Teresa de Calcuta

x.jpg

La Madre Teresa de Calcuta falleció hace quince años, el 5 de setiembre de 1997. Foto: Archivo El Litoral

Pbro. Hilmar M. Zanello

 

Se cumplen 15 años de la muerte de la Madre Teresa de Calcuta, fallecida el 5 de setiembre de 1997.

Se la despidió con un funeral de Estado y su féretro, envuelto con la bandera de la India, fue llevado por las calles sobre la misma cureña de cañón que había trasladado el cuerpo de Gandhi, siendo aplaudida por miles de cristianos, hindúes, musulmanes y gente de todas clases sociales.

Uno de sus lemas más queridos era: “Servir a los pobres no es un sacrificio sino un privilegio”.

Y su testamento espiritual fue: “Ámense los unos a los otros como Jesús nos ama a cada uno; no tengo nada que añadir al mensaje de Jesús”.

Se llamaba Agnes (Inés) Bojaxhiu. Había nacido en la actual Macedonia, de una familia católica ejemplar. Cambió su nombre por Teresa (de Lisieux) cuando se hizo religiosa.

Se sentía llamada a ser religiosa misionera y soñaba con ir a la India.

Entró en el Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto y viajó a la India.

Pudo volver a Albania después de 63 años, al caer el régimen comunista; en la actualidad hasta el aeropuerto del país está dedicado a su nombre.

En India, Calcuta, era la ciudad más grande del imperio británico, después de Londres y la más miserable.

Durante quince años Teresa enseñó como profesora en un colegio secundario, hasta un día en que viajando en un tren abarrotado de gente hasta las laderas del Himalaya descubrió la pobreza de la India y sintió fuerte una voz que la llamaba a trabajar entre los pobres más pobres.

Siempre la Madre Teresa había sido sensible a las necesidades de los pobres pero ese viaje le cambió la vida.

Tras cuatro años de profunda oración y meditación pudo salir del convento y meterse en la calle. Tenía 37 años y cinco “rupias” en el bolsillo. Cambió el hábito y se puso el “sari” de las mujeres del pueblo. Quería experimentar desde el comienzo la vida de los pobres.

Pronto la acompañaron unas diez alumnas suyas que querían consagrarse a Dios y a los pobres igual que ella; así surgió la Congregación de las Misioneras de la caridad, que hoy suma más de cinco mil integrantes.

La atención de la Madre Teresa se dirigió antes que nada a los moribundos en las calles de Calcuta; en 20 años pasaron 27 mil moribundos en el Nirmal Hriday y construyó en las afueras de Calcuta la Ciudad de la Paz dedicada a Gandhi, donde se llegó a dar asistencia a más de diez mil leprosos, a los ancianos y sin techo y más tarde a los enfermos de sida.

Ella no quería ser tratada como una de las tantas asistentes sociales. Decía: “Hacemos el mismo trabajo, pero ellas trabajan por algo, nosotras por alguien”.

Siempre recalcaba que su obra no era ayudar a los pobres sino “llevar el amor de Jesús a los pobres... todo lo hacemos por Jesús, con Jesús y en nombre de Jesús... Si fuera por dinero, decía, yo no tocaría a un leproso, ni por diez mil dólares”.

Para estar cerca de los pobres las Hermanas Misioneras de la Caridad viven una pobreza voluntaria radical: no disponen más que de un par de “saris”, no tienen lavarropas, ni heladera, ni radio, ni televisor. No aceptan ayuda del gobierno, ni salarios, ni rentas fijas, ni subsidios eclesiásticos. Confían en la “providencia” y en una vasta red de colaboradores que practican su espiritualidad.

Conocida era su amistad con el obispo Helder Cámara cuando éste decía: “No hay que dar un pez a los pobres, sino enseñarles a pescar”. Y ella respondía con otro dicho: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”.

Para la Madre Teresa lo social no arregla todos los problemas. No hay pan sin justicia, pero tampoco hay justicia sin amor.

La Madre Teresa afirmaba que la pobreza peor de todas era la de las personas que se sienten solas, inútiles, no amadas ni deseadas, rechazadas, desahuciadas de la vida; para ellas no hay ninguna ayuda económica que les sirva.

Quería que los moribundos de la calle en sus últimos momentos se sintieran amados, deseados. Un mensaje para nuestra época se desprende de las actitudes suyas: descubrir la dignidad y el valor de cada persona humana.

En la China Comunista le preguntaron cierta vez quién era un comunista para ella. Respondió: “Es un hijo de Dios, mi hermana, mi hermano”.

Trabajó por los pobres pero no buscó convertir a nadie al cristianismo, y atendía a todos sin preguntar por la fe. No predicaba, pero atestiguaba con su propia vida el amor de Dios para con todos.

Y tenía preocupación especial por los no nacidos: “Si una madre tiene el derecho de matar a su propio hijo ¿qué podemos esperar de los demás?”. Repetía las palabras de Dios: “aunque tu madre te olvidara, yo no te olvidaré” (Isaías 49,15).

Madre Teresa de Calcuta, viviendo ya en la plenitud del gozo de la eternidad con Dios Padre, bendícenos en esta hora en que todo un mundo quiere una salida de paz, de justicia, de misericordia y de amor libre de toda dominación del mal.

La Madre Teresa de Calcuta fue beatificada a los seis años de su muerte, el 19 de octubre de 2003, por el Papa Juan Pablo II.