Milagro en los Andes

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El hecho es conocido por todos. Sin embargo, su lección no deja de sorprender: la capacidad del hombre de aferrarse a la vida aún en las condiciones más adversas. Un día como hoy, pero de 1972, la tragedia manchaba la blanca nieve de la cordillera.

 

TEXTOS. MARÍA VITTORI. fotos. El Litoral.

Sentados frente a un grupo de personas, cuentan su historia una vez más...

Aún cuando todos se han convertido en exitosos profesionales, no están allí para hablar de sus logros sino para revivir, ante la atenta y silenciosa mirada de su audiencia, lo que fue quizás el momento más importante de sus vidas. Aquel en el que hasta la última fibra de su ser, luchó mano a mano contra la muerte y el espanto.

Se los conoce como los sobrevivientes de la tragedia de los Andes. Y hace cuarenta años, ganaron aquella batalla

EL ACCIDENTE

El 12 de octubre, el Fairchild Hiller FH-227 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya partía del Aeropuerto Internacional de Carrasco transportando a cuarenta pasajeros y cinco tripulantes. Allí, un grupo de adolescentes jugadores del equipo de rugby del Colegio Stella Maris de Montevideo, se dirigían junto a sus familiares a jugar un partido contra el Old Boys de Santiago de Chile.

La mayoría tenía tan sólo 18 años, con todo lo que implica hacer un viaje a esa edad. Roberto Canessa, uno de los sobrevivientes lo explicó una vez diciendo “estábamos en la duda de ir a ese viaje, pero el año anterior habíamos estado en Chile y la pasamos muy bien. Los chilenos eran muy amables con nosotros y en ese momento Chile era muy barato. Para nosotros, que nunca habíamos salido de Montevideo, ir a otro país era un mundo nuevo, conocer la nieve, la cordillera, subir a un avión...”

Sin embargo, la travesía a este “mundo nuevo” mostró sus inconvenientes desde su inicio. El mal tiempo instalado en la cordillera, los obligó a realizar una parada en Mendoza, situación que despertó la frustración de los chicos que esperaban con ansias llegar a Chile.

“¡Capitán, no arrugue, mire el avión impresionante que tenemos! ¿Cómo no vamos a poder cruzar la tormenta?”, recordaría más tarde Canessa haberle dicho al piloto del avión.

Finalmente decidieron retomar el viaje al día siguiente. Pero el vuelo jamás llegaría a destino. Era el 13 de octubre de 1972.

Todo parecía marchar en orden, hasta que un brusco cambio en el sentido de los vientos obligó al Fairchild a reducir su velocidad. A ello se le sumó la escasa visibilidad por la presencia de una espesa barrera de nubes, que obligó a los pilotos a navegar en base a cálculos, sin saber a ciencia cierta el lugar exacto en el que se encontraban.

Pasadas las 15 hs., la torre de control de Santiago dio por buena la posición comunicada a ciegas por los pilotos, autorizándolos a descender, creyendo que se dirigían hacia el aeropuerto de Pudahuel al oeste de Santiago, cuando en realidad se estaban adentrando en el mismísimo corazón de la cordillera.

Fue así que el Fairchild comenzó su descenso, apoyado sólo por sus instrumentos, entre la niebla de una tormenta en desarrollo mientras todavía se encontraban sobre las montañas. A los pocos minutos, el avión entró en una nube y comenzó a sacudirse en medio de varios pozos de aire.

“Íbamos todos cantando, divirtiéndonos y, de golpe, vimos que los picos estaban cada vez más cerca. Me acuerdo que nos pidieron que nos pongamos los cinturones, el piloto le dio todo el motor al avión, que empezó a levantar la nariz. Y ahí me saqué el cinturón y me agarré del techo” recuerda Gustavo Zervino, otro de los sobrevivientes.

La serie de descensos bruscos había hecho que el avión perdiera demasiada altitud. Los pilotos no tenían visibilidad alguna, mientras el Fairchild se introducía en un cajón de elevados riscos.

De pronto, la cortina de niebla se abrió y los pilotos vieron cómo se dirigían de frente al Cerro Seler. Fue entonces cuando el comandante Dante Lagurara, mediante un extraordinario esfuerzo, logró levantar la nariz del avión, aunque no pudo salvar la cola del Fairchild, que golpeó contra un pico.

