LITERATURA
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La Salada: crónicas de una fuerza económica tenaz
“Sangre salada” es el título del libro de Sebastián Hacher, que da cuenta de la lógica de funcionamiento de la feria informal más grande del país.
Télam
La crónica de Sebastián Hacher avanza sobre tierras de Ingeniero Budge, a un lado del Riachuelo, y registra la lógica de funcionamiento de la feria informal más grande del país y la fuerte penetración cultural boliviana en Argentina.
“Me interesan los fenómenos de creatividad popular que no tienen cobertura mediática, vengo de una tradición que habla de eso, las fábricas recuperadas, los movimientos sociales que dieron salida a distintas crisis y La Salada cumplía los requisitos”, dice el autor.
En otras palabras, un tema poco explorado que merecía contarse: “Generalmente, las márgenes se ven empastadas, como en un solo tono que en el caso del conurbano es esa especie de gran desierto de miseria -explica-. Yo vivo ahí y sé que no es así, sé de su gran riqueza y quise narrar sus complejidades”.
El libro editado por Marea comenzó, rondando 2008, con un ensayo fotográfico al que Hacher le sumó grabaciones con sonidos de la feria: “Me di cuenta de que eso no alcanzaba y me empecé a meter cada vez más. Cuando me di cuenta, estaba hasta el cuello”, recuerda.
Sus páginas muestran los modelos de pensar y hacer de una y otra cultura -argentinos y bolivianos- y, en simultáneo, los circuitos que surgen de la cruza de ambas; el mismo proceso de copia que al multiplicarse -la copia, de la copia, de la copia- deviene en un producto que ya no remite a la marca que le dio razón de ser.
“Hoy, La Salada es una cosa mainstream -señala el cronista-, pero cuando comencé la investigación era una cosa no narrada y, como otros fenómenos populares, sincrética: combina la tradición comercial andina, la lógica de las industrias textiles de los 90 (talleres familiares coreano-argentinos con trabajo esclavo) y el caudillaje conurbano”, enumera.
Ebullición constante
El proceso emprendido por los pueblos andinos en el país “es muy parecido al que hicieron nuestros bisabuelos italianos y españoles cuando bajaron del barco el siglo pasado -especula-. Mi abuela contaba que le tiraban verduras en el mercado cuando hablaba italiano y le decían: ‘Volvete a tu país’, ‘Venís a robarnos el trabajo’. Lo mismo que los argentinos a los bolivianos en la feria, aunque el boliviano es el que más labura y más gana”.
La comunidad aymará en el país es grande: “Dos millones se dice, pero es un lugar común, eso es como decir muchísimos -asegura el cronista-. Lo mismo con La Salada, la presentan como el complejo ferial más grande del mundo, pero tampoco se sabe. Seguro, la superan mercados como el de El Alto en La Paz, ahí podés comprar de un auto, a un pescado o dientes postizos”.
Hacher describe ese conglomerado humano de vigorosa economía informal e ilegal -instalado en las antiguas piletas de agua salada que disfrutaba el turismo obrero en el partido bonaerense de Lomas de Zamora durante el primer peronismo- como un proceso vivo que sostiene gran parte de la economía formal: “En los shoppings, todos compramos ropa de la salada”, grafica.
“Villa Celina y barrios enteros cambiaron completamente a partir de la llegada de los bolivianos y las ferias de Urkupiña, Ocean, Punta Mogotes y La Rivera -señala-. Incluso Ingeniero Budge, la zona más abandonada, tiene progreso”.
“La feria tiene un ritmo de ebullición constante marcado por los carreros que transportan mercadería, los micros que entran, la gente que compra y vende lo más rápido que puede -describe-. Una marabunta que avanza y devora todo lo que le impide el paso para regurgitarlo rápidamente como parte de la multitud”.
A su entender, “un mundo pujante que nos pone a tono con Latinoamérica. Reflejado en la ropa, la música, la comida y las celebraciones populares nos hace reconocer como el país mestizo que siempre fuimos y parte de un continente que es una gran feria”.
“No hay que idealizar, el motor de La Salada es la ambición y la mayoría de los quilombos y muertes en la feria son por ambición y traición -postula-, pero trabajan 18 horas diarias y más con la idea de progresar. Hay días que ni duermen”.
“La violencia que atraviesa la novela no es un continuo -señala-, la tomo como recurso literario, cada acto violento funciona como un hito que va marcando la historia: me quedé con las historias que me impactaron y mostraban el fenómeno en su conjunto”.
“No hay que demonizar -advierte-. Mi visión es parcial, de hecho el narrador deja claro todo el tiempo que es un tipo de afuera que se sumerge en ese mundo que no le es hostil del todo, pero que tampoco es suyo”.
Ocurre que “está todo menos escondido, como en los pasillos de la feria, sólo hacía falta ir y quedarse un tiempo largo para entenderlo y mostrarlo. De hecho dejé de usar ropa de La Salada, no sé por qué, creo que me intoxiqué de tanto verla”, concluye.

Hacher describe ese conglomerado humano de vigorosa economía informal e ilegal, instalado en las antiguas piletas de agua salada que disfrutaba el turismo obrero en el partido bonaerense de Lomas de Zamora durante el primer peronismo. Fotos: TÉLAM

Sebastíán Hacher