir la salida que más le conviene. Por ahora la decisión depende de él, pero dentro de unas semanas ni siquiera dispondrá de ese margen de maniobra.

En estos escenarios de guerra civil, se sabe que a la balanza la terminan de inclinar los actores externos. Por ahora la balanza está equilibrada, pero lentamente la situación se está modificando. A diferencia de Libia, Europa y las Naciones Unidas no han tenido una intervención directa, pero con los límites del caso a ese rol lo han cumplido Turquía y la Liga Árabe, muy interesada en poner límites a la ofensiva chiíta impulsada desde Irán.

En general, la preocupación de Europa y los Estados Unidos ya no es tanto Assad como la identidad política de quienes lo van a reemplazar. Advirtamos en principio que la diplomacia de las grandes potencias en estos temas está más guiada por los intereses que por los ideales. Y el principal interés en la región es no romper los equilibrios existentes. Dicho de una manera más directa: nadie quiere que Siria termine en mano de unos loquitos cuyos delirios y disponibilidad de armas químicas, provoquen una inmediata nostalgia por los tiempos de Assad, quien a su manera, tal vez la peor, garantizaba el orden en la región.

Israel, por ejemplo, sigue con atención los sucesos, pero la realidad le despierta más aprensiones que satisfacciones. Assad ha sido siempre un enemigo, pero un enemigo más o menos previsible. ¿Sucederá lo mismo con los dirigentes del Ejército Sirio Libre (ESL)? ¿qué se sabe de ellos? ¿quiénes lo integran, cuáles son sus apoyaturas? ¿qué poder o influencia ejerce la sección siria de los Hermanos Musulmanes sobre esta estructura?

En principio, algunos de sus principales líderes están en el exilio, en Londres o en Estambul. Sus declaraciones oficiales hablan de libertad, derechos humanos y paz, pero éstas suelen ser las declaraciones habituales de todas las cúpulas conspirativas en el exilio. Lo que hoy dice el ESL, no es diferente a lo que hace cincuenta años decían los argelinos o los seguidores de Jomeini cuando luchaban contra el Cha Rezah Phalevi. Sobre estos temas todos aprendieron la lección: las uñas se muestran cuando se toma el poder, no antes.

¿Serán los Hermanos Musulmanes los que asumirán el poder cuando Assad se vaya o muera? No es fácil responder a esta pregunta, como tampoco es fácil responder acerca de los supuestos cambios ideológicos y políticos en el interior de esta poderosa agrupación política. ¿Cambiaron o no? ¿se han moderado o siguen siendo unos fanáticos religiosos? Las preguntas valen para Siria, pero también para Egipto. Las respuestas no son sencillas. Los optimistas aseguran que hubo cambios, que sin dejar de lado su identidad histórica los “Hermanos...” se han hecho cargo de los desafíos de los nuevos tiempos. Los pesimistas, entre tanto, creen que todo es una gran mascaradas, que los Hermanos Musulmanes siguen siendo los de siempre y que sus objetivos de mínima y de máxima son coincidentes: la dictadura islámica y la guerra contra los infieles. Según este punto de vista, los Hermanos Musulmanes no han cambiado, lo que en todo caso cambió es el concepto que Europa tenía de estos muchachos.

Mientras tanto, Siria se prepara para vivir decisivas y dolorosas. El presente y el futuro inmediato estarán teñidos de rojo. La muerte no distinguirá a los combatientes de población civil. Las embajadas se están cerrando y los extranjeros abandonan el territorio. El aire huele a pólvora y el viento arrastra los lamentos de las víctimas.

Siria y las inclemencias de la guerra civil

Soldados sirios durante un cruce armado con rebeldes en una calle de Damasco. foto: efe