Al margen de la crónica

La milonga en crisis

Cada día en Buenos Aires cerca de una decena de milongas mantiene viva la llama del auténtico baile de tango, pero este fenómeno, que se expande a sitios no tradicionales, está lejos de ser un buen negocio para los organizadores.

Los altos costos, la inseguridad y la caída en la llegada de turistas por la crisis global están entre los factores que ponen en aprietos a los organizadores de los bailes, quienes, aún así, se aferran a esta acostumbre nacida a principios del siglo XX por puro amor al tango.

“Antes las milongas estaban siempre en el mismo lugar, preferentemente en el centro. Pero por necesidad, por los altos costos, ahora la tendencia es ir a distintos clubes o bares de barrio”, afirma Silvia Dopacio, organizadora de la milonga “La Mondonguito”, en un salón del barrio de Balvanera.

Dopacio, integrante de la Asociación de Organizadores de Milongas de Buenos Aires, explica que una entrada promedio a una milonga es de 30 pesos, mientras que el alquiler diario de un espacio para el baile es de unos 3.000 pesos, pero con una afluencia de apenas unas cien personas.

“En este momento hay un poco de parálisis en las milongas. No hay muchos turistas y la carestía y la inseguridad también inciden” según Clely Rugnone, organizadora de la milonga “Febril y Amante”, en un club del barrio de Liniers.

Rugnone confirmó que los costos obligan a los organizadores a migrar del centro de la ciudad hacia barrios más periféricos, aunque aclaró que al llegar allí no se suman nuevos adeptos al tango vecinos del lugar.

Simplemente el organizador tiene un núcleo fiel que lo sigue adonde vaya.

“El organizador es una especie de héroe urbano porteño, narcisista y maravilloso, que en realidad lo que hace es sostener lo que para el mundo es la identidad de Buenos Aires: el tango”, agrega Dopacio.

Los precios módicos, explican en el ambiente, se deben a que los milongueros habituales -aquellos que van a bailar al menos una vez por semana y suman unos 1.500- no podrían de otro modo solventar solventar sus salidas casi cotidianas.

Por otra parte, las ventas de bebidas en los bailes van a los bolsillos de los dueños de los locales, no al de los organizadores de las milongas.

Para colmo, entre amigos y bailarines experimentados que son invitados para atraer a otros, casi un tercio de los concurrentes no paga el ingreso, continúa Dopacio, conocida en el mundillo del tango como “la Mondonguito”.

Los milongueros conforman un mundillo muy particular, “surrealista”, define Dopacio.

A los hombres de edad avanzada, que son los que mejor bailan, las mujeres les rechazan en la calle, pero en la pista de baile se les entregan en cuerpo y alma por sus virtudes en la danza.

Una mujer escala en la “categoría social” de las milongas si uno de estos tangueros de ley le saca a bailar.

“Estos hombres, que no tienen un mango porque se la pasan bailando de lunes a lunes, tienen mucho arrastre en las milongas, donde se vuelven personajes famosos. Y todo organizador quiere tenerlos en su milonga”, afirma “la Mondonguito”.