Todo lo demás será un espejo sin habitante

Por Roberto Daniel Malatesta

“La vida se interroga”, de Horacio Preler. Ediciones Al margen. La Plata, 2012.

Horacio Preler (La Plata, 1929) pertenece a una próspera generación de poetas de esa ciudad, entre los cuales se cuenta Horacio Castillo, a quien dedica este libro. Preler ha venido desarrollando una extensa obra poética que hasta La vida se interroga contaba con unos diez títulos. En éste, el ejercicio de la palabra es “extremo”, en cuanto a que procura una salida del tiempo, o bien un nombrar desde una cornisa o sobretiempo: “Para oír, para ver, para tocar la materia / hay que dejar de oír y ver / y esconderse en la niebla”. La vida ha concluido, ése es el juego a que nos referimos, desde allí, desde esa estación final donde “la sombra siempre estará ahí” surge la interrogación, no como quien mira hacia atrás, no a modo de inventario, sino como algo mucho más sofisticado, como quien confía en el vértigo del fin para conducir la palabra.

Decimos sofisticación pero, aunque parezca opuesto, dotada de ascetismo, rigor, ajena a todo sentimentalismo que pudiera llevar por caminos trillados. Para ubicarnos en ese sitio, Horacio Preler nos habla de “el aliento de la nada”, dicho aliento como el de esa bestia que se ha de enfrentar para movilizar las interrogaciones que se ha propuesto formular, y si fuera posible, responder.

Horacio Preler nos dice: “Dejamos la casa / Los cimientos no nos pertenecen / la tierra tampoco”, y en esta desposesión, restan “unas monedas viejas, / algunas fotografías desteñidas, / la letra de una triste canción / Todo lo demás será un espejo sin habitante”. Como se puede apreciar, todo menos veleidades, ningún subterfugio para la pobre condición mortal, sólo el oficio de una palabra descarnada.