La vuelta al mundo

Paul Ryan, un conservador

para una fórmula conservadora

Rogelio Alaniz

A nadie le llamó la atención que el candidato republicano, Mitt Rommney propusiera para compañero de fórmula a Paul Ryan, un conservador de Wisconsin cuyas propuestas en materia social despiertan el entusiasmo de los “neocons” y los ultraderechistas del Tea party.

Curiosamente, uno de los más satisfechos por esta candidatura es el presidente Barack Obama, para quien Ryan es el ideólogo oficial de sus adversarios. Para Obama, probablemente, la presencia de Ryan en la fórmula republicana despeja el panorama y deja en claro quien es quién en la política yanqui. En noviembre se sabrá si los Demócratas tenían motivos para estar satisfechos.

Visto con ojos argentinos o europeos, la decisión de Rommney es un error, porque un candidato tan derechista espantaría los votos populares, que son los que suelen perjudicarse por las políticas de derecha. El razonamiento, con la prudencia del caso, vale para la Argentina, pero no para los Estados Unidos. Ryan, efectivamente, es un espécimen de derecha que transforma a López Murphy y Domingo Cavallo en socialdemócratas avanzados, pero en su país estos personajes suelen ser populares y contar con los votos de quienes supuestamente serían sus víctimas.

En este sentido, la decisión de Rommney de sumar a Ryan, estaría motivada por razones electorales y no ideológicas.

A nosotros nos cuesta entenderlo, pero en su país Ryan es un político popular, un dirigente carismático que arrastra votos y despierta calurosas simpatías, porque fenómenos como éstos sólo ocurren en Estados Unidos, o sólo allí se expresan con tanta fuerza. Quienes no vivimos en ese país podemos arribar a nuestras propias conclusiones sobre las preferencias del electorado o la naturaleza de los liderazgos, pero como se sabe, a la hora de votar no somos nosotros los que lo hacemos, sino los norteamericanos, muchos de los cuales consideran que las propuestas de Ryan son atendibles, razonables y justas.

¿Cómo se explica este fenómeno? De muchas maneras, pero una de las más inmediatas es la que remite a lo que se llama “la América profunda”, ese espacio tradicional, conservador, cerrado, que desconfía del mundo y, sobre todo, desconfía de las ciudades de la Costa Este. ¿Ejemplos? Hoover, el implacable jefe del FBI, era un típico exponente de esa “América profunda”. Algo parecido podría decirse del mítico John Wayne, para quien los políticos de Washington, Boston y Nueva York no eran más que una pandilla de furiosos bolcheviques.

Nacionalistas, religiosos, conservadores, aferrados a un individualismo que remite a las leyendas del western, rechazan las novedades políticas, las elaboraciones intelectuales y sólo creen en Dios y en el sentido común que ese Dios les ha revelado. Esa derecha yanqui admite matices y diferencias internas. Del mormón Rommney al conservador Ryan se extiende un amplio abanico de disidencias menores. Fanáticos religiosos, liberales calificados como libertarios, conservadores aferrados a hondas tradiciones, todos confluyen en su rechazo al poder burocrático de Washington, los planes sociales, el endeudamiento y los políticos “charlatanes y tramposos”.

Paul Ryan tiene cuarenta y dos años, y desde hace quince ocupa una banca estratégica en el Congreso. Oriundo de Wisconsin, se educó en colegios caros y se especializó en economía y teoría política. Nadie, ni sus adversarios más enconados, le desconocen su inteligencia. Al talento natural le suma cierta simpatía personal y la elaboración de un discurso que con la prudencia del caso podríamos calificar de populista en la versión de la derecha yanqui.

¿Cómo es eso? Personajes como Ryan no se presentan ante al sociedad como ricachones insensibles o intelectuales pedantes, sino como personajes sencillos, la encarnación del llamado “americano medio”. Sus gustos, hábitos, preferencias, son populares. Su lenguaje proselitista también lo es. Visten, hablan y comen como el vecino más sencillo. Miran series de televisión, leen best sellers baratos y toman cerveza, comen chatarra y van a la cancha de fútbol americano.