El aparato chocó por segunda vez contra un risco perdiendo el ala derecha, que fue lanzada hacia atrás con tal fuerza que cortó la cola del aparato, dejando abierto el fuselaje y expulsando las últimas filas de asientos.

Al golpear el avión por tercera vez en un segundo pico, perdió el ala izquierda, quedando en vuelo únicamente la mitad del fuselaje, a manera de proyectil. Éste, aún con bastante velocidad, golpeó tangencialmente el terreno nevado y resbaló por una ladera empinada. Sólo se detuvo al chocar con su nariz contra un banco de nieve.

La cadena de sucesivos golpes, resultó fatal para muchos. Quienes no murieron a causa de los golpes, lo hicieron cuando sus butacas fueron arrancadas hacia el vacío.

Varios de los pasajeros que quedaron dentro del fuselaje, por la inercia del choque final, fueron comprimidos en sus asientos aplastándose contra la parte frontal, lo cual provocó la muerte de algunos y las graves heridas de otros. Para el resto, el golpe fue amortiguado y resultaron ilesos o con tan sólo heridas leves.

“Después de todos esos golpes y explosiones, el avión de repente paró y se hizo el silencio. Pensé que mis sensaciones eran porque después de muerto uno seguía pensando. Hasta que un líquido me empezó a correr por la cabeza y ahí me di cuenta que estaba vivo. Era el líquido del aire acondicionado”, recuerda Zervino.

De inmediato, Marcelo Pérez, capitán del equipo, organizó a los ilesos para ayudar a liberar a los que seguían atrapados y a los heridos, despejando el fuselaje para prepararse para la noche.

“En la mente uno espera escuchar sirenas y ver gente que viene a ayudar. No entendíamos lo que pasaba. Estábamos en medio de la cordillera y sólo se escuchaban gritos de espanto. El entorno era tan indiferente, nos estábamos muriendo y esperábamos del entorno una ayuda que no llegaba”. De esta manera Canessa explica el primer contacto que tuvieron con la nueva realidad en la que estaban.

PRIMER GOLPE CON LA REALIDAD

De las 45 personas en el avión, trece murieron en el accidente o pocos días después. Los restantes tuvieron que enfrentarse a las duras condiciones ambientales que generan 40 grados bajo cero.

La esperanza renacía los primeros días cuando los chicos escuchaban los motores de los aviones de búsqueda, que nunca llegaban. Efectivamente eran equipos de rescate, pero debido a la altura nunca lograron divisar a los sobrevivientes.

“La muerte de nuestros compañeros para ese momento era algo normal, mientras esperábamos que llegara la ayuda. La mente humana cambia con una realidad diferente. Sólo cuando escuchamos el primer avión, y pensamos que nos habían visto, empezamos a entender que nuestros amigos habían muerto” recuerda Zervino sobre el sentimiento que gobernaba los primeros días.

Lo cierto es que los sobrevivientes debían organizarse más allá del rescate. Lo urgente era curar a los heridos y encontrar todos los recursos posibles para alimentarse y protegerse del helado clima.

Zervino lo explica diciendo: “Nosotros estábamos programados para que esté todo arreglado y ahí no teníamos nada. No teníamos agua, comíamos pasta de dientes, crema Pons, gomina, fijador de pelo, una tapita de vino... Y veíamos cómo el cuerpo se iba adaptando a las condiciones y quemaba primero las grasas, después la carne y luego quemaba los huesos. En un momento nos asustó cómo nos estábamos debilitando. Éramos como un globo que se iba desinflando”.

A pesar de todo, se sobrepusieron. Fabricaron guantes con los forros de los asientos del avión, botas con los almohadones y anteojos con el plástico pintado para resistir el encandilamiento de la nieve.

Dormían todos encimados, cada uno con un par de pantalones, hasta cuatro suéteres, tres pares de medias o con la cabeza cubierta con una camisa para conservar el aliento. Toda la ropa que encontraban en aquel momento resultaba vital.

A los heridos les habían improvisado unas hamacas, hechas con los elásticos que sostenían las valijas en la nave, para evitar tocarlos sin querer durante la noche y provocarles más dolor aún en sus quebraduras. Pero por otro lado, esto los exponía más a la helada.

