Mesa de café

Banco Macro y cajas de seguridad

Remo Erdosain

La peatonal está agitada. La mesa nuestra está agitada. Marcial ha entrado y salido dos o tres veces del bar. Algo parecido ocurre con Abel. Yo la campaneo tranquilo desde la mesa y José se divierte. El asalto al banco Macro ha sacudido el avispero. Según Marcial, pasó un domingo negro. Se enteró de la noticia mientras iba con su familia a almorzar a la casa de su suegra. Para no ser un aguafiestas se tragó la noticia y durante el almuerzo sólo abrió la boca para comer. A la siesta, después de dejar a su familia, llamó por teléfono a un amigo del banco. Le preguntó por el orden de las cajas de seguridad robadas. El amigo le contestó que fueron las de la izquierda. Respiró aliviado, porque su caja de seguridad estaba a la derecha.

-Problemas de ricachones dice José sin disimular su satisfacción- los trabajadores no atravesamos por esas angustias. Yo ahorro en contra, es decir, siempre estoy debiendo y si alguna relación tengo con el banco es como deudor.

Abel acaba de sentarse y Quito le sirve un café bien cargado. Según nos cuenta, a su vecino lo voltearon en más de cien mil dólares.

-Está desesperado -comenta- era la plata que tenía de la venta de la casa quinta de Rincón.

-No hay mal que por bien no venga -exclama José- a la amiga de mi mujer le robaron la caja de seguridad, pero la tenía vacía. Esta mañana estuvo con un funcionario del banco y le dijeron que la iban a indemnizar con cincuenta mil dólares. Está tan contenta que tiene ganas de ponerle una vela a Mercurio, Dios de los ladrones.

-Yo pregunto -digo- ¿y el banco no se hace cargo de sus responsabilidades?

-Se va a hacer cargo por las buenas o por las malas -contesta José- o indemniza como corresponde o le meten setenta juicios que lo van a dejar en la lona.

-Yo creo que el tema es un poco más complicado -dice Marcial.

-A vos cuando te conviene, todo es complicado -acusa José.

-A veces sí, a veces no -responde sonriendo- por un lado el banco deberá responder por las medidas de seguridad adoptadas o, para ser más preciso, por las medidas de seguridad que no adoptó.

-¿Cómo es eso? -pregunto.

-Bueno... hay una disposición legal que ordenaba tomar determinadas disposiciones para proteger el tesoro y las cajas. Esas medidas de seguridad parece que el banco las tomó con el tesoro, pero no con las cajas.

-Está bien -dice José- pero los ahorristas deberán explicar de dónde sacaron la plata o las joyas que escondían en el banco.

-No sé por qué tienen que explicarlo -dice Abel- ¿acaso no hay libertad para disponer de los bienes de uno?

-No para estos casos -contesto.

-O para este gobierno - agrega Marcial.

-Volvamos a los deberes del banco -insisto.

-El banco establece un seguro para los ahorristas explica Abel-, pero según me dijo un pajarito su obligación jurídica es por el total de los ahorros y no por un límite establecido arbitrariamente.

-Pero el banco no tiene por qué pagarle a una caja de seguridad que está vacía.

-El juez establecerá si hay motivos o no para ordenar la reparación.

-Yo sé del caso digo- de un ahorrista que dejó un sobre lacrado ante un escribano donde informa acerca de la cantidad de dinero depositado.

-Ahí cambia la cosa -dice Abel.

-Más o menos -refuta José- cambia más o menos, porque yo puedo dejar un sobre lacrado donde digo que tengo un millón de dólares y en realidad tengo mil pesos.

-El juez -sostiene Marcial- evaluará si un tipo como vos puede disponer de un millón de dólares.

-Vos querés decir, un seco como yo.

-Más o menos.

-Lo que sé, es que los ladrones se salieron con la suya -se queja Abel- perpetraron un asalto en el centro de la ciudad, estuvieron diez horas adentro del banco y nadie se dio cuenta de nada. Y después dicen que no hay inseguridad.

-Yo no los voy a defender -dice José- pero admiro la inteligencia del operativo.

-Yo voy a decir otra cosa -digo- creo que a un operativo de esa escala hoy no lo hacen delincuentes comunes.

-¿Y entones quién? -pregunta Abel.

-Policías retirados o en actividad. Son los únicos que poseen la sangre fría, la capacidad operativa; son los únicos que pueden llevar a cabo un despliegue de “inteligencia”, averigüando, incluso, detalles sobre la vida privada del personal de seguridad.

-Siempre es cómodo echarle la culpa a la policía -reprocha Marcial.

-Esta discusión se aclararía -dice José- si dieran con los asaltantes.

-Ya los van a encontrar -afirma Marcial.

-Vos todavía creés en los Reyes Magos -le digo.

-Según tengo entendido, hay dos o tres detenidos -informa Abel.

-Que ya los largaron digo- motivo por el cual estamos como cuando recién llegamos de España.

-A este asalto la policía no lo va descubrir nunca -afirma José.

-Yo no sería tan pesimista -responde Marcial.

-Yo no soy pesimista -explica José- porque no quiero que los encuentren.

-Ustedes como siempre -dice Abel- en contra de los ahorristas, que es decir, en contra de la clase media.

-Yo estoy a favor de los trabajadores, no de los ahorristas parásitos.

-¿Y se puede saber quién te dijo que los ahorristas son parásitos? -le digo algo molesto. -En la mayoría de los casos se trata de gente trabajadora, gente que ahorró unos pesitos “por si las dudas”, gente que tiene plata en el banco por si alguna vez se enferma o plata ayudar a un hijo. A esa gente vos los calificas de parásitos, mientras no podés dejar de disimular tu admiración por los delincuentes.

-Y por una señora que no tiene ahorros en el banco, tiene millones de dólares -añade Abel.

-Uno lo oye hablar a José -dice Marcial- y dan ganas de hacerse cargo del rumor insistente que dice que tu gobierno, ese gobierno que defendés tanto, está decidido a meterse con las cajas de seguridad.

-Eso es una infamia de Clarín y sus cómplices.

-Más o menos digo- conociéndolos a ustedes no me llamaría la atención que en algún momento se les ocurra dar ese zarpazo. Un ministro que amenaza a un empresario o que le ordena a la AFIP que allane a una modesta inmobiliaria porque el dueño criticó a la señora, pertenece a un gobierno capaz de cualquier cosa.

-Yo creo que si se meten con las cajas de seguridad no duran un día en el gobierno -dice Marcial.

-Porque lo saben es que se quedan en el molde -digo- pero ganas no les deben faltar.

-Yo a esta altura -dice Abel- le tengo más miedo a la AFIP que a los ladrones del banco.

-Si cumplieras con la ley no deberías tenerle miedo -observa José.

-Esto me hace acordar -digo- los tiempos de la colonia, es decir, antes de 1810, cuando todos eran contrabandistas, porque el régimen colonial monopólico no dejaba otra manera de vivir.

-¿Y eso qué tiene que ver con lo que pasa ahora? -pregunta José.

-Algo tiene que ver -contesto- asfixian a la gente, fiscalizan y controlan todo, usan a la AFIP como una agencia de ajustes de cuentas, por lo tanto, no se deben extrañar que la respuesta sea no respetar leyes injustas.

-Es lo que pasa en un país donde las apariencias son más importantes que la verdad dice Marcial- un país donde las cifras del Indec son truchas, donde todo está devaluado menos los números oficiales, donde el dólar está por arriba de lo seis pesos mientras el legal no llega a cinco. En un país así, salirse de la ley más que una infracción es un derecho.

-No comparto -dice José.