EDITORIAL

Diálogo con las FARC en Colombia

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, promueve un acuerdo con las FARC, la organización guerrillera que desde inicios de los 60 actúa militarmente en el territorio de esa nación. No es la primera vez que desde el Estado nacional se intenta establecer un alto al fuego y comenzar el proceso de desarme, pero ésta sería la primera vez que las FARC están tan débiles a la hora de sentarse a una mesa de paz.

 

La pregunta a hacerse en este caso es la siguiente: ¿Por qué el gobierno nacional apuntala esta estrategia cuando militarmente se va imponiendo a la guerrilla? ¿una medida táctica, una oportunidad que se le da a la guerrilla para que deje las armas con cierto honor, un afán para reducir hasta donde sea posible el número de víctimas? Cualquiera de las respuestas a estos interrogantes puede ser válida, pero más allá de los detalles lo que importa señalar es que el gobierno de Santos ha dado un paso decisivo para ponerle punto final a la lucha armada que ya lleva más de cuarenta años con un alto número de víctimas.

Es verdad que las FARC nunca han estado en condiciones de cuestionar el poder real en Colombia. También es cierto que han llegado a controlar importantes territorios, pero en la medida que no lograron ampliar ese poder geográfico su operatividad se fue estancando, una situación negativa para una guerrilla que se propone tomar el poder en un tiempo que podrá ser prolongado pero nunca infinito.

Lo que queda claro es que fue el gobierno de Álvaro Uribe el que le dio a la guerrilla un golpe militar y político del que, como los hechos demuestran, les cuesta mucho recuperarse. Las FARC han perdido a sus principales dirigentes y las señales de deserción y crisis ideológica interna son cada vez más evidentes. En este contexto es que Santos propone arribar a un acuerdo pacífico, una solución que es fácil enunciar pero muy difícil llevar a la práctica, sobre todo cuando enfrente se tienen enemigos que invocan la paz no porque crean en ella, sino porque hoy las relaciones de fuerza les son desfavorables.

Habrá que ver cómo evolucionan los hechos, pero a un presidente avezado en estas lides como Santos no se le escapa que las FARC hoy hablan de paz porque no están en condiciones de seguir hablando de guerra. En este tipo de negociación se aconseja no mirar demasiado al pasado, pero más allá de las buenas intenciones, a nadie escapa que en las anteriores conversaciones las FARC terminaron desconociendo los acuerdos alcanzados.

Si a la hora de evaluar la sinceridad de las expresiones se tienen en cuenta los contenidos de los documentos internos publicados por las FARC para la formación ideológica y política de sus militantes, queda claro que para ellos la paz es una táctica para recuperar fuerzas y reanudar la guerra. Sus dirigentes siguen convencidos de que la causa que defienden es justa, como también lo es -desde su perspectiva- el camino de la lucha armada. Santos no ignora estos datos de la realidad, pero sigue empeñado en avanzar en un acuerdo. Los hechos posteriores diràn la palabra final sobre este proceso.