DEPENDIENDO DE UNO MISMO

“El tiempo era interminable, porque una cosa es el tiempo real y otra cosa es el tiempo psicológico. Una cosa es cuando uno esta jugando, pero en la cordillera un día parecía años” (Gustavo Zervino)

La búsqueda se suspendió ocho días después del accidente. La terrible noticia llegó a los restos del avión al undécimo día a través de una radio a pilas.

“Eso para algunos fue espantoso, como por ejemplo para Marcelo Pérez Castillo, que era el capitán del equipo. Él se sentía responsable porque fue quien organizó el viaje. Y la cancelación de la búsqueda era la confirmación de que todos nosotros nos íbamos a morir. Pero para los más jóvenes fue una noticia importante, porque allí asumimos que dependíamos sólo de nosotros mismos y dejamos de esperar ayuda” recordaría años más tarde Gustavo Zervino.

Para esa altura, nadie pensó que podían estar peor. Hasta que la noche del 29 de octubre, a 16 días ya de la caída, la tragedia golpeó nuevamente a los ocupantes del avión.

Estaban durmiendo, cuando cerca de las 23:00 un alud sepultó los restos del Fairchild, ingresando por la abertura de la parte posterior y sepultando a quienes se encontraban en su interior, salvo a un joven, Roy Harley quien, desesperadamente, comenzó a cavar en busca de quienes habían quedado bajo la nieve.

Esa noche ocho personas murieron asfixiadas, incluyendo al capitán del equipo Marcelo Pérez. Sin embargo, el quedar atrapados brindó reparo al resto de los sobrevivientes, impidiendo que muriesen congelados más adelante.

En esta nueva situación, las condiciones de supervivencia endurecieron. Apenas disponían de espacio en el interior, menos de un metro de altura los separaba del techo del fuselaje. Y Nando Parrado debió hacer un agujero con una vara hasta llegar a la superficie para permitir el ingreso de oxígeno. En el exterior se desarrollaba un duro temporal.

Estuvieron enterrados durante tres días. Debieron escarbar por la ventana del piloto casi tres metros para poder salir de allí. Quince días demoró la nieve en bajar al nivel al que estaba antes, tras lo cual tuvieron que reconstruir su nuevo “hogar” ya que no sabían dónde había quedado cada cosa.

“Tuvimos que crear una sociedad nueva, en donde las normas surgían por necesidad y desaparecían por sí solas. La primera regla era que estaba prohibido quejarse, porque era tan horrible todo, tanto el dolor y el sufrimiento que no servía de nada quejarse. Eran quizás los últimos segundos que íbamos a vivir y queríamos vivirlos plenamente, intentar encontrar risas en medio del dolor”, cuenta Zervino.

A mediados de noviembre, fallecieron las tres últimas personas, a causa de la gangrena provocada por la infección de las heridas.

Los supervivientes apenas disponían de alimentos. A pesar de que durante los días posteriores al accidente racionaron la comida disponible, ésta pronto fue insuficiente.

El grupo sólo se salvó de morir de hambre por un acuerdo que luego generaría polémicas: alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. No fue fácil, y en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir. Inmediatamente tomada la decisión, se impuso la regla de no utilizar como alimento a ningún familiar cercano.

MORIR ESPERANDO O MORIR LUCHANDO

La situación comenzaba a ser insostenible. Pasaban los días y los grupos de rescate habían dado por muertos a los miembros del equipo. La nueva disyuntiva era: o morir de hambre y frío esperando allí, o hacerlo al menos intentando buscar socorro.

Pero en la nieve sólo podían caminarse unos pocos pasos y en horas del mediodía. Y debido a la altura y al frío, los jóvenes sufrían taquicardia al esforzarse y en algunos tramos no podían evitar hundirse en la nieve.

Pero para comienzos de diciembre, el deshielo dejó al descubierto el fuselaje nuevamente y el clima comenzó a ser más gentil con los sobrevivientes, que comprendieron que la única esperanza consistía en ir a buscar ayuda.

El 12 de diciembre, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, con abrigo y comida extra, partieron hacia el oeste en busca de rescate.