Su identidad cultural con ese “americano medio” incluye -lógicamente- sus prejuicios. Todos están convencidos de que Dios es norteamericano y que los hizo a ellos a su imagen y semejanza. “Nuestros derechos vienen de Dios, no del gobierno”, dijo Ryan en un acto público. No miente ni le miente a su platea. Él está convencido de esas “verdades”. También está convencido de que el gasto social es elevadísimo, improductivo e injusto. Destinar fondos para los pobres es dilapidar el dinero y criar holgazanes y vivillos. Ryan y Rommney creen que el hombre se hace compitiendo y proponiéndose metas ambiciosas. El perfil humano está en las antípodas del ciudadano del Estado de bienestar, según ellos, ocioso, sometido y ventajero.

La segunda convicción, es que los hombres deben competir y que la riqueza proviene de esa competencia que permite sobrevivir a los más aptos. La riqueza es una manifestación de la gracia de Dios y son los ricos los que salvan a la sociedad promoviendo empleos y esparciendo el confort. De allí se deduce que una política impositiva justa debe reducir al mínimo la imposición tributaria a los millonarios.

Ryan no está oficialmente incorporado al Tea party, pero los dirigentes de esta agrupación de extrema derecha han manifestado su satisfacción por su candidatura. Como se recordará, el Tea party debe su nombre a la histórica movilización de los propietarios de Boston contra los impuestos promovidos por el rey. Se trata de un movimiento más que de un partido político, un movimiento cuya dirigente más conocida fue Sarah Palin, la mujer que alguna vez fue gobernadora de Alaska y acompañó a Mc Bain en las elecciones donde fueron derrotados por Obama.

Retornando a Ryan, su candidatura será proclamada en el acorazado Wisconsin, un símbolo de la guerra contra Irak. El propio Ryan en su momento votó para que se iniciara la invasión al régimen de Saddam Hussein.

Cada uno de nosotros podrá evaluar como mejor le parezca a un político como Ryan, pero a la hora de esa evaluación no se debe perder de vista que son expresiones legítimas de la política norteamericana, expresiones que cuentan con amplios apoyos sociales, disponen de recursos multimillonarios y proponen soluciones que podrán ser injustas, pero no descabelladas.

Ryan o Rommney poseen sus propios argumentos para justificar sus propuestas. Detrás de ellos hay una amplia cobertura intelectual, en algunos casos brillante, que justifica con términos académicos por qué es necesario reducir el gasto o achicar los beneficios sociales o promover que los ciudadanos se armen. Liberales, conservadores y religiosos coinciden en un discurso moralista que rechaza el aborto, propone la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas, plantea la pena de muerte para los delincuentes y predica el retorno a la moral austera y exigente de los pioneros.

Las tradiciones religiosas -en un país eminentemente religioso- se mezclan con las explicaciones liberales acerca de reforzar la economía de mercado con una superestructura moralista como garantía para la expansión del capitalismo. Personajes como Kristol, suelen ser ateos o agnósticos, pero no obstante ello consideran que la moralidad conservadora y religiosa es indispensable para darle un piso ético mínimo al capitalismo amenazado por el desquicio de una modernidad subversiva.

Los ideólogos preferidos de Ryan son, por supuesto, Friedrich Hayek, Milton Friedman y Any Rand. Sus preferencias intelectuales, como se podrá apreciar, son toda una declaración de principios. Su darwinismo social le ha generado algunos conflictos con sectores religiosos que, sin dejar de ser conservadores, defienden la caridad y la compasión. “Any Rand o el Evangelio” le ha dicho un conocido obispo conservador a Ryan, que, dicho sea de paso, nunca deja pasar la oportunidad de reivindicar su condición de católico.

Como para dejar en claro una vez más que en la política yanqui no todo se reduce a disquisiciones ideológicas o filosóficas acerca de las almas bellas de los humanos, Ryan fue uno de los tantos políticos conservadores que a la hora de dar una respuesta a la reciente crisis financiera norteamericana, votó levantando las dos manos a favor del rescate de los bancos y sus gerentes y de la salvación de Chrysler y General Motors. También sobre estos temas los conservadores dicen disponer de buenas razones para hacer lo que hicieron.

Barack Obama deberá enfrentar a estos candidatos en las elecciones previstas para noviembre. Todavía debe elegir su vicepresidente y debatir con Rommney. Tal vez gane, pero la última palabra no está dicha. Sabe que a sus rivales puede criticarlos, que puede salir airoso en los debates públicos, pero lo que no puede ni debe hacer es subestimarlos.

Paul Ryan, un conservador para una fórmula conservadora

Paul Ryan. Foto:efe