Técnicas de rascado
Técnicas de rascado
En la familia, todos recuerdan al “Bicho”: casi dos metros de italianidad transplantados en esta tierra. El tipo tenía unas manos que eran como dos horquillas, dos arados. Él se rascaba con fruición, y si tenía que rascarte a vos, pues te dejaba listo para que te siembren maíz o trigo en el cuerpo. Pero era tan largo y tan grande que a veces no llegaba, por ejemplo, hasta el centro mismo de su propia espalda. Pues se había agenciado una suerte de rascador artesanal hecho con medio palo de escoba rematados en una suerte de mano de alambre duro y con eso se rascaba. Era, propiamente, la imagen de la felicidad, si aceptan la metáfora.
En la familia también (mi familia da para todo) teníamos al tío Mario. No era tan alto como el Bicho, pero era compacto, enorme. Ni intentaba artilugio alguno para rascarse la espalda: se ponía en el umbral de la puerta de la casa y empezaba a refregarse la espalda hasta lograr la satisfacción. Mantenía a la vez siempre lustrado el vano de la puerta. Otro bello espectáculo.
Lo cierto es que la gente ha sabido encontrar la manera de responder a un molesto picor, y lo ha hecho con cierta fina discreción y apelando pelando- a sus uñas o dedos, pidiendo ayuda extranjera, o contratando maquinaria específica, con lo cual sin saberlo y sólo a los efectos pedagógicos, se abre la clasificación de los distintos rascadores disponibles.
Los estudiosos también postulan diferentes tipos de picor y los clasifican según su origen (mosquito o jején apátrida, sudoración, alergias, entre otros), según su persistencia u ocurrencia o concurrencia (hay gente a la que le pica siempre en el mismo lado: la ventaja es que a los efectos logísticos, ya se sabe dónde ir con ayuda), según la magnitud del fenómeno u área afectada (jodido declamar muy suelto o atado de cuerpo que te “pica por todas partes”).
También hay reminiscencias sicológicas, respecto de la utilidad de contar con alguien que te ayude en el rascado, una suerte de palenque, un rascador humano. El Martín Fierro es clarito, al respecto: ‘Hacete amigo del juez;/no le des de qué quejarse;/y cuando quiera enojarse/vos te debés encoger,/pues siempre es güeno tener/palenque ande ir a rascarse.‘
Así que hay una posibilidad de considerar al rascado desde su otra doble condición: individual y social. Individual, que es cuando uno solito se sacia (y no se hagan los cancheros), modalidad que tiene muchos adeptos y que engrosa el nivel general de rascado de una Nación. Y lo hace con total bajo perfil, en silencio, casi anónimamente. Es rescatable la actividad por cuanto se ensancha la base de practicantes del noble deporte.
Y existe una práctica social, con diferentes técnicas, con diferente cantidad de actores, hasta postular una suerte de cadena de rascado. Hay que ver las cosas que puede hacer el rascado oportuno. El dale, dale, rascame ahí, ahí, no un poquito más arriba, ahí, ahíà vaya a saber cuántos matrimonios duraderos nacieron de un escozor que encontró sabia respuesta en tiempo y forma. El rascado social conlleva la noble idea de la solidaridad. No hay mayor altruismo, quizás, que rascar a otro.
Yo creo que ya se entendió la idea: así que nos vamos yendo, contentos, contenidos, plenos de picores futuros que abran la posibilidad de rascados manuales o artesanales, individuales o grupales, psicológicos o sociales, especiales o mecanizados. Cada cuál sabe dónde le pica. Y cómo rascarse.
Cuando te pica, te pica. Puede suceder en cualquier momento y si bien la respuesta automática es la propia satisfacción dirigiendo una mano hacia la zona en problemas, por allí el rascado manual no es tan sencillo. Siento un poquito de escozor al escribir sobre estas cosas.
TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].