Al tercer día de caminata, Vizintín se lesionó, por lo que decidieron enviarlo de regreso al fuselaje. Canessa y Parrado continuaron su marcha hasta que luego de diez días y 55 kilómetros, llegaron a la precordillera curicana del sector de Los Maitenes. Y tras vadear un río durante casi día y medio, finalmente hubo esperanza para estos jóvenes luchadores. En la orilla de enfrente, un arriero chileno los miraba con curiosidad...

CERCA DE DIOS

Aquel 22 de diciembre, los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Ávila se preparaban para volar a Punta Arenas cuando recibieron incrédulos la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado desde hacía más de dos meses en la cordillera.

Hasta la suspensión de los intentos de rescate, se habían realizado 66 misiones sin éxito alguno.

De los cuarenta y cinco pasajeros del Fairchild, sólo sobrevivieron dieciséis. Lucharon contra la helada cordillera, contra los embates de la naturaleza y contra sí mismos durante setenta y dos días. Tuvieron que crecer de golpe, y sus vidas no volverían a ser las mismas tras semejante batalla.

Un mes más tarde, las víctimas fueron enterradas a ochocientos metros del avión. Sobre la tumba se colocó una cruz de hierro en su honor. En ella, aún se puede leer de un lado “El mundo a sus hermanos uruguayos” y del otro: “Más cerca, oh Dios, de ti.”

Fue en un día como hoy, pero exactamente cuarenta años atrás, que comenzaba la tragedia que terminaría en milagro: El Milagro de los Andes.

EN EL CABLE

Cable & Diario repetirá mañana, desde las 23, un programa especial sobre la Tragedia de los Andes. Con producción de Nicolás Loyarte, Alejandro Pérez y Alejandro Bessone, el documental estuvo nominado para los premios ATVC y Martín Fierro del Interior en el 2005. El trabajo está basado en un relato “de fogón” que ofrecieron dos de los sobrevivientes, Roberto Canessa y Gustavo Zerbino, a jóvenes rugbiers de nuestra ciudad.

• cronología de la cobertura de el litoral

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• 14 de octubre de 1972

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• 23 de diciembre de 1972

cronología. así informó el litoral sobre la tragedia y el hallazgo de los sobrevivientes. fotos: amancio alem.

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• 15 de octubre de 1972


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• 24 de diciembre de 1972


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• 22 de diciembre de 1972

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• 27 de diciembre de 1972

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• 29 de diciembre de 1972


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Sólo 16 de los 45 integrantes del trágico vuelo sobrevivieron, luego de permanecer 72 días en medio de los Andes luchando contra la helada cordillera.


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UNA SALVACIÓN POLÉMICA

Tras el rescate, los sobrevivientes fueron trasladados a Santiago para ser atendidos por médicos. Sus rostros reflejaban el horror y las penurias padecidas.

Cerca del avión, los socorristas constataron la presencia de 11 cuerpos descuartizados y los demás en calidad de reserva.

Fue entonces cuando una sociedad espantada comprendía que los jóvenes habían comido carne humana para no morir de inanición.

En un principio, por miedo, los chicos lo negaron. Sin embargo, cuando los diarios chilenos publicaron fotografías inéditas de restos humanos cerca del fuselaje, los supervivientes se vieron obligados a dar una conferencia de prensa para hablar del asunto.

Roberto Canessa luego diría: “Muchos nos conocen por haber comido muertos para poder vivir, pero no es tan fácil. Teníamos que subsistir. En ese momento sólo pensé en que necesitábamos proteínas. En teoría, parecía algo disparatado, pero el hambre era tal que con el tiempo se volvió una decisión necesaria. De a poco fuimos madurando en grupo la idea, y nos llevó muchas discusiones entre nosotros. Era horrible y degradante. Da vergüenza y humillación siquiera hablarlo. Pero creo que si yo me hubiese muerto me hubiese gustado que alguien sobreviviese gracias a mí. Los familiares de nuestros amigos nos entendieron. Aunque supongo que en su yo más íntimo, cuando nos ven, piensan por qué sobrevivimos nosotros y no sus hijos. Es un sentimiento normal”.

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Reproducción que integra la muestra ‘Uruguayos tenían que ser‘.